Algunos teólogos alemanes usaron el término kénosis como concepto cristológico para hablar de la humillación voluntaria de Cristo en Su encarnación.1
Aunque este término no aparece en la Biblia como un sustantivo, sí figura en su forma verbal (gr. kenóo), el cual se traduce como «vaciar, quitar, privar, despojar», pero cuando se usa para hablar de Cristo significa «despojarse o quitar de Sí mismo los elementos propios de Su rango o posición».2 Encontramos esta palabra en un llamado de Pablo a la humildad y el servicio:
Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre (Fil 2:5-11, énfasis añadido).
Este pasaje establece un bosquejo de al menos tres puntos cruciales que debemos tomar en cuenta al momento de hablar de la doctrina cristológica de la kénosis.
La kénosis enseña que Cristo existía en forma de Dios
El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse (Fil 2:6).
El evangelio bíblico reconoce que Cristo existe desde la eternidad y no fue creado, sino que participó con la Trinidad en la creación (Gn 1:1, 26; Jn 1:1; Col 1:16-18). Por eso la Palabra lo llama el primogénito de la creación, es decir, el Supremo, el Dueño y para quien fue hecha toda la creación de la que Él mismo participó por Su esencia divina y preexistencia (Jn 1:1).
Sin la preexistencia de Cristo no existiría la doctrina de la kénosis, ya que esta reconoce la eternidad del Hijo, quien se despojó temporal y parcialmente de Su gloria por amor y con un propósito eterno y soberano de redención (Jn 17:5; cp. 1:14).
La kénosis enseña que Cristo se despojó a Sí mismo
Sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2:7-8).
¿De qué se despojó Dios el Hijo al momento de Su encarnación? Antes de responder a esta pregunta, es importante aclarar que Cristo en Su encarnación no se despojó de Su naturaleza divina. El apóstol Pablo hace una lista no exhaustiva en donde revela de qué se despojó Cristo y lo que implica:
Dios el Hijo dejó Su trono y «tomó forma de siervo» (v. 7a). Pablo afirmó esto porque el mismo Cristo lo dijo: «Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar Su vida en rescate por muchos» (Mr 10:45). Los cuatro evangelios testifican que Jesús tuvo una vida ejemplar de servicio a Dios y a la humanidad (p. ej., Jn 5:17; 13:15). También es importante recordar que Jesucristo es el Rey que hasta hoy sirve a los que salvó y a los que salvará (p. ej., 1 Jn 2:1; Jn 14:6).
Dios el Hijo pasó de existir solo en espíritu a ser Dios «semejante a los seres humanos» (v. 7b). Este quizás sea el punto central de la doctrina de la kénosis, ya que no se trata solo de algo que Cristo dejó o un rango que abandonó, sino de algo que tomó voluntariamente en Su existencia, pues pasó de ser espíritu a adoptar un cuerpo verdaderamente humano. Esto es importante ya que, después de Su crucifixión, Jesús resucitó con un cuerpo glorificado que podía tener las mismas funciones humanas, pero que ya no estaba limitado por el tiempo y el espacio.
Pese a que en el presente hay muchos detractores del cristianismo y del mismo Cristo, llegará el momento en que toda criatura tendrá que reconocer Su supremacía
Dios el Hijo dejó Su posición honrosa y «se humilló Él mismo» (v. 8a). Es importante notar la manera en que Pablo plantea este hecho: «Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo» (v. 8a). Para Pablo, Cristo no se humilló al hacerse un ser humano, sino que ya existiendo como Dios hecho hombre decidió humillarse a Sí mismo.
Pablo continúa su discurso y explica cuál fue la acción que lo llevó a humillarse: «haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (v. 8b). La obediencia de Cristo en la tierra no fue una humillación, sino que es una evidencia de Su perfección divina; la humillación de Cristo consistió en morir clavado en una cruz, donde fue abandonado por el Padre, cargó con nuestras culpas y fue despreciado por la humanidad (Mt 27:46, cp. Sal 22; Is 53:5; Ro 5:6-11). La buena noticia es que esto no termina allí.
La kénosis enseña que Cristo fue exaltado por el Padre
Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es SEÑOR, para gloria de Dios Padre (Fil 2:9-1).
La doctrina de la kénosis se comprendería de manera incompleta si no se toma en cuenta la preexistencia de Cristo y el hecho eterno de Su exaltación. ¿Cómo es exaltado Dios el Hijo? El apóstol Pablo de nuevo responde:
Dios exaltó al Hijo porque le confirió «el nombre que es sobre todo nombre» (v. 9). Aunque las Escrituras nos llaman «hijos de Dios, herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Ro 8:16), los creyentes no somos iguales a Cristo. Más bien, tenemos el llamado a rendir adoración, dar gloria y proclamar el nombre de Cristo porque Él no solo es el centro del mensaje del evangelio, sino que Él mismo es el evangelio.
La cruz fue el símbolo más humillante del tiempo de Cristo, pero hoy representa un recordatorio de Su muerte, resurrección y exaltación eterna conferida por Dios el Padre
Otra manera en que las Escrituras testifican de la exaltación de Cristo es que «ante Su nombre se doblará toda rodilla» (v. 10). Pese a que en el presente hay muchos detractores del cristianismo y del mismo Cristo, llegará el momento en que toda criatura tendrá que reconocer Su supremacía. Además, llegará el día en que toda lengua confesará que Cristo Jesús es el Señor (v. 11).
Aunque nuestro Señor Jesucristo durante Su ministerio en la tierra tuvo autoridad ante la naturaleza, las enfermedades, los demonios y las personas que lo escuchaban (Mr 4:39; Lc 4:35; Mt 7:29), es un hecho real que con humildad sometió Su voluntad al Padre hasta la misma muerte debido a que Su encarnación tenía el propósito redentor de morir en la cruz para resucitar y dar vida. La cruz fue el símbolo más humillante del tiempo de Cristo, pero hoy representa un recordatorio de Su muerte, resurrección y exaltación eterna conferida por Dios el Padre. Sin el Cristo exaltado no habría evangelio bíblico (1 Co 15:14).
La doctrina de la kénosis es esencial para los creyentes, porque nos llama a contemplar al Dios trino que decidió acercarse a la humanidad y darse a conocer por medio de Su Hijo encarnado. Jesucristo es nuestro mayor ejemplo de humildad, porque decidió despojarse a Sí mismo para morir en la vergonzosa cruz. En Su humildad, Jesucristo nos trajo vida y tenemos el llamado a despojarnos de todo aquello que entorpece nuestra capacidad de exaltar Su nombre (Ef 4:22).