Según las últimas estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, se producen entre 40 y 50 millones de abortos anuales, lo que equivale a 125 000 por día. Cuando leí estas cifras se me congeló y estremeció el corazón. Se producen más muertes por abortos que, por ejemplo, las víctimas de guerras.
Pero es fácil, relativamente hablando, generalizar y quedarnos solo con las estadísticas frías, despersonalizando el problema. Quisiera llevar este tema al terreno más personal e individual. Hay muchas mujeres que, por diferentes motivos, llegaron a abortar. La gran mayoría no lo han compartido con nadie, ni con sus padres, ni con sus parejas, ni siquiera con alguna amiga. Han pasado por todo el proceso ellas solas, y es terrible. Muchas de ellas tienen un sentido de culpa y vergüenza que arrastran durante años. Incluso mujeres creyentes llevan esta carga como una losa sobre su corazón.
Piensan que lo que hicieron es un pecado tan grande y grave que Dios no las puede perdonar. Tienen una lucha tremenda ante Dios y con sus propias emociones. Pero, ¿qué dice la Palabra de Dios sobre este asunto? Si tú eres una de ellas o conoces a alguien que esté pasando por esta situación, déjame mostrarte lo que he encontrado en la Biblia.
Reconoce tu pecado
Es cierto que abortar es un pecado, no lo debemos maquillar. Tenemos que ser honestas y llamar a cada cosa por su nombre. No hay excusas. El pecado es pecado venga de donde venga y de quien venga. Por lo tanto, reconocer que se ha pecado es un primer paso crucial. Quitarle la vida al bebé que llevabas en tu vientre es un crimen que desagrada a Dios y va en contra de Su ser y naturaleza. Él es la Vida. Él es el que forma, y crea y da aliento a todo ser humano: “Porque tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre” (Sal 139:13).
Pero sigamos un paso más. La Biblia dice que “la paga del pecado es muerte” (Ro 6:23). Por lo tanto, cualquier pecado —sea de la índole que sea—, merece el castigo de Dios, y ese castigo es la muerte eterna. Así que, como todos hemos pecado, todos merecemos esa condenación. Hay un sentido en que no hay diferencia en cuanto a los pecados. No hay pecados veniales y mortales. Cualquiera que rompe la ley de Dios en un solo mandamiento se hace culpable de todos (Stg 2:10). Así que si tú has cometido un aborto, tu pecado es terrible, pero todos somos culpables de pecar contra Dios. Todos somos pecadores.
Dios es misericordioso
“Pero”… me encanta esta pequeña conjunción, “pero”, porque le da un giro, una respuesta, una salida, un remedio a nuestra situación delante de Dios, tal como Pablo lo expresa en el siguiente pasaje: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)” (Ef 2:4-5).
La solución, el remedio, el perdón para nuestros pecados está en Dios, en su gran misericordia, en su gran amor por los perdidos. Él toma la iniciativa y sale a buscar al pecador. Nuestra salvación no depende de nosotras, no depende del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia (Ro 9:16). Gracias a nuestro Dios, que es tan misericordioso que provee el remedio para el pecador en su Hijo Jesucristo.
Jesús pagó por todos nuestros pecados
Si crees que tu pecado de abortar es tan grande y grave para no ser perdonado, no has entendido por completo la obra de Cristo en la cruz. El Hijo de Dios, cuando estaba colgado en la cruz sufriendo el castigo que merecemos por nuestros pecados, estaba pagando por todos y cada uno de los pecados de su pueblo, por terribles que estos sean.
No podemos excluir los pecados que parezcan más graves a nuestra vista. ¡No! ¡Él pagó por todos! Porque si decimos que es un pecado demasiado grave para que lo perdone, estamos limitando a Dios y a la obra de Cristo en la cruz, como si Él no pudiera perdonar cualquier tipo de pecado. Ten por seguro que Él también pagó en la cruz por tu aborto si eres una verdadera creyente e hija de Dios, para que puedas vivir en adoración y obediencia a Él en respuesta a su gracia. ¿No es esto un consuelo enorme?
Gózate en tu salvación
El que a un creyente genuino se le haya perdonado todos sus pecados, no quiere decir que no vaya a pecar más, pero sí que el pecado ya no tiene dominio o señorío sobre él. Ahora tiene una nueva naturaleza, un nuevo corazón que desea complacer a Dios y vivir en santidad para Él.
Cristo pagó nuestra deuda ante Dios y esto tiene que traer gozo a tu corazón. El versículo que mencioné anteriormente, solo era la mitad del versículo: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 6:23). El regalo de Dios, porque es un regalo que no merecemos, es por pura gracia, es vida eterna en Cristo, su Hijo. No hay más condenación para nosotras (Ro 8:1).
Qué gozo debe inundar nuestras almas al saber que ya Dios no nos condena, sino que ha perdonado todos nuestros pecados, incluido el aborto.
“¿Qué Dios hay como Tú, que perdona la iniquidad
Y pasa por alto la rebeldía del remanente de su heredad?
No persistirá en Su ira para siempre,
Porque se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse de nosotros,
Eliminará nuestras iniquidades.
Sí, arrojarás a las profundidades del mar
Todos nuestros pecados”, Miqueas 7:18-19.
Dios ya ha perdonado, olvidado, sepultado y echado en lo profundo del mar todos nuestros pecados. ¡Gracias, Señor!