¿A qué versículos recurres con más frecuencia cuando te detienes a dar gracias a Dios?
Tal vez te inclinas ante una comida hecha en casa después de un día especialmente largo y frustrante. Puede que Dios haya obrado en un momento de gran desesperanza o necesidad: en la oficina, con los niños, en el presupuesto familiar. Tal vez tú y tus amigos pudieron hacer eso que tanto les gusta hacer juntos (pero que rara vez tienen la oportunidad de hacer). Puede que simplemente sintieras el calor del sol en la piel después de una semana de cielos nublados. Sabes que esa comida, ese amigo, ese sol vienen de Dios, y por eso quieres darle gracias. ¿Qué versículos vienen a tu mente?
Hay uno que viene a mi mente, en el que me he apoyado innumerables veces en oración:
Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, con el cual no hay cambio ni sombra de variación (Stg 1:17).
Es una perspectiva que reconforta el corazón y el alma: Todo lo bueno que tienes, lo tienes de parte de Dios. En pocas palabras, Santiago reúne todas las bendiciones imaginables —desde la más pequeña comida o las conversaciones más breves hasta los dones más preciados como los hijos, las iglesias, los hogares y la salud—, todas ellas bajo el brillante paraguas del amor del Padre.
Recientemente, sin embargo, mientras volvía a leer lentamente Santiago, me topé con este versículo conocido a causa del versículo que viene antes. ¿Qué esperarías leer antes de una declaración tan inmensa sobre la abundante generosidad de Dios? Probablemente no esto:
Amados hermanos míos, no se engañen. Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto… (Stg 1:16-17)
¿No se engañen?
¿Qué puede haber de engañoso en una verdad tan preciada? Para entender el engaño que hay entre estos dones buenos y perfectos (y el verdadero poder de este versículo), tenemos que seguir el hilo hasta el párrafo anterior.
Bienaventurado el hombre que persevera bajo la prueba, porque una vez que ha sido aprobado, recibirá la corona de la vida que el Señor ha prometido a los que lo aman (Stg 1:12).
El apóstol Santiago escribe a un pueblo que está sufriendo, a un pueblo que está soportando pruebas difíciles. Comienza su carta diciendo: «Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas» (Stg 1:2). Lo dice porque algunos tuvieron la tentación de quejarse y caer en desesperanza. Querían darse por vencidos. También empezaron a acusar a Dios. Como escribe Santiago en los versículos 13-14:
Que nadie diga cuando es tentado: «Soy tentado por Dios». Porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión.
Aunque Dios está por encima de todo lo que sucede y obra soberanamente todas las cosas para el bien de los que le aman, nadie puede decir que las tentaciones procedan de Él. Él nunca trama el mal. No trata de hacerte tropezar, sino que te tiende la mano para mantenerte en pie.
No, las tentaciones vienen de nuestros propios deseos, lo que nos lleva a un segundo problema que Santiago aborda en su carta: el problema de la mundanalidad. Los cristianos desfallecían bajo una dolorosa oposición. También estaban cediendo a los deseos pecaminosos y carnales (Stg 4:1-3). Buscaban consuelo y alivio en entregarse a esos deseos. Habían entablado una amistad adúltera con el mundo (St 4:4). Por eso Santiago dice a la iglesia:
Amados hermanos míos, no se engañen. Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto… (Stg 1:16-17)
¿Qué podrían escuchar en una advertencia así personas que sufren? ¿Cómo podría protegernos este tipo de gratitud de ojos abiertos contra las mentiras que nos sentimos tentados a creer en medio de las pruebas?
Respecto a las mentiras de la complacencia
En primer lugar, a los tentados a buscar consuelo y alivio en los deseos pecaminosos: «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto». ¿Cómo debilita a la mundanalidad la inconmensurable generosidad de Dios? ¿De qué manera una gratitud de ojos abiertos quita el filo a los deseos engañosos? Dios es el dador de todo bien, incluso los que podamos anhelar pecaminosamente.
Cuando vemos la mano de Dios detrás de todo lo que podríamos idolatrar, recordamos por qué existe toda dádiva buena y perfecta en primer lugar: para ayudarnos a ver, saborear, tocar, oler y oír la gloria de Dios. La bondad de nuestro mundo está enraizada en el Dios de nuestro mundo. Nada es bueno cuando es arrebatado de Sus propósitos y se vuelve contra su Hacedor, cuando un don de Dios se convierte en un rival para Él. «¿Qué tienes que no recibiste?», pregunta el apóstol Pablo. «Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4:7). Cada placer que estamos tentados a perseguir o exigir está diseñado para llevarnos a ver a Dios, dar gracias a Dios y disfrutar de Dios.
Nada es bueno cuando es arrebatado de Sus propósitos y se vuelve contra su Hacedor, cuando un don de Dios se convierte en un rival para Él
Cuando vemos que Él es el dador, volvemos a recordar por qué tenemos todo lo que tenemos. También recordamos lo pequeño y efímero que es cualquier otro placer comparado con Él. Jeremiah Burroughs escribe: «Un alma que es capaz de tener a Dios no puede llenarse con nada más que Dios; nada más que Dios puede llenar a un alma que es capaz de tener a Dios» (The Rare Jewel of Christian Contentment [El contentamiento, una joya rara], p. 43). Nuestros deseos pecaminosos y mundanos son intentos de llenar un enorme abismo del tamaño de Dios con lápices de colores y galletitas. Recordemos no solo que Él da todo lo bueno, sino también que Él mismo es mejor y más satisfactorio que todo lo bueno, incluso que las mejores cosas.
Así que no te dejes engañar cuando llegue la tentación. Tus antojos pecaminosos no te aliviarán ni satisfarán separado de Cristo. De hecho, te matarán si se lo permites: «El deseo, una vez concebido, da a luz el pecado; y el pecado, una vez consumado, produce la muerte» (Santiago 1:15). Eso significa que los dones buenos pueden ser mortales si no nos acercan al Tesoro bueno y mayor.
Respecto a las mentiras de la desesperanza
En segundo lugar, a los que sufren bajo las pruebas, tentados a dudar o incluso a amargarse contra Dios: «Toda buena dádiva y todo don perfecto viene de lo alto». Este Dios no da dones malos. De nuevo, «Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie» (Stg 1:13). No, si te ha hecho Suyo, todo lo que te dé o te permita experimentar será, en última instancia, bueno para ti.
No solo eso, las pruebas son oportunidades para sentir la bondad de todo lo que se nos ha dado. Él no es solo el dador de todo lo que podemos tener o anhelar; también es el dador de cada cosa buena que perdemos o tememos perder: la primera casa, una mascota querida, un trabajo de ensueño, una amistad de décadas, un certificado de buena salud, un cónyuge preciado, una iglesia fiel. Dios te dio todo lo que esta prueba te ha quitado. Incluso el dolor es un recordatorio de Su bondad y generosidad.
Incluso en la pérdida, Él sigue dándote más de lo que mereces: «vida y aliento y todas las cosas» (Hch 17:25). Santiago dice en el versículo siguiente: «En el ejercicio de Su voluntad, Él nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que fuéramos las primicias de Sus criaturas» (Stg 1:18). Por muy atribulado y desanimado que te sientas en estas dolorosas circunstancias, por la fe eres una nueva creación. Dios te resucitó de entre los muertos y te abrió los ojos para ver, en Cristo, lo que nunca podrías ver por ti mismo.
Dios no solo es el dador de todo lo que podemos tener o anhelar; también es el dador de cada cosa buena que perdemos o tememos perder
Este don de la vida nueva y eterna es la razón por la que Pablo puede decir de cualquier sufrimiento, incluso el que estás padeciendo ahora: «Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación» (2 Co 4:17). No solo estas pruebas pasajeras pronto darán paso a la gloria, sino que en realidad están preparando gloria para ti, y te están preparando a ti para esa gloria.
¿Pueden las pérdidas ser regalos?
Si podemos empezar a ver nuestras pruebas a través de los lentes de estas promesas, incluso las pérdidas mismas encierran su propio regalo. Santiago dice antes en el mismo capítulo:
Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte (Stg 1:2–4).
¿Cómo es posible que alguien considere el quebranto y la angustia de las pruebas como gozo? Cuando las pruebas producen algo más valioso de lo que se llevaron. ¿Hay algo más valioso para ti que la firmeza de tu fe en Jesús? ¿No pagarías cualquier precio por saber que llegarás a la gloria y vivirás en Su presencia, sin dolor, sin frustración, sin pecado y con Él?
Así que, cuando tus pruebas y tentaciones lleguen, no dejes que Satanás y sus maquinaciones tomen tu oído. No asumas que la soberanía de Dios sobre todas las cosas significa que la tentación proviene de Él. Más bien, en tu sufrimiento, recuerda que Él es un Padre bueno y perfecto. Él es el dador de todo lo bueno que puedas perder, y es el dador de todo consuelo o placer que puedas anhelar. Y lo mejor de todo es que se ofrece a Sí mismo, el don que supera a todos los demás.