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Cuando considero la pregunta de dónde encaja la enseñanza de Jesús en nuestra política actual, me doy cuenta de que es probable que los lectores comiencen a pensar de inmediato en asuntos como el aborto, la inmigración, el racismo, la justicia social y muchos otros temas actuales. Ese es un buen impulso. Si tomamos en serio el señorío de Cristo en nuestras vidas, entonces debemos tratar de aplicar ese señorío a nuestra participación en la política.

La mayoría de los lectores de este artículo serán ciudadanos de gobiernos democráticos que tienen derecho a hablar, organizarse, presentar peticiones al gobierno y votar. Sin excepción, ellos deberían pensar con cuidado sobre cómo pueden actuar de una manera responsable y amorosa a la luz tanto de su relación vertical con Dios como de sus relaciones horizontales con sus prójimos portadores de la imagen divina. Creo que es útil pensar en términos de hermandad de hombres y mujeres bajo la paternidad de Dios [como Creador]. Solo formularlo así nos ayuda a empezar a pensar bien.

En lugar de abrirme camino a través de una lista de temas actuales y sugerir qué opciones tendrían la aprobación de Jesucristo (lo que en algunos casos podría ser presuntuoso debido a mi propia naturaleza pecaminosa, prejuicios y limitaciones), me gustaría tomar nota de dos puntos principales que veo brillar a través de las Escrituras.

Cómo vemos al gobierno

El primer punto tiene que ver con cómo vemos al gobierno. Un evento de la vida de Cristo nos lleva a considerar el asunto directamente. En Marcos 12:13-17, Jesús se enfrentó a una audiencia hostil ansiosa por hacerlo tropezar con una pregunta que lo expondría al escarnio. Como maestro de todo lo que es «verdadero», ¿Jesús pagaría impuestos al César? Pidió una moneda y contempló lo que estaba grabado en ella, vio la imagen del César y respondió: «Den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios». El impacto inmediato de la declaración es que el dinero sale del sistema que el gobierno ha establecido y entonces debemos pagar el tributo que este exige. Pero Jesús pudo lograr esa enseñanza simplemente instruyendo a los seguidores a «dar al César». Él va más allá. «Den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios».

Me parece que lo que Jesús indica en el pasaje es que hay un lugar para el gobierno. Tiene una tarea que le corresponde y un deber para cumplir. Pero traer a Dios a consideración introduce una nueva dimensión. La idea y la realidad de un César es algo grandioso y poderoso, pero tan pronto como colocamos a Dios al lado de este gobernante terrenal, la estatura de César se pone en perspectiva de manera inmediata y radical. César será como todos los demás. Los reinos terrenales se derrumbarán y las estatuas se erosionarán. Su verdadero significado es que reflejan (a menudo de manera inapropiada) el gobierno mayor de Dios. «Den a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios».

El gobierno nunca debe confundirse con la autoridad superior que está detrás de todas las autoridades

Hay una zona legítima de actividad que pertenece al gobierno, pero no es coextensiva con el todo que está gobernado por Dios. El gobierno nunca debe confundirse con la autoridad superior que está detrás de todas las autoridades. Cuando los gobiernos van más allá de simplemente tolerar el pecado y, en cambio, lo celebran, cortan las patas de sus propios tronos. Cuando los gobiernos buscan obligar a los cristianos a traicionar su comprensión del tema del señorío —es decir, que Jesús es el Señor y no el César—, el cristiano debe decir con los apóstoles (y los mártires a lo largo de la historia) que debemos obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5:29).

El reinado de Jesús

Mi segundo punto sobre lo que Jesús enseña deriva directamente del primero. En los capítulos 24 y 25 de Mateo, Jesús declara de manera definitiva Su reinado. Se sentará en un trono glorioso, no como un jefe local que preside una tribu, o incluso como un gran emperador de muchas tierras, sino como el Rey de todas las naciones con Su pueblo reunido ante Él.

Valoramos nuestras democracias y nuestro derecho a tener gobiernos cuya autoridad dependa de nuestro consentimiento. Todo eso es muy bueno, ya que los portadores de la imagen se relacionan entre sí y evitamos que cualquier ser humano pecador o pequeño grupo ejerza demasiado poder. Pero también necesitamos recordar que no debemos pensar en Jesús simplemente como un amigo o un hermano. No cometas errores. Él es un rey. No solo es un rey, es el único Rey verdadero.

A medida que envejezco, me queda más claro que lo más importante que tengo que decir sobre la política es que Jesucristo es el Rey

Creo que una de las grandes lecciones de la miserable experiencia de la monarquía de Israel (contra la cual Dios advirtió al pueblo) es que solo hay un hombre verdaderamente digno de gobernar. Ese hombre es Jesucristo. Toda autoridad real deriva de Dios.

El impacto político de esa realidad es que —por mucho que nos entusiasmen las presidencias de políticos famosos— debemos estar mucho más atentos a la realidad del reinado de Jesucristo. Su gobierno puede parecernos remoto, ya que las noticias por cable y las redes sociales se obsesionan momento a momento y día a día con la avalancha de decisiones, actividades y controversias que rodean a los políticos. Sin embargo, seríamos más sabios al darnos cuenta de que Su reinado es como el cielo que C. S. Lewis representó en El gran divorcio. Es real. Es alegre, peligrosa, emocionante y devastadoramente real. Somos meras sombras ante Su luz si estamos separados de nuestro verdadero Señor.

He estudiado política la mayor parte de mi vida y, como tantos, he vivido y muerto por las muchas victorias y derrotas que vienen con las campañas modernas y las batallas legislativas. Pero a medida que envejezco, me queda más claro que lo más importante que tengo que decir sobre la política es que Jesucristo es el Rey. Esas son las palabras que deberían estar ardiendo en nosotros.


Publicado originalmente en Crossway. Traducido por el Equipo Coalición.
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