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Prediqué mi primer sermón cuando estaba en octavo grado. Nuestra iglesia bautista tenía un «domingo de jóvenes» en el que los adolescentes de la congregación dirigían la música, predicaban el sermón, recogían la ofrenda y servían como ujieres.

Mi pastor fue generoso con su tiempo y me ayudó a hacerlo lo mejor posible mientras preparaba un sermón por primera vez. Como era de esperar, mi texto fue 1 Timoteo 4:12: «No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza».

A menudo he repasado mis notas de aquel sermón con gratitud. El manuscrito no era fantástico, pero mi experiencia predicándolo sí lo fue. Mi iglesia fue una gran fuente de apoyo durante esa oportunidad, me dio más oportunidades y, con su apoyo, fue un estímulo para pensar en la posibilidad de ejercer el ministerio.

Una experiencia más típica podría ser como la que tuve durante mi segundo año de universidad. Esa misma iglesia me afirmó en el ministerio del evangelio y me concedió muchas más oportunidades de enseñar y predicar allí. Recordar aquella época me llena de nostalgia y gratitud. Mi iglesia local reafirmó amablemente mis dones y mi carácter, y me encaminó hacia el ministerio pastoral. ¿Cómo podemos hacer lo mismo con los jóvenes de hoy?

Oportunidad extraordinaria

Años más tarde, mientras ejercía como profesor asociado de predicación en el Seminario Teológico Bautista del Sur, solía preguntar a los estudiantes si alguna vez habían predicado en una iglesia local. Pocos lo habían hecho. Quería que estos jóvenes conocieran la experiencia que yo había tenido. Así que invitaba a cualquier estudiante que quisiera tener la oportunidad de predicar a que lo hiciera en mi iglesia, normalmente un domingo por la noche.

Las iglesias locales de mi ciudad están acostumbradas a escuchar a predicadores de seminario. Pero yo quería que estos predicadores escucharan la opinión de una congregación local. Sería muy distinto de lo que los estudiantes escuchan en las aulas del seminario. Presenté a nuestra congregación las guías de evaluación que se utilizan en las clases de predicación en el seminario, y nuestra gente habla abierta y honestamente con estos jóvenes predicadores después de que dan sus mensajes. Ha sido extraordinario.

Deja que los jóvenes prediquen a las personas comunes

Para un joven es una experiencia alentadora predicar al pueblo de Dios y escuchar por primera vez un «Amén» como respuesta. Le ayuda a ver que puede predicar a una iglesia y comunicar bien la Biblia, señalando al pueblo de Dios a Cristo a través de las Escrituras.

No me malinterpretes; estoy a favor de los laboratorios de predicación y los cursos prácticos en los que los predicadores dan mensajes a sus compañeros y profesores. Pero no hay nada como predicar al pueblo de Dios fuera del aula. Aunque la congregación no sea tan consciente de la precisión interpretativa del predicador, este aprende a predicar en el tipo de entorno en el que más tarde ministrará.

Las ilustraciones efectivas en un contexto en el que la mayoría de los oyentes son seminaristas pueden no funcionar con un público de clase obrera. Explicar ideas teológicas complejas requiere intencionalidad cuando no se puede suponer que las personas han leído los mismos autores que tú o que han estudiado el tema que abordas. Cuando se escriben aplicaciones de sermones para personas que no son compañeros de estudios, el predicador debe aprender a pensar fuera de su situación. Se trata de una disciplina vital para el ministerio pastoral.

Deja que las personas afirmen a los jóvenes predicadores

¿Cómo puede tu iglesia dejar que los jóvenes prediquen? Dependiendo de tu contexto, considera la posibilidad de celebrar un domingo de jóvenes. Ofrece oportunidades de predicar a los jóvenes que asisten a institutos bíblicos y seminarios cercanos. Abre otras oportunidades como clases de escuela dominical y reuniones del ministerio juvenil donde puedan enseñar a personas comunes. Ellos necesitan escuchar palabras de afirmación y corrección de parte del pueblo de Dios.

Qué objetivo tan maravilloso para los predicadores y las iglesias: la iglesia ofrece al predicador ayuda en su oficio y él les da esperanza para el futuro

Después de todo, el llamado de un ministro es tanto interno como externo. El llamado interno no es tan místico como muchos lo pintan. Implica el deseo de servir como anciano (1 Ti 3:1), una habilidad perceptible para la enseñanza (v. 2) y un carácter recto y piadoso (vv. 1-7; Tit 1:5-9). El llamado externo implica una buena reputación ante los que están fuera de la iglesia (1 Ti 3:7) y una clara afirmación de los dones y el carácter por parte de la iglesia local (Hch 14:23; Ef 4:11-12; 1 Ti 5:22; Tit 1:5). Spurgeon instaba a sus alumnos a no pasar por alto la importancia de la afirmación de la iglesia local:

Las iglesias no son todas sabias, ni todas juzgan en el poder del Espíritu Santo, sino que muchas de ellas juzgan según la carne; sin embargo, antes aceptaría la opinión de una comunidad del pueblo del Señor que la mía propia sobre un tema tan personal como mis propios dones y gracias. En todo caso, valoren o no el veredicto de la iglesia, una cosa es cierta: ninguno de ustedes puede ser pastor sin el consentimiento amoroso del rebaño.

Las iglesias pueden afirmar el carácter y el llamado de un candidato al ministerio. Sin embargo, es difícil determinar si puede enseñar y manejar bien la doctrina si no ha tenido la oportunidad de demostrar esa habilidad. El programa de nuestra iglesia ha proporcionado una vía para ello.

Beneficio mutuo

Tras varios años de experimento, no dejo de oír comentarios de agradecimiento de los estudiantes. Están agradecidos por la experiencia de predicar en nuestra iglesia. Un estudiante regresó a nuestra iglesia hace unas semanas y me dijo emocionado que iba a empezar a trabajar como pastor la semana siguiente. Quería venir a nuestra iglesia una vez más porque la experiencia había sido de gran ayuda.

La congregación también está profundamente agradecida. Les anima que muchos buenos predicadores se estén preparando para ser enviados a las iglesias locales. Eso les da esperanza. Qué objetivo tan maravilloso para los predicadores y las iglesias: la iglesia ofrece al predicador ayuda en su oficio y él les da esperanza para el futuro.

Es alentador pensar que en el futuro si uno de los predicadores que pasaron por este programa empieza un artículo con «Prediqué mi primer sermón…» terminará esa frase con el nombre de mi congregación. Dejemos que los jóvenes prediquen. Vale la pena.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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