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Probablemente no pasa un día sin que usemos o pensemos en la palabra «espero»:

  • Espero que podamos llegar a tiempo.
  • Espero que esta noche no llueva.
  • Espero que esta dieta sí funcione.
  • Espero poder dormir bien hoy.
  • Espero que mi hijo me haya obedecido.
  • Espero que él no esté enojado.
  • Espero que el resultado no sea cáncer.

Desde las cosas más pequeñas y cotidianas de nuestras vidas hasta las más grandes, todas están moldeadas, motivadas, dirigidas o frustradas por la esperanza. La esperanza nos mueve y la falta de esta nos paraliza.

Dios es el único lugar seguro para nuestra esperanza, pero solemos ponerla en cualquier otro lado en lugar de en el Señor

David entendió y expresó la esperanza de manera certera en el Salmo 62. Cuando lo escribió, se encontraba en medio de situaciones difíciles, rodeado de enemigos. Nos dice que lo trataban como si fuera una pared inclinada que se tambalea, mientras ellos hacían todo lo posible por derribarlo (v. 3). Tenía enemigos que se deleitaban en la falsedad, pero que mostraban apariencia de piedad (v. 4).

En medio de todo esto, David decidió poner su esperanza en un lugar seguro:

En Dios solamente espera en silencio mi alma;
De Él viene mi salvación.
Solo Él es mi roca y mi salvación,
Mi baluarte, nunca seré sacudido (Sal 62:1-2).

Sin lugar a dudas, Dios es la única fuente y lugar seguro para nuestra esperanza, pero en nuestra humanidad caída solemos poner nuestra esperanza en cualquier otro lado antes que en el Señor.

Esperanza equivocada

Una de las tendencias de nuestro corazón es poner nuestra esperanza en lo horizontal —lo creado—, en lugar de ponerla en lo vertical—el Creador—. Ponemos nuestra esperanza en relaciones, en cosas o en personas, esperando que nos den la plenitud o la felicidad que tanto deseamos.

  • Si no me caso, estaré totalmente sola.
  • Cuando logre tener hijos, estaré completa.
  • Si consigo ese trabajo, podré estar tranquilo.
  • No puedo estar en paz hasta que no tenga esos resultados.
  • Si mi situación económica cambiara, estaría seguro.

Pero hay un problema con poner nuestra esperanza en lo horizontal: esta esperanza termina decepcionándonos, porque nunca es suficiente, porque siempre se tambalea, porque no da lo que promete. El mismo Salmo 62 nos deja ver lo vano que es poner nuestra esperanza en las cosas de esta tierra: nos dice que ni la pobreza ni el rango son algo (v. 9),  que aunque aumenten las riquezas, no debremos poner nuestro corazón en ellas (v. 10). Además nos recuerda que todos, con lo que somos o tenemos, pesamos menos que un soplo (v. 9).

Pudiéramos pensar que esto de poner nuestra esperanza en el lugar equivocado solo lo hacemos en las situaciones grandes de la vida, pero la realidad es que lo hacemos también en lo cotidiano. ¿Qué pasa cuando no se hace lo que deseo? ¿Cuando las cosas cotidianas no salen cómo las planeamos? ¿Cuando no suceden a nuestro ritmo?

Aun en las cosas sencillas del día a día mostramos dónde está depositada nuestra esperanza, dónde creemos que encontraremos nuestra plenitud y satisfacción. Las personas a nuestro alrededor, nuestras circunstancias o aquello que anhelamos jamás serán un lugar seguro para poner nuestra esperanza, porque terminarán desilusionándonos.

Pero no tenemos por qué poner nuestra esperanza en aquello que nos desilusiona, porque hay un lugar seguro para ella.

Esperanza en Alguien mayor

Como lo entendió David, hay otro lugar en el que podemos poner nuestra esperanza y es en lo vertical. Podemos y debemos poner nuestra esperanza en Dios y en Sus promesas. David nos deja ver que la fuente de esperanza real es el Señor: «Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, / Pues de Él viene mi esperanza» (v. 5). Pero ¿por qué?

Si somos honestos, a veces nos parece que tiene más sentido poner nuestra esperanza en lo horizontal. Por ejemplo, en que un resultado de un estudio médico salga bien, porque nadie quiere una enfermedad peligrosa con la cual lidiar, o en por fin «lograr casarme». Estas cosas nos prometen satisfacción inmediata y nuestros corazones se inclinan a aquello que parece estar bajo nuestro control.

Pero David nos da varias razones de por qué su alma espera solo en el Señor , y por qué en Él también debería esperar la nuestra:

1. Solo el Señor es Roca de fortaleza (vv. 2, 6, 7).

Solo el Señor es firme, solo Él es un lugar fuerte sobre el cual poner nuestros pies. Todo lo demás es arena, es frágil, se desmorona, hoy es y mañana no es más. Solo el Señor es la Roca inamovible. Las circunstancias no pueden moverlo, no pueden cambiarlo. Todo alrededor puede desmoronarse, pero el Señor, nuestra Roca, no lo hará.

Si eso es verdad sobre quién es Él, entonces es verdad cuando nos dice que no hay nada que nos pueda separar de Él (Ro 8:38). Que en Él tenemos consuelo en medio del dolor (Jn 16:33). Que no echa fuera a ninguno que se acerque a Él (Jn 6:37). Que este mundo y sus pasiones pasarán, pero el que hace Su voluntad permanece para siempre (Mt 24:35). Que nuestro dolor un día va a terminar (Ap 21:4). Todas Sus promesas son firmes, son seguras y son inamovibles porque vienen de nuestra Roca.

2. Él es refugio (vv. 3, 6, 7, 8).

En medio de la tempestad, cuando las cosas no son como quisiéramos, cuando el sufrimiento se asoma, solo Dios es nuestro refugio seguro. Pueden golpearnos los vientos, pero no nos destruirán, porque Él nos guarda bajo Sus alas (Sal 91:4).

3. El Señor es salvación y gloria (vv. 1, 6).

David le dice a su alma que espere en silencio en el Señor, porque sabe que su salvación no puede venir de él mismo, pues no tiene lo que se necesita. Su salvación viene de Alguien mucho mayor que él. Viene de Alguien en quien se puede esperar, en el que se puede encontrar refugio. Uno que es la Roca.

¿Cómo ponemos nuestra esperanza en Dios?

David dice: «Alma mía, espera en silencio solamente en Dios, / Pues de Él viene mi esperanza» (v. 5). El salmista le habla a su alma porque sabe que es propensa a poner su esperanza en otros lugares.

La realidad es que poner nuestra esperanza en Dios requiere fe. Fe para creer Sus palabras por encima de nuestros pensamientos. Fe para creer que Dios nos ama, aunque nuestros sentimientos nos digan lo contrario. Fe para creer que Su sabiduría es infinitamente mayor que la mía. Fe para creer que Dios es bueno en todo lo que es y hace. Y por fe ponemos nuestra esperanza en Él, la Roca, nuestro refugio y salvación.

¿Dónde has puesto tu esperanza durante este año? Solo el Señor es un lugar seguro para tu esperanza

¿Dónde has puesto tu esperanza durante este año? Quizás tu esperanza ha estado en poder conseguir un nuevo trabajo, o en que una relación por la que has esperado tenga éxito. Puede que hayas puesto tu esperanza en poder concebir o aun en tu servicio al Señor. Pero tal vez a estas alturas ya te has dado cuenta de que ninguno de esos lugares son seguros para tu esperanza, porque solo el Señor lo es.

Si hoy que lees este artículo en un año ya por terminar te has dado cuenta del lugar equivocado de tu esperanza, Jesús te invita a ir a Él y te llama a poner en Él la esperanza de tu corazón. Él te promete que jamás te decepcionará, no porque te va a dar lo que deseas, sino porque Él ya se ha dado por completo a tu favor. Aquel que se dio a Sí mismo en la cruz, para pagar por nuestros pecados, y nos amó hasta el fin siempre será la Roca en la que podremos confiar.

Que el Señor nos ayude en nuestra incredulidad y que toda nuestra esperanza esté en Él.

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