Este es un fragmento adaptado del libro Escuchando a Jesús en medio de tu dolor (Tyndale Español, 2023), por Nancy Guthrie.
Hay algo en lo profundo de nosotros que nos dice que recibimos lo que merecemos o que nos merecemos lo que recibimos. Pero ¿es así como funciona en realidad? ¿Dios nos hace pagar por nuestra desobediencia con sufrimiento? Quizás nuestro instinto nos dice que así debería funcionar. Pero, a menudo, nuestros instintos son poco fiables.
La verdad es que, si pertenecemos a Jesús, nunca debemos atormentarnos por la suposición de que nuestro sufrimiento es la forma en que Dios nos hace pagar por los errores cometidos. Puedes confiar en que tu sufrimiento no es un castigo por tu pecado. ¿Cómo lo sé? Porque Alguien ya ha sido castigado por tu pecado.
Todo el castigo por tus malas elecciones, tu abierta rebelión, tu extrema apatía hacia Dios, tus acciones más feas y vergonzosas, todo ha sido cargado sobre Jesús. Él fue castigado por tu pecado para que no tengas que ser castigado. Ese es el evangelio, y va en contra de nuestros instintos.
Parece demasiado bueno para ser cierto. Jesús ha soportado el castigo que nosotros merecemos y nos ha ofrecido Su propio historial de justicia perfecto. Cuando nos ocultamos en la persona de Jesús, no debemos temer que Dios descargue Su ira sobre nosotros por lo malo que hemos hecho. Dios descargó esa ira sobre Jesús en la cruz para poder derramar Su perdón sobre nosotros.
De manera que, si nuestro sufrimiento en la vida no es un castigo por el pecado, ¿qué es entonces? ¿Qué lo provoca? ¿Por qué ocurre?
El evangelio expone el origen del sufrimiento
Aunque (para los creyentes) nuestro sufrimiento nunca es el castigo por nuestro pecado, ciertamente experimentamos las consecuencias naturales de nuestro pecado. La Escritura advierte: «Los que siembran injusticia cosecharán desgracia» (Pr 22:8).[1] Todos reconocemos que atraemos mucho de nuestro sufrimiento por nuestras propias malas decisiones. Dios no se mete para evitar que suframos las consecuencias naturales que nos tocan vivir como seres humanos imperfectos en este mundo.
Dios descargó esa ira sobre Jesús en la cruz para poder derramar Su perdón sobre nosotros
No son solo las consecuencias de nuestros propios pecados las que nos hacen sufrir. A menudo sufrimos las consecuencias naturales del pecado de la gente que nos rodea. Otras veces, nuestro sufrimiento es sencillamente el resultado natural de vivir en un mundo caído y roto, donde ocurren accidentes y azotan desastres naturales y los cuerpos envejecen. De modo que mucho de nuestro sufrimiento es el resultado de vivir en un mundo que está roto por los efectos del pecado.
Hubo un tiempo en que la vida aquí no era así, cuando el dolor no era parte de la experiencia humana. Pero todo cambió cuando nosotros como seres humanos elegimos buscar satisfacción lejos de Dios (Ro 5:12; 8:20).
Nuestro mundo está roto por los efectos devastadores del pecado y, a menudo, experimentamos esa condición en forma de sufrimiento. La muerte, las enfermedades, la destrucción son el resultado de vivir en un mundo donde el pecado se ha arraigado y ha corrompido todo.
Cuando ocurre algo malo, somos rápidos en enojarnos con Dios y dejarle la culpa de nuestro sufrimiento. Pero por qué nadie jamás exclama en medio del sufrimiento: «¡Estoy muy enojado con el pecado!». ¿Acaso no deberíamos echar la culpa del sufrimiento donde corresponde? ¿Acaso el sufrimiento de este mundo no debería enojarnos con el pecado y el poder que tiene para dañarnos? ¿Acaso no debería provocarnos gratitud el hecho de que Dios aborrezca el pecado y el sufrimiento que este causa a tal punto que estuvo dispuesto a enviar a Su Hijo a morir para librar este mundo de la maldición y el quebranto del pecado?
El evangelio inició un proceso de liberación del sufrimiento
El proceso de librar el mundo de su quebranto comenzó con el evangelio prometido: cuando Jesús se hizo carne y cargó la maldición sobre Sí mismo. Puso en marcha un proceso de alivio de esa maldición y de restauración a la perfección, pero ese proceso no está terminado. Por ahora, vivimos en un tiempo intermedio hasta que llegue ese día, de manera que el sufrimiento es una realidad del mundo en que vivimos. Como resultado, es de esperar que haya desastres naturales, virus mortales y genes defectuosos.
Este mundo está roto y seguirá estando roto hasta que Cristo abra paso a un nuevo cielo y a una nueva tierra en la que no haya maldición. Además de las consecuencias naturales y las causas naturales del pecado, con seguridad, parte del sufrimiento es la obra de Satanás.
La meta de Satanás es separarnos de Dios. Esto se manifiesta con más claridad en la historia de Job, en la que Satanás vino a Dios a pedirle autorización para dañar a Job en el intento de demostrar que Job era fiel a Dios solo por las bendiciones que recibía de Él. Satanás estaba convencido de que, si esas bendiciones desaparecían, Job estaría en contra de Dios, y quería demostrarlo (Job 1:9-11).
Este mundo está roto y seguirá estando roto hasta que Cristo abra paso a un nuevo cielo y a una nueva tierra en la que no haya maldición
De la misma manera, Jesús habló sobre la influencia sobrenatural de Satanás en el sufrimiento cuando le dijo a Simón Pedro: «Simón, Simón, Satanás ha pedido zarandear a cada uno de ustedes como si fueran trigo; pero yo he rogado en oración por ti, Simón, para que tu fe no falle» (Lc 22:31-32).
Es interesante observar que el propósito de Satanás, tanto en la situación de Job como en la de Pedro, es el mismo y nos dice algo acerca de por qué Satanás produce sufrimiento en nuestra vida. Quiere abrir una brecha entre nosotros y Dios, por eso utiliza el sufrimiento como instrumento para intentar destruir nuestra fe y confianza en Dios.
El evangelio nos ayuda a comprender el sufrimiento
Es interesante notar también que el mismo instrumento de sufrimiento que Satanás procura utilizar para destruir nuestra fe, sea el instrumento que Dios se propone usar para desarrollarla. La misma circunstancia que Satanás envía para tentarnos a rechazar a Dios es la que Dios usa para capacitarnos. Lo que Satanás utiliza para herirnos, Dios lo usa para podarnos.
El autor de Hebreos nos dice que «el Señor disciplina a los que ama» y que «ninguna disciplina resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa!» (12:6, 11). Esto nos muestra que parte del sufrimiento que experimentamos es en realidad la disciplina amorosa de nuestro Padre. El autor nos alienta: «La disciplina de Dios siempre es buena para nosotros» (He 12:10).
Dios está obrando, podando las partes muertas y los patrones destructivos en nuestra vida para que podamos florecer y crecer
Obviamente, la disciplina no es agradable en el momento. Se siente como dificultades y pérdida y, con frecuencia, produce dolor. Como hijos de Dios, lo que nos permite soportarla es que, aunque es sufrida, confiamos en que tiene un propósito. Nunca es punitiva. Nunca es al azar. Nunca es demasiado dura. Siempre es por amor.
¿Cuál es el propósito? Dios desea que seamos capaces de ver que Su disciplina «después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido entrenados por ella» (He 12:11). Dios está obrando, podando las partes muertas y los patrones destructivos en nuestra vida para que podamos florecer y crecer.
Dios está en control
De manera que al buscar qué o quién ha traído sufrimiento a nuestra vida, no podemos ignorar la realidad de que, como Dios está en definitiva en control de este mundo y nuestra vida, nada nos sucede que no haya sido designado por Él. Reconozco que esta idea incomoda a mucha gente y, la mayoría de nosotros, preferiríamos decir que, aunque Dios «permite» el sufrimiento en nuestra vida, jamás lo iniciaría, ni lo enviaría, ni estaría detrás de este de ninguna manera.
Sin embargo, eso sencillamente no parece correcto. Con seguridad, Dios permite el sufrimiento. Lo vemos vez tras vez en la Biblia. Pero también vemos que, con frecuencia, parece tener un papel más activo que simplemente permitirnos experimentar las consecuencias naturales del pecado, los resultados inevitables de la caída de este mundo o los feroces dardos de Satanás.
Así que, aunque no es incorrecto decir que Dios permite el mal y el sufrimiento, es inadecuado y, tal vez engañoso, limitar la participación de Dios en el sufrimiento a esa palabra, sugiriendo que solo pasivamente (y quizás con renuencia, esperamos) lo autoriza.
De hecho, hay solo un puñado de pasajes bíblicos donde el texto mismo dice que Dios «permitió» o «autorizó» una dificultad o daño, mientras que muchos más indican que el Dios soberano envió, designó, trajo, planeó, causó o generó experiencias de sufrimiento a Su pueblo con algún propósito (Dt 32:39; 2 S 12:15; Sal 66:10-12; Is 45:7; Jr 46:28; Jon 2:3; Mt 4:1; 1 P 3:17).
A veces, Dios en Su bondad corre la cortina y nos muestra cómo está usando nuestra pérdida en nuestra vida o en la vida de quienes nos rodean. Otras veces, tenemos que esperar. Con seguridad no podemos esperar ver los propósitos completos de Dios en esta vida. Ahí es donde hace falta la fe, fe en que Dios está obrando todas las cosas para bien de aquellos que lo aman, fe en que vendrá un día en que lo que no podemos ver ahora se volverá claro, fe en que Él nos dará la gracia que necesitamos para exponer Su gloria a la vista del mundo.
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