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Es una convicción que calma nuestras mentes y anima nuestros corazones: de alguna manera Dios tiene su mano en nuestro sufrimiento. Cualquier circunstancia que experimentamos no viene sin la mano de Dios, así como una sierra no puede cortar sin la mano del carpintero. Job en su sufrimiento no dijo: “El Señor dio y el diablo quitó”, sino, “El Señor dio, y el Señor quitó”. El sufrimiento nunca viene a nuestro camino sin el propósito y providencia de Dios, y por eso, el sufrimiento es siempre significativo, nunca sin sentido. Aquí hay algunas maneras en las que Dios trae bien de nuestro sufrimiento.

El sufrimiento es nuestro predicador y maestro. Fue Lutero quien dijo que nunca pudo comprender adecuadamente algunos de los Salmos hasta que tuvo que aguantar el sufrimiento. Un lecho de enfermo a menudo enseña más que un sermón, y el sufrimiento primero nos enseña acerca de nuestro pecado y pecaminosidad. El sufrimiento también nos enseña acerca de nosotros mismos, porque en tiempos de salud y prosperidad todo parece estar bien, y somos humildes y agradecidos a la misma vez, pero en el sufrimiento llegamos a ver la ingratitud y la rebelión de nuestros corazones. Podemos ver mejor la cara fea del pecado, y de la realidad de la inmadurez espiritual, en el espejo del sufrimiento.

El sufrimiento es el medio que hace nuestros corazones más rectos. En épocas de prosperidad, nuestros corazones a menudo se dividen, la mitad persiguiendo a Dios y la otra obsesionada con el mundo. Nuestros corazones pueden ser como una aguja de una brújula que se balancea violentamente entre dos polos. Pero en el sufrimiento, Dios nos quita el mundo para que el corazón se aferre a Él en completa sinceridad. Del mismo modo que ponemos a calentar una vara torcida para enderezarla, Dios nos sostiene sobre el fuego del sufrimiento para hacernos más rectos. Es bueno que cuando el pecado tuerce nuestras almas y las aleja de Dios, Él usa el sufrimiento para alinearnos.

El sufrimiento nos conforma a Cristo. Debe haber simetría y proporción entre el modelo y el lienzo, entre Cristo y su pueblo. El sufrimiento es como el lápiz de un artista que dibuja la imagen de Cristo en nosotros. Si queremos ser parte del cuerpo de Cristo, tenemos que querer ser como Él, y su vida fue una serie de sufrimientos, “varón de dolores, experimentado en aflicción” (Is. 53: 3). Si la cabeza de Cristo fue coronada con espinas, ¿por qué pensamos que la nuestra debe solamente ser coronada con rosas? Es bueno ser como Cristo, y la conformidad a menudo viene a través del sufrimiento.

El sufrimiento destruye el pecado. Hay un montón de pecado que permanece aún en el mejor de los corazones, y el sufrimiento sirve para purgarlo, así como el fuego purifica el oro. El fuego del sufrimiento echa fuera toda impureza espiritual: orgullo, lujuria, codicia, y un millón de otras cosas. Nunca daña el alma; la deja más pura y bella.

El sufrimiento quita del corazón la atadura al mundo. Si queremos quitar un árbol de la tierra, en primer lugar hay que aflojar la tierra alrededor de las raíces. Así también, Dios quita comodidades terrenales para aflojar nuestros corazones del mundo. Dios desea que nuestros corazones se aferren a este mundo solo de la raíz más pequeña, y el sufrimiento sirve para sacudir todo lo demás.

El sufrimiento abre camino al consuelo. Dios templa el dolor exterior con paz interior. “Su tristeza se convertirá en alegría” (Jn. 16:20), promete Jesús. En el sufrimiento vemos el agua convertida en vino, una amarga medicina perseguida con postres selectos. Muchos creyentes pueden testificar que en el sufrimiento han tenido las experiencias más dulces de gozo, y la mayor sensación de cercanía con Dios.

El sufrimiento muestra que a Dios le importamos mucho. Job preguntó: “¿Qué es el hombre para que lo engrandezcas, para que te preocupes por él?” (Job 7:17). En el sufrimiento, Dios muestra que le importamos mucho de tres maneras. En primer lugar, se digna a fijarse en nosotros. Eso muestra nuestro lugar en el mundo de Dios, teniéndonos por dignos de padecer. En segundo lugar, el sufrimiento es un símbolo de ser hijos e hijas. “Es para su corrección que sufren. Dios los trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?” (Heb. 12:7). En tercer lugar, el sufrimiento hace que el pueblo de Dios sea más conocido en el mundo. Los soldados son admirados por sus victorias, y los santos por sus sufrimientos. Después de todo, ¿no es Job el que sufrió más famoso que Alejandro el conquistador?

El sufrimiento es un medio para la alegría. El sufrimiento trae alegría al traernos más cerca de Dios. La luna llena es la que está más alejada del sol y, del mismo modo, muchas personas en la luna llena de la prosperidad están más alejadas de Dios. Cuando Dios comienza a quitar nuestras comodidades mundanas, es entonces que nos encontramos con Él y hacemos la paz con Él. Hasta que el hijo pródigo padeció necesidad, volvió a la casa de su padre (Lc. 15:13), y hasta que la paloma no encontró ningún lugar para descansar, voló al arca. Cuando Dios trae una avalancha de sufrimiento sobre nosotros, es entonces que volamos al arca, Cristo.

El sufrimiento silencia a los malos. A los que no creen les encanta afirmar que los cristianos sirven a Dios solo por egoísmo. Por lo tanto, Dios hace sufrir a su pueblo para cerrar las bocas de aquellos que se burlan de ellos y su Dios. Esto cierra la boca de los blasfemos, al ver a los cristianos sosteniéndose de Dios en el sufrimiento, porque al hacerlo prueban que sirven a Dios, en primer lugar, por amor.

El sufrimiento abre paso a la gloria. Así como el arado prepara la tierra para la siembra, el sufrimiento nos prepara y nos hace aptos para la gloria. El artista que es experto sabe que la pintura color dorado se contrasta mejor contra los colores oscuros, y del mismo modo, Dios primero establece los colores oscuros del sufrimiento, y entonces cepilla sobre eso el color dorado de la gloria. El sufrimiento no nos hace ganar la gloria, pero sí nos preparara para ella.

En todas estas formas vemos que el sufrimiento no perjudica al creyentes, sino les beneficia. Por lo tanto debemos entrenarnos para ver menos el mal del sufrimiento y más el bien, ver menos el lado oscuro de la nube y más la luz. Lo “peor” que Dios le hace a sus hijos es para conducirlos al cielo, hacia sí mismo.

¡Me encanta tomar enseñanzas de los puritanos! Estos ocho puntos y la mayor parte del texto se ha elaborado a partir de Thomas Watson, A Divine Cordial (La medicina divina).


Publicado originalmente en Challies.com. Traducido por Eri Miranda.
Imagen: Lightstock
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