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La aparición de una figura «mesiánica» es un recurso habitual en los relatos de ciencia ficción, fantasía y superhéroes. Ya sea Harry Potter, Aragorn, Neo, Luke Skywalker o cualquier superhéroe, el héroe mesiánico suele destacar en un periodo de guerra u opresión, a menudo cumpliendo profecías, para hacer frente a la injusticia y derrotar a un régimen malvado. No es de extrañar que el público encuentre irresistibles los relatos mesiánicos. Siguen la corriente de la Gran Historia de Jesucristo, lo que Tolkien llamó el «mito verdadero».

Las novelas Dune de Frank Herbert son un excelente ejemplo de la narrativa mesiánica (la segunda novela de la serie se titula El mesías de Dune), y están plagadas de temas religiosos que beben del islam, el judaísmo y el cristianismo. Esto resulta muy evidente en las nuevas películas de Dune del director Denis Villeneuve, uno de los cineastas más reflexivos y dotados de la actualidad. La continuación de Villeneuve de Duna de 2021 es una historia mesiánica de una escala cinematográfica incomparable.

El drama familiar de Duna: Parte dos tiene tintes semejantes a El Padrino, y su política de la clase dominante tiene un alcance shakesperiano. Los detalles de la construcción del mundo no tienen igual. La experiencia envolvente de la vista (¿alguna vez la cinematografía de una superproducción ha sido tan magnífica?), el sonido (¡Hans Zimmer!) y los gusanos de arena es totalmente épica, especialmente en una pantalla IMAX. Hay varios momentos de triunfo estruendoso que me dejaron atónito. Duna: Parte dos es una de las secuelas más impresionantes que he visto.

Sin embargo, no se trata de una historia mesiánica emocionante y reconfortante. Por mucho que la película me haya metido en su mundo y me haya proporcionado una experiencia cinematográfica extraordinaria, salí del cine dispuesto a salir de ese mundo, y especialmente agradecido de que esta historia de un mesías no sea la historia del Mesías.

Ascensión mesiánica

Alerta de spoilers.

El eje narrativo de la secuela es bastante sencillo: el ascenso mesiánico de Paul Atreides (Timothée Chalamet). Heredero de la Casa Atreides (que tiene connotaciones davídicas), Paul alcanza la mayoría de edad entre los Fremen en el desértico planeta Arrakis, una especie de «tierra santa» de inmensa importancia estratégica, frecuentemente invadida y ocupada por uno u otro régimen. Hay claros ecos de la tierra santa ocupada por los imperios, donde tuvo lugar el ascenso mesiánico de Jesús. Los paralelismos bíblicos no acaban ahí.

A medida que se acelera el ascenso mesiánico de Paul Atreides, se hacen más evidentes las diferencias entre su historia y la de Cristo

Paul es un mesías humilde y reacio, al menos al principio. Al igual que Jesús, dignifica a los marginados, incluyendo a las mujeres, en marcado contraste con la cultura imperial de la época centrada en los hombres (especialmente los gladiadores misóginos de la casa Harkonnen, que evocan a la Roma pagana). Vemos ecos de la tentación de Jesús en el desierto (Mt 4:1-11) cuando Paul pasa por un tiempo de preparación en el desierto arenoso de Arrakis. Más tarde vive un momento de «muerte y resurrección» que consolida su condición mesiánica. Cuando comienza a formarse una religión en torno a Paul —a quien los Fremen ven como Lisan al Gaib, el profeta de otro mundo—, los líderes imperiales toman nota y se plantean cómo tratar esta problemática fuente de inestabilidad regional.

Pero a medida que se acelera el ascenso mesiánico de Paul Atreides, se hacen más evidentes las diferencias entre su historia y la de Cristo.

Un mesías militante conquistador

Lejos de ser un salvador abnegado, Paul está cada vez más motivado por deseos carnales y tentado por la ambición de conquistar el mundo. Por ejemplo, tiene una amante: la guerrera de arrakis Chani (Zendaya). Su trato hacia ella se deteriora a lo largo de la película.

En un momento que alude a la tentación del árbol del conocimiento del bien y del mal de Génesis 3, Paul bebe el «agua de vida», un líquido azul venenoso que, si no te mata, supuestamente te proporciona un conocimiento sobrehumano. «Verás la belleza y el horror», le dice su madre, Jessica (Rebecca Ferguson), después de haber bebido ella misma.

En un contraste más marcado, Paul abraza la militancia y la venganza. Busca más poder. El pueblo Freman oprimido quiere un mesías militante conquistador, y Paul les da lo que quieren. Muchos de los discípulos judíos de Cristo también esperaban y deseaban un mesías militante conquistador. Pero Cristo fue un Rey siervo, no violento, que dio Su vida en rescate por muchos (Mt 20:20-28) y declaró que Su reino «no es de este mundo» (Jn 18:36).

Mientras veía el acto final de Duna: Parte dos, una parte de mí se alegró de ver a Paul liderar la revuelta de Arrakis contra las malvadas fuerzas imperiales, que culmina con la muerte de los principales villanos Harkonnen, la sumisión del emperador Shaddam (Christopher Walken) y la consolidación del poder de Paul. Pero Villeneuve quiere que nos sintamos incómodos viendo esto, y yo ciertamente me sentí así.

Duna: Parte dos parece un artefacto de la era poscristiana, y Chani representa el escepticismo religioso

Paul no ha resultado ser el mesías virtuoso y sin mancha que instintivamente deseamos. La expresión de la cara de Chani en el plano final de la película representa a muchos de los espectadores y, de hecho, a muchos de los que en nuestra era secular están resentidos con la religión institucional. Se siente traicionada y manipulada. Nunca se creyó el relato de «Paul como mesías», pero le enoja que muchos de los suyos lo hicieran. Sobre todo, le enfada que el propio Paul lo hiciera.

El mito del mesías como medio de control

Duna: Parte dos parece un artefacto de la era poscristiana, y Chani representa el escepticismo religioso (en contraste con el Stilgar de Javier Bardem, que representa la creencia sincera, aunque ingenua). Chani da voz a las preguntas y dudas de un número creciente de «nones» (personas que afirman no afiliarse a ninguna religión) que ven la fe religiosa como una cortina de humo para hacerse con el poder.

«¿Quieres controlar a la gente? Diles que vendrá un mesías», dice en un momento dado. «Esperarán durante siglos».

El escepticismo de Duna: Parte dos respecto a la religión no es nada nuevo. Es la conocida crítica marxista de que la religión es un medio de control social

La película presenta a Chani como una habitante más «progresista» del norte de Arrakis, en contraste con los «fundamentalistas del sur», demasiado ansiosos por reconocer a Paul como mesías y luchar por él en una guerra santa. Chani ve cómo las narrativas religiosas pueden servir a los intereses de quienes ostentan el poder, reforzando jerarquías y codificando comportamientos en nombre de la devoción fiel. Sin duda, dado el historial de tantos líderes religiosos abusivos y ávidos de poder en la historia, parte del escepticismo que plantea Duna: Parte dos está justificado.

Las némesis de Chani son las Bene Gesserit, un misterioso magisterio de mujeres que perpetúan narrativas, manipulan líneas de sangre y elaboran «planes dentro de planes» para mover las piezas de ajedrez en la mesa, siempre para su propio beneficio.

«No esperamos», dice una reverenda madre Bene Gesserit. «Planificamos». Esta cínica admisión es tanto más condenatoria cuanto la «esperanza» es exactamente lo que venden a las masas. Las Bene Gesserit personifican la hipocresía religiosa: impulsan una narrativa que les beneficia, aunque ellas mismas no la crean.

Esta orden de «hermanas», aparentemente piadosa, tiene claras connotaciones católicas y, en el universo de Duna, son posiblemente las villanas más siniestras. Perpetúan profecías sobre el «Kwisatz Haderach», un superhombre que esperan engendrar para tener un control cada vez más estricto del poder. En nombre de un servicio a la humanidad, las Bene Gesserit utilizan la religión con fines colonialistas. Como dice Chani: «Con esta profecía nos esclavizan».

Por mucho que Duna: Parte dos juegue con arquetipos religiosos y con el atractivo universal de las narrativas acerca de un «mesías», adopta una postura decididamente escéptica hacia la iniciativa religiosa. ¿Es la narrativa mesiánica de Cristo —de hecho, todo el Nuevo Testamento— mera propaganda para inflamar el fervor religioso y consolidar el poder entre los líderes religiosos? ¿Son los escritos del apóstol Pablo, como las maquinaciones de Paul Atreides, menos fruto de una orquestación divina que de un oportunismo carnal? Los cristianos podrían tener buenas respuestas a estas preguntas contemporáneas, pero deberíamos saber que están en el trasfondo de una película como Duna: Parte dos, porque están en la mente de un número creciente de personas.

El escepticismo de Duna: Parte dos respecto a la religión no es nada nuevo. Es la conocida crítica marxista de que la religión es un medio de control social, un aparato narrativo utilizado por la hegemonía para afianzar su autoridad y someter a las masas inquietas («el opio del pueblo»). Pero la crítica adquiere un giro poscristiano y contemporáneo. Porque al menos en la interpretación que Villeneuve hace del mundo de Dune, la belleza y el poder trascendental de los temas religiosos se exhiben con sinceridad.

Hay aquí una postura conflictiva, casi contradictoria. Reconoce —incluso disfruta— la belleza, el misterio y la esperanza estimulante de la fe en un mesías sobrenatural. Pero también ve detrás de la cortina, reconociendo y rechazando las estructuras de poder que aprovechan la religión para fines de búsqueda de poder.

El anhelo generalizado de un mesías verdadero, bueno y hermoso es real. Es un punto de partida para el evangelismo en una era poscristiana

Por eso llamo a Duna: Parte dos un «artefacto poscristiano». Capta algo de lo que he llamado el «empuje y la atracción de la cultura poscristiana»: la atracción y la repulsión simultáneas hacia la fe, el deseo de conservar la estética religiosa y algunos hábitos al mismo tiempo que se descartan los sistemas religiosos de autoridad.

Desafío para los cristianos

No estoy seguro de que Villeneuve tenga una fe cristiana. Al haber crecido en Quebec, es probable que el cineasta francocanadiense haya recibido alguna influencia del catolicismo. Ciertamente, las ideas teológicas están a menudo en primer plano en sus películas, en particular en Intriga (2013) y La llegada (2016). En Duna: Parte dos, el director se enfrenta a la fe de forma más directa que nunca.

Resulta interesante que, de forma similar a la tendencia provida de La llegada, un personaje importante de Duna: Parte dos sea un bebé no nacido que pasa la película en el vientre de su madre. En una cultura que a menudo se niega a conceder personalidad a los bebés antes de nacer, es refrescante ver que una película describe de forma tan directa la humanidad de un niño en el vientre materno.

Sin embargo, el interés de Villeneuve por el cristianismo es claramente polémico, ya que la saga de Dune lleva al público a cuestionar las mitologías de «mesías» y a desconfiar de los guardianes de la narrativa religiosa.

Los cristianos pueden encontrar una oportunidad en esta película. El anhelo generalizado de un mesías verdadero, bueno y hermoso es real. Es un punto de partida para el evangelismo en una era poscristiana. Pero el escepticismo justificado sobre los mesías manipuladores y los líderes religiosos hipócritas también es real. Así que la oportunidad viene acompañada de un reto: modelar un cristianismo que no parezca falso o sospechoso. ¿Cómo podemos hacerlo? Centrándonos siempre en la gloria de Cristo y en Su reino, más que en el nuestro.

Si seguimos el camino de Paul Atreides, alineándonos con los modelos mundanos de poder y gloria, crecerán las respuestas tipo Chani. Pero si en cambio modelamos un reino contracultural, disminuyendo para que Cristo crezca (Jn 3:30), entonces el «verdadero mito» del Mesías Jesús será más difícil de ignorar.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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