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Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo (Ro 5:1).

A pesar de que este texto es bastante conocido, muchas veces perdemos de vista la belleza de su enseñanza. Por eso quisiera desglosar cada parte del versículo, para reflexionar con detenimiento en sus verdades.

Justificados…

En primer lugar, debemos establecer el hecho de que estar justificados es la condición contraria a estar condenados.

Los seres humanos estamos condenados por Dios a causa de nuestros pecados. Quebrantar la ley de Dios y despreciar Su gloria son actos terribles y viles que no se pueden quedar impunes. Todos los seres humanos nacen en ese estado de condenación debido al pecado (Ro 3:23; 5:12; Ef 2:1-2).

Entonces, podemos asegurar que el problema del ser humano es de carácter legal, porque hemos violado la ley divina y merecemos Su castigo. Dios, el juez justo, no puede pasar por alto la maldad y el pecado.

Ante esta terrible situación, la solución provista es también de carácter legal. Necesitamos un estatus legal que nos permita estar a cuentas con Dios y en una relación correcta con Él. Dios ha provisto ese estatus en Cristo, y la Biblia lo llama «la justicia de Dios» (Ro 3:21), «la justicia que viene de Dios» (Fil 3:9) o «la justicia de la fe» (Ro 4:11).

Estas expresiones se refieren a que Dios ha provisto, en Cristo, la justicia que prometió por medio de los profetas, quienes anunciaron con entusiasmo esta esperanza para el pueblo de Dios (Is 42:1; 46:13; 51:6; Jr 23:5; 33:15-16; Mal 4:2). Jesús logró nuestra justificación en Su muerte y resurrección (Ro 4:25), de modo que somos perdonados y nuestra condena queda removida. Esta es la justificación que Cristo logró por nosotros.

Hay una situación en los evangelios que nos ayuda a tener una idea más completa de lo que significa el acto de justificar. En cierta ocasión, se dice que un grupo de personas que escuchaban a Jesús «justificaron a Dios» (Lc 7:29, RV60). Esta expresión quiere decir que aquellas personas dieron un veredicto, aprobaron y reconocieron que Dios es justo.

La salvación es un regalo que se da por gracia y se recibe por fe; es para los pecadores que se arrepienten y reciben la gracia de Dios

Esta expresión nos ayuda a comprender que la justificación supone un veredicto que se pronuncia. La doctrina de la justificación enseña que Cristo lleva nuestra condena y Dios emite un veredicto: somos perdonados y declarados justos ante Él. No solo inocentes, sino justos, como quienes han cumplido todas las demandas de la ley.

Por eso Pablo decía: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (1 Co 5:21). A causa de lo que Cristo sufrió, siendo tratado como un pecador, Dios nos considera y declara justos delante de Él.

Entonces, ser justificados es ser declarados y estimados justos por Dios, como habiendo cumplido todas las demandas de Su justicia perfecta.

…por la fe…

Esta justicia no es algo que ofrecemos a Dios, sino que recibimos de Él en Cristo. No nos ganamos este estatus legal, sino que es un regalo del cielo que se recibe por la fe. Al decir «por la fe», Pablo está confirmando que no es por obras (Ef 2:8-9). No hay méritos en nosotros para obtener este veredicto favorable de Dios.

Esta fe es la confianza que reposa en el Señor Jesús y en todo lo que hizo para nuestra redención. No nos apoyamos en nuestra virtud, bondad u obediencia para nuestra salvación, porque se trata de una expresión de gracia que se recibe al confiar en Dios.

Esta es la buena noticia para el pecador, que el regalo de la justicia (Ro 5:17) no es para los fuertes, rectos y buenos. Al fin y al cabo, no hay ninguna persona buena. La salvación es un regalo que se da por gracia y se recibe por fe; es para los débiles, viles e indignos pecadores que se arrepienten y reciben la gracia que Dios ofrece.

La justicia de Dios en Cristo no se obtiene cruzando océanos, ni escalando montañas ni descendiendo a las profundidades de la tierra. Se recibe por fe, con manos vacías y abiertas, porque Dios ha provisto todo en Cristo.

¡Cuán glorioso es esto, que somos justificados por la fe sola!

…tenemos paz para con Dios…

Esta frase nos recuerda que el pecado no solo nos condena, sino que también nos pone en enemistad con Dios. La humanidad está bajo la condena de Dios y en una relación hostil con Él. La idea de reconciliación, que es prominente en todo el Nuevo Testamento, presupone que existe un conflicto; las partes reconciliadas estuvieron enemistadas, de otro modo no habría necesidad de una reconciliación.

Esto nos permite entender que el problema del ser humano también es de carácter relacional, porque hemos ofendido a Alguien. Hemos agraviado a una Persona infinitamente buena y justa. Por eso la Biblia describe a los seres humanos sin salvación como enemigos de Dios (Col 1:21). Nuestra hostilidad a Dios es confirmada por nuestras malas obras y está enraizada en nuestro interior. Nuestro estilo de vida rebelde, nuestro pecado, nuestra desobediencia y nuestro amor por las cosas de este mundo señalan esa enemistad con Dios.

Y así como nuestra condenación, desde que llegamos a este mundo estamos en guerra con nuestro Creador. Somos por naturaleza enemigos de Dios (Ro 5:10; Ef 2:1-3).

…por medio de nuestro Señor Jesucristo

Pero Cristo, al llevar nuestra condena en la cruz, ha removido nuestros pecados y también la enemistad que teníamos con Dios. Cristo es quien nos reconcilia con nuestro Creador al llevar en Su cuerpo nuestro castigo. Él es el sacrificio que cambia la enemistad en reconciliación y transforma la guerra en paz.

La sensación de paz, alivio y descanso que Dios da a Sus hijos es fruto y efecto de la paz que Cristo logró en la cruz

Es por eso que, antes de entender esta paz como la sensación de bienestar y descanso que experimentamos en el alma, debemos entenderla como algo fuera de nosotros y que transforma nuestras vidas. Es decir, la paz que Cristo nos da es primera y principalmente una realidad concreta, que no está sujeta a las circunstancias o los sentimientos.

Esta paz es, primero que todo, una relación restaurada con Dios y solo después una experiencia en el alma. Esta paz es una realidad objetiva (fuera de nosotros) que luego produce una experiencia subjetiva (en nosotros). La sensación de paz, alivio y descanso que Dios da a Sus hijos es fruto y efecto de la paz que Cristo logró en la cruz.

Lo más glorioso de esta realidad objetiva, llamada reconciliación con Dios, es que no cambiará nunca, incluso si nuestra experiencia subjetiva se ve afectada (cp. Ro 8:38-39).

El glorioso evangelio de Cristo

Lo más terrible de la existencia humana es estar peleados con Aquel que es juez sobre todo, fuente de todo bien, Rey del universo y superior a todo lo que existe. El mayor problema que enfrenta la humanidad es estar peleado con la Persona incorrecta, con el Todopoderoso; y esa es la condición natural de cada persona.

Pero la gran solución se llama Cristo Jesús, nuestra paz. Quien pone su fe en Él, obtiene la justificación de sus pecados y recibe la paz con Dios. ¡Cuán gloriosa salvación y cuán hermoso Salvador!

La justificación que Cristo logró para Su pueblo es el fundamento de la paz que tenemos con Dios. Ahora gozamos de una relación amistosa con el Creador y todo esto es un regalo del cielo que recibimos por medio de la fe. Somos salvos por gracia por medio de la fe; fuimos declarados justos cuando vimos a Cristo y pusimos nuestra confianza en Él. Estamos cubiertos de Su justicia y en paz con el Creador.

¡Cuánta gloria hay en Cristo, nuestra justicia!

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