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La vida de Shirley Mason fue documentada en la novela “Sybil”, de Flora Rheta Schreiber. Mason estudió en la universidad de Columbia y trabajaba como maestra sustituta. Ella sufría de muchas ansiedades y de un desorden emocional que no la dejaba tranquila, por lo que buscó a una psiquiatra llamada Cornelia Wilbur para recibir ayuda. Shirley parecía ir empeorando con el tiempo, su personalidad iba distorsionándose, al punto donde Shirley tenía múltiples personalidades, desarrollando 16 distintas.

Esto llegó a ser conocido como el “trastorno de personalidad múltiple”, aunque después llegó a ser nombrado “trastorno de identidad disociativo”. A veces su personalidad era la de una mujer enojada y violenta, luego era una pequeña niña temerosa, luego una mujer atractiva de origen francés, e incluso personalidades masculinas. Con el paso de los años, el caso de Shirley Mason estuvo lleno de controversias, hubo varias conjeturas de que Wilbur manipulaba a Mason, haciéndola creer que sufría de algo que ni siquiera existe.

No vamos a entrar en discusiones psicológicas, pero ¿te imaginas a un dios en este estilo? Que primero te diga que te ama y a la mañana siguiente te voltea el rostro con odio; que promete perdonar tus pecados, pero un día quebranta su promesa; que te llena de esperanza al decirte que estará contigo hasta el fin del mundo, pero luego de manera inesperada te abandona; que te asegura la vida eterna, pero cuando mueres cambia de opinión.

Un dios con personalidades múltiples, un dios en constante cambio, sería un dios en el que nadie podría confiar.

El Dios de la Palabra

El Dios verdadero se revela como inmutable. La inmutabilidad de Dios significa que Él no cambia en lo absoluto, ni para bien ni para mal; si pudiera cambiar para bien significaría que tiene carencias, y si cambiara para mal significaría que no es perfecto. Dios no está sujeto a ningún tipo de cambio o alteración, por eso solo Él puede decir: “Yo soy el que soy” (Éx. 3:14).

Pero el Señor no solo es inmutable en su ser o esencia, también lo es en sus propósitos (Sal. 33:11), perfecciones (Stg. 1:17), y promesas (Nm. 23:19; Hch. 13:23); en todo es el mismo por la eternidad[1]. Sería imposible confiar y tener consuelo en un dios que cambia constantemente; Dios es inmutable, es digno de confianza. Nuestra confianza en Él puede ser tan sólida como una roca.

Cuando lo inmutable parece cambiar

Dios afirmó: “Yo, el Señor, no cambio” (Mal. 3:6); pero si el Señor afirma eso de sí mismo, ¿por qué a veces parece que hay cosas en las que sí cambia? Por ejemplo, cuando la Biblia dice: “Y al Señor le pesó haber hecho al hombre en la tierra, y sintió tristeza en su corazón” (Gn. 6:6). Hay otras partes de la Escritura donde uno puede llegar a pensar que Dios es un ser mutable[2], pero al igual que otros temas de la Biblia, es necesario entender el tipo de lenguaje que se usa para no distorsionar lo que los autores de la Biblia querían comunicar.

Si ya has leído la Biblia algunas veces, habrás notado que a veces se habla de Dios como si tuviera ojos, oídos (Sal. 34:15), rostro (Sal. 27:8) y otras características humanas; pero si Jesús dijo que Dios es espíritu (Jn. 4:24), entonces ¿por qué la Palabra hace descripciones humanas sobre Dios? La razón es que se usa un lenguaje “antropomórfico”, que es el atribuirle a Dios cualidades humanas, con el propósito de que podamos comprender quién es Dios y no tanto con el objetivo de hacer una descripción literal de cómo es Él. Dios se presenta a nosotros en su Palabra con elementos que nos son familiares, porque esa es la manera en la que podamos comprender quien es Él.

En Génesis y las otras citas mencionadas, a Dios no se le está atribuyendo un rasgo físico, sino sentimientos y pasiones humanas. El atribuirle estas emociones a Dios se le conoce como “antropopatía”, y tiene el mismo propósito que el lenguaje antropomórfico: que nosotros, como humanos, podamos entender quién es Dios. Así que, teniendo esto como contexto, ahora podemos entender mejor qué es lo que está queriendo comunicar el texto.

Dios es inmutable en su ser, atributos, y propósitos, así que cuando la Biblia dice que Dios se arrepintió, no se refiere al arrepentimiento que experimenta el humano al haber pecado o errado, como si Dios se hubiera equivocado en sus propósitos y al final terminó arrepentido, ¡en lo absoluto! Él no es hombre para arrepentirse (1 Sam. 15:29). Cuando la Biblia usa ese lenguaje con Dios, lo que comunica es que a Dios le entristece y desagrada el pecado del hombre. 

Las emociones humanas están unidas a sus imperfecciones, pero los afectos en Dios están unidos a su santidad. Así que el pesar que sentía Dios no era por su propósito de haber creado al hombre, sino por el pecado de la humanidad. Los propósitos de Dios permanecen inmutables (Sal. 33:11), pero eso no significa que él sea indiferente al pecado.

Por otro lado, cuando la Biblia dice que Dios se arrepintió de lo que había dicho que haría, debemos notar que el cambio en realidad no se dio en Dios sino en el hombre. Si el hombre permanecía en sus pecados Dios iba aplicar su justicia, pero si el hombre se arrepentía Él iba aplicar su misericordia. Dios sigue siendo inmutable en su ser y en sus perfecciones de justicia y misericordia, pero al cambiar el hombre, su relación con Dios cambiaba. Por lo tanto, no es Dios el que cambia, sino las relaciones del hombre con Él.

El doble filo de la inmutabilidad

La inmutabilidad de Dios puede darnos mucho ánimo, pero no podemos perder de vista que también se trata de una espada de doble filo: como puede causar confianza, igualmente puede infundir temor. Veamos por qué.

Si Dios es justo y ha prometido castigar al malvado por causa de su pecado y rebelión, entonces Él cumplirá lo prometido y no habrá misericordia o segundas oportunidades en el día del Juicio. Por el otro lado, si Dios ha prometido perdonar a todo aquel que ponga su confianza en el sacrificio de su Hijo, entonces sabemos que lo hará y que la vida eterna puede ser una certeza en el corazón del hombre.

Es importante conocer quién es Dios para saber en qué es inmutable, porque como pudiste ver, no solo es inmutable en sus atributos o perfecciones, también lo es en sus promesas: ya sea para salvar o condenar.

Ser o no ser, ésa es la cuestión

¡La cuestión es que las criaturas no son inmutables! Hamlet no sabía qué hacer ante la muerte de su padre, la duda y la confusión le carcomían por dentro. Se cuestionaba si debía seguir el camino de la vida o mejor terminar los sufrimientos de la misma al decidirse por la muerte. Mientras nosotros nos preguntamos “¿ser o no ser?”, Dios afirma: ¡Yo soy! No somos seremos inmutables que permanecen inamovibles en su carácter y propósito, la realidad es que somos tan inestables como el viento.

Nuestros cuerpos cambian con el tiempo, nuestras decisiones y propósitos dependen de las circunstancias, nuestro carácter es endeble, y nuestras emociones cambian de un momento a otro. Somos igual que pueblo de Israel, que en un momento dijeron “¡Hosanna al Rey!”, pero poco después gritaron “¡Crucifíquenle!”. Somos como Saúl, que a pesar de que se sintió agradecido con David porque no le quitó la vida, siguió siendo hostil a él.

Nuestra esperanza se ve derrumbada al ver que no podemos confiar en el hombre, no podemos confiar ni siquiera en nosotros mismos, pero nuestro consuelo está en el Dios que permanece siendo el mismo por los siglos de los siglos y en su Palabra que tampoco cambia (Is.40:6)

El placer inmutable

Si continuas colocando la esperanza de tu gozo en cosas que cambian todo el tiempo, tu gozo se verá igual de inestable que esas cosas. Tú necesitas un amor que nunca cambia, necesitas a alguien que sea inmutable en su ser para que tu gozo sea sólido y permanezca a pesar de que todo a tu alrededor cambie. Sólo hay uno inmutable: Jesucristo, quien “es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Heb. 13:8).

Cuando seas tentado o las circunstancias de la vida quieran orillarte a encontrar consuelo en el pecado, recuerda que Dios es inmutable y que solo en Él se encuentra la felicidad, el placer y el amor que nunca cambia y que nuestras vidas necesitan.  

Imagen: Lightstock

[1] Ex. 3:14; Sal. 119:89, 100:5, 90:2; Is. 41:4, 48:12, 54:10; Jn. 13:1; Rom. 1:23; Heb. 1:11-12.

[2] Gn. 6:6-7; Ex. 32:10-14; 1 Sam. 15:11; 2 Sam. 24:16; Jl. 2:13; Jon. 3:10; Sal. 18:26-27.

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