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Si eres una persona adulta, es imposible que hayas caminado por este mundo sin haber experimentado la incertidumbre de los deseos incumplidos.

Pensando en eso, en su libro Anhelos insatisfechos: Aprendiendo a esperar a la manera de Dios (B&H Español, 2024) la escritora Patricia Namnún nos llama a contemplar nuestros anhelos como una oportunidad para confiar en la suficiencia de Cristo mientras aguardamos Su venida.

Te comparto algunas frases de este libro que me animaron y que me recordaron el lugar de todos los deseos insatisfechos: bajo la mano soberana de nuestro poderoso Redentor.


En medio del dolor por nuestros anhelos insatisfechos, necesitamos cuidarnos de la tentación de definir a Dios con base en nuestros sentimientos (p. 5).

Dios ama cuando nuestras vidas están llenas de alegrías y cuando nuestros anhelos más grandes no son satisfechos (p. 8).

Esperar bien no significa esperar sin dolor, y esta es una verdad que necesitamos entender en medio de nuestro propio sufrimiento y el de otros (p. 11).

Cada anhelo insatisfecho es parte del plan perfecto de Jesús para darnos más de Sí, pero Él no minimiza nuestro dolor, sino que nos muestra su compasión (p. 14).

Cuando el peso de nuestro sufrimiento parezca inaguantable, aferrémonos al peso de la gloria que ha de venir (p. 24).

La oración se da en un contexto de relación en la que Dios me habla y quiere que le hable, pero no es una relación entre iguales (p. 38).

Cuando nuestros corazones están llenos de duda y del sentir de que Dios nos ha olvidado, es el momento para orar aún más y acercarnos a Él en fe (p. 42).

La confianza en el Señor depende de lo que es verdad, y por eso es una decisión. Yo decido confiar en el Señor a pesar de cómo luzca todo mi alrededor (p. 95).

Confiar en Dios no significa que mi problema vaya a desaparecer o que mi anhelo será satisfecho porque confié en Él, sino que rindo mi corazón a Dios (p. 96).

Él es bueno siempre y Su bondad no tiene nada que ver con nuestro desempeño, sino con quién Él es; ese es Su corazón (p. 102).

Dios en Sus misericordias nos brinda consuelo. Si estamos atribuladas, en Sus misericordias nos brinda esperanza. Si hemos pecado, en Sus misericordias nos extiende perdón (p. 104).

No hay nada que ocurra o deje de ocurrir en nuestras vidas que no fluya desde el Calvario y que no haya pasado por Sus manos agrietadas primero (p. 106).

Esperar es algo que hacemos pero la paciencia es algo que ofrecemos (p. 107).

Una vida de fe no está detrás de que Dios nos dé lo que anhelamos, sino de creer y confiar en Su carácter, Sus promesas y la manifestación de Su voluntad (p. 114).

Podemos mirar atrás y encontrar gozo en Su salvación y por esa misma obra podemos mirar hacia adelante y saber que, un día, nuestro dolor no será más (p. 127).

La gratitud reconoce que lo que se ha recibido es bueno, y eso requiere que confiemos en Su carácter (p. 153).

Allí, en medio de las aflicciones, necesitamos recordar que Dios puso un límite de tiempo a nuestro dolor (p. 125).

Nuestro sufrimiento tiene fecha de expiración. Llegará un día en que nuestro dolor no será más. Llegará un día en el que nuestro Rey regresará y restaurará (p. 125).

Si nuestra esperanza nos desilusiona es porque descansamos en el objeto equivocado (p. 180).

Solo el Señor es firme, solo Él es el lugar fuerte sobre el cual poner nuestros pies. Todo lo demás es arena, es frágil, hoy es y mañana no es más (p. 182).

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