H. G. Wells dijo alguna vez que El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert L. Stevenson, es «una novela fascinante y aterradora que nos obliga a cuestionar nuestra propia naturaleza». Considero que esta obra es una novela de terror, no porque los sucesos sean espantosos, sino porque nos encara con nuestro aterrador ser interior.
Esta novela narra la travesía del abogado Gabriel Utterson para comprender y ayudar a su amigo amable, el Dr. Jekyll. Con la aparición del siniestro Mr. Hyde, el protagonista Jekyll parece correr un grave peligro. Sin embargo, a medida que avanza la narración, la relación entre estos dos personajes deja de ser un misterio: Jekyll y Hyde son la misma persona. Entonces, poco a poco, aparece una pregunta por resolver: ¿cuál es la verdadera composición del ser humano?
En casi cien páginas, Stevenson hace una brillante exploración de la lucha entre el bien y el mal al interior de cada persona. Este no es un tema extraño para el cristiano, pues la Biblia nos invita a pensar en la guerra que existe en nosotros por causa del pecado. Pero El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde logra, con su tensa narración y con su técnica de terror psicológico, hacer evidentes dos aspectos desesperanzadores de nuestro ser interior; dos aspectos para los cuales la única solución es el evangelio.
La maldad presente en el ser humano
El protagonista admite que tiene deseos malignos, cuando confiesa sobre sí mismo: «Jekyll, de naturaleza compuesta, participaba a veces con las más vivas aprensiones y a veces con ávido deseo en los placeres y aventuras de Hyde» (cap. 10). Si bien el protagonista quisiera ser solamente bondad, tiene que reconocer que sus deseos hacia el mal son muy poderosos.
Jekyll cree que la vida sería ideal si, por medio de la ciencia, la parte de maldad y la de bondad pudieran separarse: «Si estos, me decía, pudiesen encarnarse en dos identidades separadas, la vida se haría mucho más soportable. El injusto se iría por su camino, libre de las aspiraciones y de los remordimientos de su más austero gemelo; y el justo podría continuar seguro y voluntarioso por el recto camino» (cap. 10).
Jekyll realmente no tenía dos naturalezas opuestas entre ellas, sino una sola naturaleza que se oponía por completo a Dios
Pero ¿es posible? Ni siquiera por medio de los ingeniosos experimentos de Jekyll se logró dicha separación de forma exitosa. Incluso si se hubiera logrado, ¿cómo definimos «lo que es bueno»?
La Escritura presenta las obras justas del hombre como «trapos de inmundicia» (Is 64:6). La gloria de Dios es la medida perfecta que determina lo que es bueno y lo que no. Además, Dios examina la motivación del corazón y nos enseña que el pecado en nuestras vidas es más profundo de lo que suponemos.
En ese sentido, Jekyll realmente no tenía dos naturalezas opuestas entre ellas, sino una sola naturaleza que se oponía por completo a Dios. Sin embargo, incluso dentro de la completa hostilidad del ser humano hacia la gloria de Dios, hay diferentes niveles y manifestaciones de la maldad, al punto de que Jekyll mismo se siente horrorizado ante su parte abiertamente maligna.
Nuestra incapacidad de cambiarnos a nosotros mismos
El segundo aspecto desesperanzador sobre nuestro ser interior, y que se aborda a lo largo de la novela, es la idea de que el predominio del mal en nosotros es inevitable, si lo encaramos en nuestras propias fuerzas.
El testamento del Dr. Jekyll dice: «en el caso de desaparición o ausencia inexplicable del Dr. Jekyll, durante un período de tiempo superior a los tres meses, el antedicho Edward Hyde pasaría a disfrutar de todas las pertenencias de Henry Jekyll» (cap. 1). En el siguiente capítulo, Utterson revisa la correspondencia que recibió de su amigo Lanyon. Adentro había otro sobre que tenía la siguiente inscripción: «No abrir hasta después del fallecimiento o desaparición de Henry Jekyll» (cap. 2).
Desde el comienzo hay señales de que Jekyll pronto desaparecerá, dejando que su parte malvada tome completa posesión de la persona. De hecho, hay un punto en el que Jekyll reconoce su derrota ante el mal: «A menos que suceda un milagro, esta será, pues, la última vez que Henry Jekyll pueda expresar sus pensamientos» (cap. 9).
La novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es un recuerdo de la doctrina de la depravación total
La novela es un recuerdo de la doctrina de la depravación total, la cual afirma que el hombre, además de haber caído en pecado y estar bajo la ira de Dios, no puede ni quiere verdaderamente cambiar su condición. Además, como lo dice el apóstol Pablo, Dios en Su justicia ha decidido entregar al ser humano a sus perversiones para que caiga más hondo y sufra las consecuencias (Ro 1:28). El juicio de Dios comienza por no detener al hombre en su pecado, como cuando el mal en Jekyll toma completa posesión de su persona.
¿Qué hacer ante el horror?
En la novela, no fue posible que Jekyll y Mr. Hyde coexistieran en paz ni que fueran separados. Sin embargo, los cristianos podemos dar gloria a Dios por la cruz de Cristo, en la cual hemos muerto a los deseos carnales y hemos resucitado a una nueva creación que anhela la gloria de Dios (cp. Ro 6:1-11).
La única solución ante la realidad devastadora de nuestro ser interior es que Dios obre en nosotros el nuevo nacimiento y así seamos una nueva criatura en Cristo (Jn 3:3; 2 Co 5:17). Como dice la Escritura: «Mediante la ley yo morí a la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí» (Gá 2:19-20).
Al ser nuevas criaturas en Cristo, tenemos hoy la capacidad de crecer a Su imagen y un día seremos glorificados con Él
Así, en Cristo, hemos sido librados del destino del mal triunfante. Admitimos que en el presente aún existe un conflicto interno en todo creyente, debido a que «el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro» (Gá 5:17). No obstante, los creyentes sabemos que seremos resucitados en gloria, obteniendo por fin la victoria definitiva sobre el pecado que todavía está en nosotros (1 Jn 3:2).
Ya no somos como Jekyll, quien desea desarrollar su lado de bondad, pero no puede hacerlo. Al ser nuevas criaturas en Cristo, tenemos hoy la capacidad de crecer a Su imagen y un día seremos glorificados con Él, librados completamente del pecado.
Me pregunto cómo alguien que no ha creído en Cristo podría leer El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde y no ser consumido por el horror de su propia naturaleza. Ante un corazón que en lo más profundo solo desea hacer el mal (Ro 3:11-18) y ante la inevitable desaparición de todo lo que es bueno, ¿qué opción nos queda para vivir? Solo dos: o abrazamos por completo esa aparente dualidad hasta el momento en que el mal nos destruya, o vamos a Cristo en busca de una nueva humanidad. Por la obra del Espíritu en mí, prefiero la segunda.
Para mí, esta novela de terror ha sido un dulce recordatorio de la obra del Espíritu de Dios en el creyente.