El Antiguo Testamento establece la fiesta de los tabernáculos, una de las tres fiestas más importantes para el Señor. Todo varón del pueblo de Israel estaba obligado a subir a Jerusalén para celebrarla (Lv 23:41, Dt 16:16). Muchos judíos en Jerusalén y alrededor del mundo se reúnen a finales de septiembre para celebrar esta fiesta aun en nuestros días.
Tal vez piensas: “No soy judío y soy cristiano, ¿qué tiene esta fiesta que ver conmigo y mi fe?”. Si te haces esa pregunta, permíteme mostrarte que esa celebración nos recuerda y nos apunta a algo que tiene mucho que ver con nuestra fe como cristianos.
La celebración de la fiesta de los tabernáculos
Esta fiesta tiene una duración de siete días. Lo primero que Dios instruye es que el primer día y el último día de la fiesta son días de reposo para el Señor; es decir, la primera ofrenda que el pueblo debe presentar a Dios es su propio tiempo al cesar de sus labores cotidianas y enfocarse en su Señor (Lv 23:35, 39). Luego, debían presentarse ofrendas de sacrificios vacunos y libaciones por siete días (vv. 36-37).[1] Estos sacrificios no eran por el pecado del pueblo. Por el contrario, eran una expresión de gratitud y adoración a Dios por su presencia en medio del pueblo y la provisión de la cosecha (Dt 16:13).[2]
Por otro lado, en el primer día de la fiesta también debían ser recolectadas palmeras, mimbre y frutos y durante ese tiempo el pueblo debía morar en “chozas de ramas” (סֻכֹת, sukkot) o, como se llegaron a conocer, “tabernáculos”. Los siete días de la fiesta debían caracterizarse por el regocijo del pueblo delante del Señor (Lv 23:39-40).[3]
Ahora bien, ¿cuál es el propósito de la fiesta? La Biblia dice: “Para que sus generaciones sepan que Yo hice habitar en tabernáculos a los israelitas cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el Señor su Dios” (v. 43). En otras palabras, busca recordar a las generaciones futuras que Dios es el Redentor de su pueblo, quien los liberó de la esclavitud en Egipto, los sustentó en tabernáculos en el desierto proveyendo para todas sus necesidades[4] y es su Dios, quien mora en medio de su pueblo (Nm 2:2, 17).
Hay otros elementos importantes de esta festividad que se remontan incluso a los días de Nehemías. Primero fue la lectura de las Escrituras (Neh 8:1-18), luego se procedió a la procesión realizada por un sacerdote designado especialmente en el último día de la fiesta (el cual era considerado el día más importante y emocionante), en donde tomaba agua del estanque de Siloé en una jarra de oro y la llevaba a los pies del altar para verterla allí. Esto era tomado como una ofrenda de libación que además tenía un aspecto profético al representar que algún día correrían aguas vivas desde Jerusalén. Todo esto se hacía en un ambiente de alegría que el Mishná comenta diciendo, “quien nunca haya visto esta ceremonia, la cual era acompañada por danzas, cánticos y música (Sukkot 5:4), nunca ha visto lo que es verdadero gozo (Sukkot 5:1)”.[5]
La fiesta de los tabernáculos es celebrada en nuestros días de forma similar a como se hacía en la antigüedad, tanto en las sinagogas como por cristianos mesiánicos.[6] Los puritanos tuvieron en alta estima esta fiesta. Ya que la fiesta se caracteriza como un tiempo de regocijo y acción de gracias por la redención y provisión del Señor, “los puritanos, quienes tomaban el Antiguo Testamento más seriamente que la mayoría de los cristianos, realizaban la festividad estadounidense de acción de gracias (Thanksgiving) como se celebra la fiesta de los tabernáculos”.[7]
La fiesta de los tabernáculos y el evangelio
Quisiera establecer un nexo entre la fiesta de los tabernáculos y el nacimiento de Jesús. Aunque no podemos determinar con certeza cuándo nació Jesús, podemos estar seguros que no ocurrió en nuestra fecha de Navidad. Por otro lado, en el evangelio de Lucas tenemos la evidencia bíblica más aproximada para determinar la fecha del nacimiento de Jesús. El relato empieza diciéndonos: “Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote llamado Zacarías, del grupo de Abías…” (Lc 1:5).
En aquel entonces habían 24 divisiones sacerdotales que servían en el templo anualmente, entre las cuales el grupo de Abías era la octava (1 Cr 24:7-18). Cada grupo servía dos veces al año.[8] Esto colocaría el servicio del grupo de Abías en el cuarto mes del calendario Hebreo (Tamuz = junio/julio).[9] Algunos días después, aunque en el mismo mes (Lc 1:23-24), la esposa de Zacarías concibió a Juan el Bautista. Seis meses después (en Tevet = diciembre/enero), María concibió a Jesús por obra del Espíritu Santo (Lc 1:35-36). Él entonces nacería nueve meses más tarde, en el mes de Tishrei (septiembre/octubre), exactamente para el tiempo de la fiesta de los tabernáculos.[10]
Esto podría concordar con el testimonio de Juan, quien usa en griego la palabra equivalente para “tabernáculos” y dice que “el Verbo carne se hizo, y puso su tabernáculo en medio nuestro. Y vimos la gloria de Él, gloria como la del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Jn 1:14, traducción personal).[11] Se podría inferir que el apóstol asocia la encarnación de Jesús con hacer un tabernáculo; en otras palabras, toda la gloria radiante de Dios fue puesta dentro de un tabernáculo para que Él pueda morar en medio de su pueblo. Ese tabernáculo era Jesús.
Más adelante, leemos cómo Jesús hace una gran invitación en el contexto de esta celebración:
“En el último día, el gran día de la fiesta, Jesús puesto en pie, exclamó en alta voz: «Si alguien tiene sed, que venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como ha dicho la Escritura: “De lo más profundo de su ser brotarán ríos de agua viva”». Pero Él decía esto del Espíritu, que los que habían creído en Él habían de recibir…” (Jn 7:37-39).
Esto fue en “el último día, el gran día de la fiesta” de los tabernáculos. En este día se leía las Escrituras y se traía el agua en la jarra de oro, mientras todo el pueblo estaba expectante y gozoso. ¿Puedes imaginar a Jesús entre tanta expresión de alegría, puesto en pie, abriendo los brazos y llamando hacia Él en voz alta con esas maravillosas palabras? Es fascinante ver cómo este texto solo toma sentido a la luz de la fiesta de los tabernáculos.
Esta fiesta despliega el evangelio porque nos recuerda que Dios se encarnó para visitarnos y salvarnos, para calmar la sed que el pecado producía en nosotros y hacer por su Espíritu que la vida eterna rebose en nuestro ser. Es por esto que el erudito y cristiano mesiánico Tim Hegg dice mientras celebra esta fiesta: “Me ha resultado muy alentador, mientras estoy sentado en la sucá [tabernáculo], considerar el amor de Dios demostrado al enviar a Su propio Hijo amado a morar conmigo en mi humilde y temporal morada”.[12]
La fiesta de los tabernáculos y el reino futuro del Mesías
Esta festividad que cierra el calendario bíblico también nos apunta al último estado en los eventos futuros. El profeta Zacarías explica que vienen días, después de la crucifixión de Jesús y la destrucción del templo, donde Israel se volverá al Señor (Zac 13:7-9; Mt 26:31). Luego, previo al retorno de Jesús, Israel y la ciudad de Jerusalén serán atacadas nuevamente por las naciones, pero esta vez la segunda venida del Señor interrumpirá la batalla (vea Zac.14:1-4; Ap 16:12-16).[13] No solo interrumpirá la batalla, sino que también interrumpirá el dolor, el sufrimiento, la injusticia y toda la maldad en el mundo.
Aun en ese reino futuro del Mesías Jesús, Zacarías dice que tanto Israel como nosotros —los gentiles que hayamos sido salvos al creer en Jesús e injertados en su pueblo— subiremos a Jerusalén para celebrar la fiesta de los tabernáculos (Zac 14:16; Ro 11:17, 25-26).[14] Es posible que durante esta fiesta “vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino” (Mt 8:11). Será el momento en que dejaremos de ser novia y pasaremos a ser esposa de nuestro Rey y Salvador Jesús, como le fue dicho al apóstol Juan: “Escribe: ‘Bienaventurados los que están invitados a la cena de las Bodas del Cordero… Estas son palabras verdaderas de Dios” (Ap 19:9).