Fragmento adaptado de ¿Soy llamado? La convocatoria al ministerio pastoral, de Dave Harvey. B&H Español.
James Montgomery Boice fue un pastor llamado a la ciudad. Nacido en Pittsburgh en 1938, Boice tenía 30 años cuando llegó a predicar por primera vez a la Décima Iglesia Presbiteriana en Filadelfia. Aunque era un erudito entrenado, quería invertir su vida en el ministerio pastoral. Él veía su llamado a la Décima Iglesia Presbiteriana no como un paso hacia otro ministerio, sino como un compromiso con las personas a las que estaba llamado a servir.
Para ser pastor en la ciudad, era necesario un hombre que estuviera dispuesto a construir una iglesia para el futuro, sin olvidar su pasado. Él entendía su lugar en una larga tradición de grandes predicadores y líderes en esta iglesia. Sin embargo, llegó a la iglesia cuando Filadelfia estaba en decadencia económica y social. Algunos miembros de muchos años dejaron la ciudad para ir a iglesias más seguras en los suburbios. Con Boice, la iglesia construyó un cortafuego espiritual. Creó ministerios para alcanzar a la diversa población urbana. La iglesia se convirtió en un lugar donde los pobres recibían misericordia, los estudiantes encontraban compañerismo, los hombres de negocios descubrían una visión, aquellos con problemas carnales hallaban refugio y los perdidos escuchaban el evangelio. Bajo el liderazgo de Boice, el rebaño creció y fue cuidado. Boice dijo una vez: “Esta iglesia ha enseñado la Palabra de Dios durante 150 años… pero el trabajo no ha terminado. Debemos continuar era tras era”.
Para ser pastor en la ciudad, era necesario un hombre comprometido con la verdad y con su defensa. Boice no solo protegió la iglesia, sino que la convirtió en una fortaleza de sana doctrina y fidelidad bíblica. Cuando la denominación de la iglesia se alejó de la histórica fe cristiana, Boice guió a la iglesia a una nueva y productiva afiliación. Se convirtió en un orador internacional de la verdad en el mundo moderno, escribió comentarios basados en el evangelio y teología pastoral, y llegó a ser uno de los fundadores de la Alliance for Confessing Evangelicals [Alianza de evangélicos confesionales]. Boice sabía que el ministerio pastoral era más que creer en la verdad; era defender la verdad que uno cree. O, como él dijo, “lo importante no es donde estamos, sino por qué estamos donde estamos”.
Finalmente, para ser pastor en la ciudad, era necesario un hombre que viviera la doctrina ante las personas a las que había sido llamado a servir. En la primavera del año 2000, a Boice le diagnosticaron cáncer y le dieron solo unas semanas de vida. Un domingo compartió lo que Dios le estaba mostrando al enfrentar la muerte:
“Si reflexionara en lo que está pasando teológicamente, hay dos cosas que resaltaría. Una es la soberanía de Dios. Eso no es nuevo. Hemos hablado siempre de la soberanía de Dios en este lugar. Dios tiene el control. Cuando cosas como estas suceden en nuestras vidas, no son por accidente. No es que Dios haya olvidado lo que estaba sucediendo y haya pasado algo por alto… Dios hace las cosas de acuerdo a su voluntad. Siempre lo hemos dicho.
Pero hay algo más que me ha impresionado. ¿Acaso no es cierto que podemos percibir a Dios como soberano y al mismo tiempo como indiferente? Dios tiene el control —pensamos—, pero no le importa lo que estoy pasando. No es así. Dios no solo tiene el control; Dios es bueno. Todo lo que hace es bueno. Y Romanos 12:1-2 afirma que tenemos la oportunidad de probar la voluntad de Dios al renovar nuestras mentes, es decir, cómo pensamos en cuanto a estas cosas. Y luego, dice: ‘La buena voluntad de Dios, agradable, y perfecta’. ¿Es esto bueno, agradable, y perfecto para Dios? Por supuesto que sí, pero el punto es que es bueno, agradable, y perfecto para nosotros. Si Dios hace algo en tu vida, ¿lo cambiarías? Si lo cambias, empeorarías las cosas. No sería bueno.
Así que debemos aceptar la voluntad de Dios y seguir adelante. ¿Quién sabe qué hará Dios?”.
Para ser pastor, debes comprometerte con el rebaño. Tu doctrina será su doctrina cuando la vivas ante ellos. Y, después, ¿quién sabe qué hará Dios?