Cada semana me tomo una hora para poner en orden las responsabilidades que debo atender en los siguientes días. Es un tiempo que me permite detenerme, reflexionar en cómo he caminado delante del Señor y pedirle Su sabiduría para seguir adelante, mientras descanso en que Él tiene el control del fruto de mis esfuerzos.
Llevo ya más de diez años apartando regularmente este espacio para la planificación. A lo largo de ese tiempo he pasado por muchas etapas: estudiante universitaria soltera, estudiante universitaria casada, trabajadora en oficina y editora trabajando en casa sin hijos. Ahora me desempeño principalmente como escritora desde mi hogar (¡pero en otro país!), soy esposa de pastor y tengo tres hijos que van desde los 0 a los 13 años. Como imaginarás, la vida hoy luce muy diferente a cuando empecé a planear mis semanas en aquellos años de la universidad, con mis días saltando de clase a laboratorio, trabajando de medio tiempo, sirviendo en varios ministerios de la iglesia y con varios proyectos personales en marcha.
Pero ese impulso de correr de una cosa a otra no se ha ido del todo. Con demasiada frecuencia me veo tentada a añadir a mi lista más libros por leer, más cursos para estudiar, nuevos proyectos de escritura y más reuniones en la agenda. Subestimo el tiempo y la energía que toman las cosas; me convenzo de que de alguna manera lograré atender todas mis responsabilidades y añadir un par más sin colapsar. Después de todo, hace diez años podía hacer muchísimo más de lo que hoy estoy haciendo, ¿no?
Sí, pero hoy no estoy en el mismo lugar en que estaba hace diez años. Mis responsabilidades no son las mismas. Mi energía y flexibilidad para usar el tiempo no son las mismas. Si ser fiel significa hacer lo mejor que podemos con los recursos que Dios nos ha dado en este momento, mi fidelidad de hoy no lucirá igual que mi fidelidad de ayer. Eso está bien.
Cuando es tiempo de dejar la batalla
En 2 Samuel 21 nos encontramos con un David ya entrado en años, pero todavía en la batalla. En medio de la lucha, el rey se cansó y un filisteo estuvo a punto de matarlo. Afortunadamente, el fiel Abisai fue en ayuda del rey David y mató al enemigo. Después del incidente, leemos que «los hombres de David le juraron: “Nunca más saldrá en la batalla con nosotros, para que no apague la lámpara de Israel”» (v. 17). Los días del guerrero David estaban llegando a su fin, aunque la obra del Señor a través de él no estaba completa, pues reinó un tiempo más después de esas guerras contra los filisteos.
Si ser fiel significa hacer lo mejor que podemos con los recursos que Dios nos da en este momento, mi fidelidad de hoy no lucirá igual que la de ayer
Puede ser decepcionante mirar atrás y darnos cuenta de que ya no podemos hacer las cosas que hacíamos antes. Quizá nuestro rol en el ministerio ha cambiado, como cuando los apóstoles se dieron cuenta de que tenían que delegar el servicio de las mesas para enfocarse de lleno en la predicación de la Palabra y la oración (Hch 6:1-4). Tal vez estamos pasando por un tiempo de enfermedad que nos obliga a soltar las iniciativas de la congregación que hemos liderado por muchos años. Puede ser que niños pequeños corretean por nuestro hogar y eso significa que lo mejor será disminuir la carga laboral o incluso abandonarla por completo. A veces estos cambios vienen con un sentimiento de culpa: «¡Pero debería atender las necesidades del vulnerable!», «¡Pero debería estar más involucrada en los ministerios de mi iglesia local!», «¡Pero debería traer más dinero a la casa!».
Aunque nunca está de más examinarnos para ver si no estamos luchando con la pereza al evitar ciertas tareas, lo cierto es que cada etapa de la vida demanda cosas distintas de nosotros. Hay nuevas responsabilidades, lo que implica dejar las anteriores; nuestro cuerpo se desgasta por la edad o por alguna condición física y lo que antes nos tomaba una hora hoy nos toma tres. Nos despertamos con el mismo amor por el Señor y deseo de honrarle, pero lo que tenemos para ofrecer es distinto. La fidelidad de hoy en nuestras batallas y desafíos no es la misma de ayer.
Tiempo de cosechar, tiempo de sembrar
Ciertas etapas de la vida son como el tiempo de cosecha en un huerto. Pasamos por las hileras de árboles rebosantes con una gran canasta, recogiendo un montón de fruta sin descanso. Nos movemos rápido y el resultado de todo el esfuerzo se observa inmediatamente. Hay otras etapas que son más como el tiempo de siembra. Las tareas son lentas, repetitivas y la recompensa de la labor no se verá dentro de mucho tiempo. Y también hay tiempos de espera, donde no hacemos mucho más que regar y cuidar de los campos.
Deleitémonos en las obras que Dios nos pone hoy, aunque parezcan monótonas y de progreso lento comparadas con lo que hacíamos ayer
Dicen por ahí que «la comparación es ladrona de gozo». Hay mucha sabiduría en este dicho popular. Es fácil caer en la trampa de compararnos con otros para tratar de medir nuestra fidelidad al Señor, y a veces nos comparamos con nuestro «yo» del pasado. Esto es un error. ¿Hemos considerado que quizá ayer era tiempo de cosechar y hoy nos toca sembrar o esperar? Oremos al Señor por sabiduría, miremos los recursos que Él ha puesto en nuestras manos y deleitémonos en caminar en las buenas obras que Él ha puesto para nosotros hoy (Ef 2:10), aunque parezcan monótonas y de progreso lento comparadas con lo que hacíamos ayer.
Por todo esto es que, cada semana al planear, mi primer punto en la agenda es orar. Necesito poner mi mirada en el lugar correcto. Mi estándar no es mi yo del pasado. Necesito sabiduría nueva para este momento. La buena noticia es que Dios promete darnos esa sabiduría que necesitamos si la pedimos con fe (Stg 1:5). La noticia aún mejor es que, por lo que Jesús hizo en la cruz del calvario, hay gracia para cuando fallamos.
Cuando nos toca bajar la marcha, descansemos en que nuestro Dios fiel nos enseñará cómo luce ser fieles hoy. Mañana traerá su propio afán.