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Cuando leí por primera vez El principito, quedé deslumbrada por la profundidad de los pensamientos tan abstractos que trataba. 

Poseo dos copias de esta novela. Una es una edición especial, con ilustraciones desplegables que sobresalen de las páginas hermosamente compaginadas. La otra es una edición de 1974, bastante simple y maltratada. Aún así, esta copia estropeada tiene gran valor para mí porque perteneció a mi abuelo: contiene sus anotaciones ¡y todavía conserva el precio que pagó por él! 

Mientras volvía a leerla, recordaba cuán diferente es lo que cada persona considera de valor y lo que realmente importa. 

El principito es una novela corta llena de pensamientos filosóficos y de una profunda psicología infantil. Fue publicada por primera vez en 1943 y es obra del escritor francés Antoine de Saint-Exupéry. La obra cuenta la historia de un aviador y su encuentro con un niño particular en el desierto del Sahara, al que llama «el principito».

El enigma del trasfondo del pequeño personaje se revela a lo largo del relato, mostrando una visión introspectiva y humanista de la vida. Es una novela para pensar sobre nuestra percepción de la vida y reflexionar sobre las cosas que más valoramos. 

Lo que tiene valor para el mundo

El viaje del pequeño príncipe comienza por el descontento con su rosa, flor que ama y considera lo más importante, a pesar de que cuestiona su valor a lo largo de la travesía por diversos planetas. Aunque Saint-Exupéry parece expresar erróneamente que el ser humano posee una belleza moral innata, acertó en la percepción del mundo respecto a lo que le parece importante. 

Al visitar diferentes planetas, el principito se encuentra con diversos personajes a los que cuestiona lo que más valoran en sus vidas: el rey embelesado valoraba el ser respetado; el vanidoso, el obtener adulación; el bebedor, sus sentimientos; el hombre de negocios, sus posesiones; el farolero, su trabajo; y el geógrafo, su conocimiento. Como el aviador señalaba: «El principito tenía sobre las cosas serias ideas, muy diferentes de las que suelen tener las personas mayores» (p. 46). 

Saint-Exupéry escribió: Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos’, pero solo un corazón transformado puede ver a Cristo como lo esencial

Cada uno vive según lo que más valora. Este concepto impregna todo el relato y debería recordarnos lo fácil que es poner en primer lugar para nosotros lo que deseamos, sentimos, poseemos, hacemos y sabemos. Al igual que las personas de los encuentros del principito, creemos que las «cosas serias» son por lo que vale la pena vivir. Vertemos nuestros esfuerzos en ellas y nos ensimismamos en vidas sin sentido alejadas de Cristo. Juan nos lo advierte encarecidamente: «No amen al mundo ni las cosas que están en el mundo» (1 Jn 2:15). 

Ninguno de los particulares personajes que ocupaban cada planeta, ni aún el principito, estaban conscientes de que lo que amaban tanto era efímero. Es una realidad que las personas de este mundo y lo que tanto desean se acabarán (1 Jn 2:17), pero la Biblia nos muestra la alternativa de vivir en y para Cristo (cp. Col 1:6). 

Lo que tiene valor para nosotros

Como todas las cosas que podríamos desear de este mundo, la importancia de la rosa del principito estaba directamente ligada a su esfuerzo y sus recursos: «Lo que hace importante a tu rosa es el tiempo que tú has perdido con ella» (p. 70). Pero lo que es realmente importante no es relativo. Tenemos la dicha de que nuestra nueva vida en Cristo no dependa en nada de nosotros. 

Lo que es realmente importante no es relativo. Tenemos la dicha de que nuestra nueva vida en Cristo no dependa en nada de nosotros

Antes de advertirnos sobre amar las cosas de este mundo, Juan nos recuerda a Jesucristo: «Él mismo es la propiciación por nuestros pecados, y no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero» (1 Jn 2:2). Al pagar el precio de nuestro pecado, nuestro valor reside en Él. Cristo debería ser lo más importante de nuestra vida. Amar lo que el mundo considera de valor es muy fácil. Deshacerse del afecto que tenemos por las cosas efímeras de este mundo para dar a lugar a Cristo es una batalla constante en la vida cristiana. 

Respecto a dicha batalla, la Biblia nos anima a no pecar y nos recuerda que es Dios quien nos capacita para estar firmes en Cristo. Entonces, así como el principito arrancaba la maleza (brotes de baobabs) que crecía en su pequeño planeta, deberíamos permanecer en el Señor (Jn 15) para, a través de Él, constantemente limpiar nuestras vidas de todo pecado procurando vivir para Él (2 Cor 7:1). El principito reconocía la seriedad de dejar crecer la maleza: «…tratándose de los baobabs, el retraso (en arrancarlos), puede ser una catástrofe» (p. 23). Una catástrofe que en nuestros corazones termina por dar a luz a la muerte (Stg 1:15), revelando el poco valor que se le dio a Cristo (cp. Heb 10:29).

Cristo como lo esencial

Si es tan sencillo darle valor a algo tan malgastado como el libro de mi abuelo, cuánto más fácil es dárselo a las «cosas serias» de la vida. 

Esto me hace reflexionar en las palabras del zorro, en las que Saint-Exupéry escribió una media verdad: «Solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». La verdad completa es que solo un corazón transformado puede ver a Cristo como lo esencial. Somos dichosos de que Él sea nuestra vida y seguridad. 

Regresemos a lo que realmente es importante y vivamos piadosamente en Cristo.

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