Una de las secuencias de acción más emocionantes de Un lugar en silencio: Día uno termina con los protagonistas subiendo desde la red de metro subterráneo de Manhattan hasta una cavernosa y silenciosa iglesia. Escapando por poco de los monstruos alienígenas atraídos por el sonido (llamados «ángeles de la muerte» en la franquicia de Un lugar en silencio), Sam (Lupita Nyong’o) y Eric (Joseph Quinn) encuentran un refugio en el espacio sagrado y tranquilo de una catedral dañada pero aún intacta. Se unen a decenas de sobrevivientes que también encontraron refugio allí, algunos arrodillados en silencio en las bancas para orar.
Este momento me recordó a una escena similar en la adaptación cinematográfica de 2009 de John Hillcoat de la novela La carretera, de Cormac McCarthy. En esa escena, el «Hombre» (Viggo Mortensen) y el «Niño» (Kodi Smit-McPhee) comparten un tranquilo espacio de seguridad en las ruinas de una catedral. Tras encender un fuego para calentarse en la fría noche, se acurrucan bajo una gran cruz en el ábside de la iglesia.
Tanto Un lugar en silencio: Día Uno y La carretera ofrecen visiones a veces sombrías, pero en última instancia esperanzadoras, de cómo vivir cuando el mundo se está desmoronando. La iglesia, como comunidad escatológica, es un elemento clave.
Los escépticos podrían interpretar las imágenes de estas catedrales «refugio» en ruinas como un emblema del último aliento de la religión en un mundo cada vez más ateo. Pero a mí me parecen bellas y poderosas: son un recordatorio de que la iglesia debe apoyarse en sus distintivos contraculturales y aferrarse a su identidad trascendente (también hay una imagen de esto en The Crown, temporada 6, episodio 6). Mientras el mundo se oscurece en una brutalidad salvaje, la iglesia llevará la luz de la humanidad verdadera (Mt 5:14-16). Mientras el ruido caótico del mundo se vuelve ensordecedor, la iglesia seguirá siendo un refugio tranquilo de esperanza para los cansados y angustiados.
La iglesia: Faro de humanidad en un mundo animal
Tanto Un lugar en silencio como La carretera son historias postapocalípticas de sobrevivientes que se inclinan fuertemente hacia preguntas sobre cómo sobrevivir con nuestra humanidad intacta. En mundos hostiles en los que el afán por sobrevivir ha llevado a muchas personas a recurrir a la brutalidad caníbal, ¿qué motiva a alguien a vivir de forma sacrificada, anteponiendo los intereses de los demás a los suyos propios?
La franquicia de Un lugar en silencio se construye en torno a la virtud cristiana del amor sacrificial, y esto se muestra poderosamente en cada una de las tres películas. En la escena de la iglesia de Un lugar en silencio: Día Uno, por ejemplo, Eric arriesga su vida para localizar una farmacia abandonada y conseguirle a Sam la medicina que necesita. Desde el principio de la película, Sam es una enferma terminal que vive en un centro de cuidados paliativos. Le queda poco tiempo. En un mundo de supervivencia darwiniana, nadie arriesgaría su vida para salvar a la moribunda Sam. Sin embargo, Eric ve a Sam (una total desconocida para él apenas unas horas antes) sumida en un tremendo dolor, y algo le motiva a aventurarse audazmente fuera de la iglesia para encontrar medicinas que alivien su dolor, mientras los «angeles de la muerte» merodean a su alrededor.
En otros lugares, vemos a otros personajes arriesgar sus vidas para ayudar a los demás: es un tema presente en la película de principio a fin. ¿Qué es este impulso de sacrificio que merma la autoconservación carnal en favor de salvar a otros, incluso a extraños? El amor desinteresado. Era un concepto radical cuando Jesús lo introdujo en el mundo antiguo de matar o morir, y es igual de radical en un apocalipsis distópico.
En nuestro mundo postcristiano, siguen existiendo virtudes cristianas como la entrega y el amor sacrificial. En La carretera, este es «el fuego» que hay que mantener. Aunque su fuente sea cada vez más tenue, y su lógica cada vez más absurda en un mundo embrutecido, el fuego sigue ardiendo. Y la iglesia es la leña que lo mantiene encendido de generación en generación.
La iglesia: Santuario de descanso en un mundo agotador
Un lugar en silencio y La carretera también destacan la iglesia como lugar de descanso y refugio. Los personajes de ambas películas duermen y reponen fuerzas en la iglesia. Momentáneamente libres de los terrores del exterior —monstruos, merodeadores y una agotadora búsqueda de salvación—, pueden recalibrarse y cuidarse unos a otros, respirando profundamente y estando quietos. Para ellos, la iglesia es un hospital para sanar y una posada hospitalaria para descansar; una morada construida sobre las palabras de Mateo 11:28-30.
¿Tiene hoy la iglesia esta reputación? Podría decirse que no. Porque en demasiados casos, los peligros también están dentro de la iglesia. Por eso debe ser una preocupación perenne de las iglesias protegerse de los lobos, asegurándose de que la casa de Dios sea un remanso de salud definido por la adoración centrada en Jesús y la búsqueda colectiva de la santidad, en lugar de los intereses egoístas y luchas por el poder individual.
La noticia alentadora es que, sobre el terreno, muchas iglesias bíblicamente fieles están atrayendo a los cansados, los heridos, los vulnerables y los agotados a comunidades seguras, impulsadas por el evangelio, de restauración y esperanza. En su mejor expresión, las iglesias son refugios contra los horrores de la vida exterior (incluidos los horrores causados por nuestro propio pecado). Para quienes se encuentran en el límite de sus fuerzas, escapando a duras penas de su versión de los «ángeles de la muerte», la iglesia es un lugar en el que pueden apoyarse en el terreno sólido de las Escrituras y en la renovación del Espíritu que obra entre el pueblo de Dios.
La iglesia: Un refugio tranquilo en un mundo ruidoso
Por último, Un lugar en silencio nos recuerda que la iglesia, en su mejor expresión, es un refugio tranquilo en medio de la vorágine cacofónica. En el mundo de ciencia ficción de la película, el ruido es muerte y la tranquilidad es vida. ¿Podría haber una metáfora mejor de la dinámica de nuestra era digital?
Nuestro mundo es más ruidoso que nunca. Un coro de voces frenéticas nos rodea en Internet, gritando con los megáfonos de las redes sociales o a través de los cantos de sirena de los algoritmos de la señora Necedad. El ruido incesante nos está matando, adormeciendo nuestra capacidad de escuchar la verdad y eliminando todo el silencio de nuestras vidas, el silencio esencial para la oración, la contemplación y el crecimiento en sabiduría.
En lugar de reflejar la cultura ruidosa, las iglesias deben reconocer que pueden ofrecer aquello de lo que cada vez más personas están hambrientas: silencio, asombro, reverencia, quietud ante Dios. La mejor manera de atraer a la iglesia a la Generación Z y a la Generación Alpha no consistirá en añadir más cosas a lo que se les grita constantemente, a través de aplicaciones, anuncios y personas influyentes, sino en invitarles a escapar de todo eso, a un espacio sagrado de presencia sin prisas, reverencia silenciosa, adoración encarnada y encuentro colectivo con el Dios vivo.
En un mundo cada vez más brutal, ajetreado y ruidoso, la iglesia de Jesucristo puede ser el lugar en silencio que tan desesperadamente necesitamos.