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Hace muchos años comencé a pensar sobre el tema del llamado. Hay un llamado que es para todos los cristianos: ser formados a la imagen de Dios, orar, estudiar, perdonar, someternos unos a otros… Pero hay algunos llamados que son individuales, y dado que las formas de Dios no son las nuestras (Is. 55:8), y que Él hace las cosas en maneras que van más allá de lo que podemos entender (Ef. 3:20), es importante que no malinterpretemos a Dios en su forma de obrar. El no comprender la soberanía de Dios en los llamados que le hace a sus hijos puede llevar a que andemos criticándonos unos a otros.

Ciertamente he recibido muchas críticas por el llamado de Dios para mi vida; y no solo de aquellos que no conocen a Dios. La verdad es que el llamado de Dios es exclusivo para cada uno de nosotros, por lo que es muy posible que el que no reciba el llamado no lo comprenda. Si esta evaluación es correcta, debo ser capaz de encontrarla en la Biblia. Pienso en Isaías, caminando desnudo en Israel por tres años (Is. 20:2). Si esto pasara hoy, ¿cuántos de nosotros creeríamos que fue mandado por Dios? Me atrevo a decir que muchos de nosotros pensaríamos que Isaías estaba loco, que ¡Dios nunca mandaría a alguien hacer esto! Y Oseas, ¿cuántos de nosotros creeríamos que Dios está hablando, si nuestro hijo viene a nosotros diciendo que el Señor le mandó casarse con una prostituta? Y cuando ella fuese infiel, de seguro le diríamos: “¡Ya te lo dije!”.

Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, por encima del plan general para todos, y es importante que antes de dar nuestras opiniones, vayamos al Señor y pidamos al único que es sabio si esto puede ser parte de Su plan o no. Puesto que nosotros siempre creemos tener la razón (Pr. 16:2), tenemos que evaluar si realmente estamos en lo correcto. De hecho, tengo por costumbre  preguntarme a mí misma cuando tengo una duda: “¿puedo estar equivocada en este asunto?” Pablo dice en 2 Corintios 10:12: “midiéndose a sí mismos y comparándose consigo mismos, carecen de entendimiento”. Yo no quiero carecer de entendimiento, por lo que busco más al Señor durante las dudas.

Como dije, el llamado es exclusivo en el sentido de que Dios te habla específicamente a ti y nadie más puede oírlo. Noé fue criticado por sus compañeros por años cuando estuvo fabricando el arca, porque no comprendieron su llamado (Mt. 24:37-39). Y Pablo, en el camino hacia Damasco, estaba con algunos compañeros que vieron la luz pero no comprendieron la voz (Hch. 22:6-9). ¡Esto es increíble! Es posible que Noé estuviera solo cuando recibió el llamado, pero Pablo estaba con otras personas. Ellos oyeron la voz, ¡pero no pudieron entender lo que Dios dijo! Por tanto, es importante que vigilemos nuestro propio caminar, porque es posible que como nadie más oyó el llamado, sólo Dios pueda comprenderlo. En estas circunstancias tenemos que caminar por fe y no por vista. Para aquellos que están casados, hay llamados que deben incluir al cónyuge, si es que viene de Dios.

No obstante, aun en el matrimonio pueden haber llamados en los que tu cónyuge no esté oyendo, porque es algo específico para ti. El esposo entonces debe estar de acuerdo, y aunque no lo esté, si el llamado viene de Dios, Él cambiara su corazón para que ambos estén alineados. El Señor usará este tiempo para colocar todo en su sitio, para que el tiempo de comenzar sea perfecto. Debemos recordar que esto puede tomar tiempo, y tendremos que tener paciencia. Hay que orar sin cesar, porque Dios no tiene atajos. Él está formándonos a Su imagen a través de un mismo evento. Si tu esposo nunca llega a estar de acuerdo, entonces tienes que aceptar que no fue Dios quien estaba hablando, sino tus propios deseos. Si el llamado no es para mí, sino para otra persona que conozco, aunque no tenga una relación estrecha con esa persona, el Señor me llama a orar por ella y no necesariamente hablarle.

Si es alguien con quien tengo una relación, entonces primero debo orar y luego hablarle, y después orar de nuevo, pero no seguir insistiendo. Si la persona está equivocada, nuestro Dios es capaz de enseñárselo, y Él puede usar mis oraciones precisamente para este fin. Si sigo insistiendo, estoy demostrando que mi fe es débil porque no confío suficientemente en el Señor para cambiarle. Aún peor, estoy tomando un lugar que no me pertenece: el del Espíritu Santo. No estamos cualificados para hacer Su trabajo. Nuestro Dios es bueno, grande y perfecto, y yo no soy ninguna de esas tres cosas. Mi trabajo es observar humildemente sus formas, reconociendo que Él sabe más que yo, y así aprender a conocerle más cada día, mientras procuro escuchar su voz en el llamado que puede estar haciéndome.

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