«Una vez que nos casemos, esta locura familiar terminará y todos estaremos en paz». «En cuanto envíe este proyecto de trabajo, podré descansar como se debe». «Ya que el bebé duerma toda la noche, tendré oportunidad de leer la Biblia y orar».
Dudo mucho ser la única persona que ha caído en la trampa del «cuando X suceda, entonces por fin todo estará bien». En medio de una etapa difícil, una prueba dura o aflicción profunda nos convencemos de que una vez que eso acabe, podremos realmente empezar a vivir. No decimos que todo será perfecto… pero la ola a la que nos estamos enfrentando es tan grande y nos golpea con tal fuerza que —seguramente— después de que pase, cualquier otra cosa será «pan comido», ¿no? Mientras tanto, apretamos los dientes llenos de ansiedad, afán y preocupación, esperando el momento en el que el problema desaparezca.
El problema es que las olas nunca vienen solas.
En este mundo caído, de hecho, las olas no se detienen. En nuestra ingenuidad, cuando la dificultad que parece ser el centro de nuestras vidas por fin pasa, celebramos expectantes por la tranquilidad y estabilidad que nos espera. Sin embargo, en lo que parece un abrir y cerrar de ojos nos encontramos frente a otra prueba que nos deja en el mismo lugar de antes: llenos de ansiedad, afán y preocupación, con ganas de que el nuevo esto termine para poder empezar a vivir.
Una vida tranquila en Cristo se enfoca en el Señor y en las tareas que Él nos ha dado, sabiendo que Dios tiene el control de todas las cosas
No sé cuántas veces tenemos que acabar decepcionados ante la expectativa de la estabilidad antes de darnos cuenta de que esa «vida tranquila» que nosotros tenemos en mente —una vida sin grandes retos ni dificultades— no existe en este mundo quebrantado. Nos guste o no, seguiremos enfrentándonos a prueba tras prueba… y la Biblia nos dice que eso no debería sorprendernos (1 P 4:12). Jesús mismo lo advirtió: «En el mundo tienen tribulación» (Jn 16:33).
Las olas no paran. Hay olas pequeñas, hay olas más grandes. Hay tiempos entre ola y ola. Pero esperar que las olas se detengan por completo es necedad. Uno tiene que aprender a vivir una vida tranquila en medio de las olas.
Una vida tranquila en Cristo no se trata de una vida sin dificultades, sin cambios, sin sorpresas. Una vida tranquila se trata de enfocarse en el Señor y en las tareas que Él ha puesto a nuestro cargo (1 Ts 4:11), sabiendo que Dios tiene el control de todas las cosas incluso cuando las olas grandes golpean. No necesito esperar a que pase la ola para descansar en el Señor. Puedo reposar en Él incluso en medio de la tormenta.
Desear una vida estable, que las olas se vayan para siempre, es comprensible. Todos queremos que el dolor, el sufrimiento, la incertidumbre ya no existan. Anhelamos eso porque anhelamos los cielos nuevos y la tierra nueva donde el mar no será más porque el Señor reinará victorioso sobre el enemigo para siempre (Ap 21:1).
Mi esperanza no se encuentra en conseguir una ‘vida estable’ en este mundo caído. Mi esperanza está en el Señor, que es mi Roca eterna y firme
Desear la estabilidad solo es útil si nos mantiene mirando al Señor con esperanza. Si nos recuerda que este mundo es pasajero y nuestra plena satisfacción solo podrá encontrarse cuando estemos con nuestro Dios cara a cara. Pero la estabilidad, como todos los ídolos, es un dios terrible. Ponerla como bien supremo solo nos llena de amargura y frustración.
Recordémosle a nuestra alma que hoy, sea lo que sea que estemos viviendo, es una oportunidad para honrar al Señor y encontrar refugio en Él. No tenemos que esperar a que las dificultades pasen para que nuestro corazón descanse en Dios. Él está con nosotros en el valle de la sombra de la muerte (Sal 23:4).
- En la locura familiar, Él es nuestro Padre amoroso que nos muestra cómo responder al mal con bien (Ro 12:17-21).
- En los proyectos de trabajo difíciles, Él es nuestro Señor soberano que nos llama a soltar el afán y nos da el sueño como un regalo (Sal 127:1-2).
- En las noches eternas con niños en brazos, Él es la Vid verdadera en quien debemos permanecer, pues separados de Él no podemos hacer nada (Jn 15:5).
Mi esperanza no se encuentra en conseguir una «vida estable» en este mundo caído. Mi esperanza está en el Señor, que es mi Roca eterna y firme, incluso en medio de la más grande tormenta.
El mismo que nos aseguró que tendríamos aflicción es el que ha vencido al mundo (Jn 16:33). Que las pruebas no nos tomen por sorpresa; veámoslas como oportunidades para poner nuestra mirada en el Señor y recordar que Él tiene cuidado de nosotros a cada paso del camino, por difícil que este sea.