Este es un fragmento adaptado del libro Matrimonio, divorcio y nuevo matrimonio (Poiema Publicaciones, 2019). Puedes descargar una muestra gratuita visitando este enlace.
La clave para que un matrimonio se mantenga fuerte es el evangelio de Jesucristo. Después de dar instrucciones respecto a los roles del esposo y la esposa, Pablo escribe: “Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia” (Ef. 5:32, NVI). Entre más profundos sean tu conocimiento y vivencia del amor de Dios por ti en Cristo, más querrás y podrás mostrarle un amor misericordioso, bondadoso, y sacrificial a tu cónyuge.
Primero debes conocer el amor de cristo
Si no has experimentado el amor de Cristo, no serás capaz de amar como Él lo hace. “Nosotros amamos porque Él nos amó primero” (1 Jn. 4:19). Por esta razón, en los tres primeros capítulos de Efesios, Pablo se concentra en recordar a los creyentes el amor de Cristo hacia ellos en el evangelio.
Entre más entiendas y aprecies el amor que Dios tiene por ti en Cristo, mejor será tu matrimonio porque reflejarás ese amor hacia tu cónyuge
Dios nos escogió en Cristo para ser adoptados como Sus hijos (Ef. 1:3-6). Él nos ha redimido y nos ha perdonado por Su gracia por medio de la sangre de Cristo, y nos ha sellado con el Espíritu Santo (Ef. 1:7-14). A los que estábamos muertos en nuestros pecados se nos ha dado vida juntamente con Cristo, habiendo sido justificados por la fe como un regalo gratuito de Dios (Ef. 2:1-10). Ahora somos parte de la familia de Dios (Ef. 2:11-22) y somos herederos de la promesa de Dios (Ef. 3:1-13).
Solo después de esta descripción extensa del amor de Dios por nosotros es que Pablo manda a los esposos que amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia (Ef. 5:25). Cuando un esposo no ama a su esposa es porque ha perdido de vista el amor de Cristo hacia él. Lo que más necesita no son técnicas ni reglas, sino un corazón que se sobrecoja y sea transformado por el amor de Cristo hacia él.
Si deseas tener un matrimonio feliz y lleno de amor, ora por ti mismo (y por tu cónyuge) la misma oración que Pablo hace por lo efesios:
“Por esta razón me arrodillo delante del Padre, de quien recibe nombre toda familia en el cielo y en la tierra. Le pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de Sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que, arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para que sean llenos de la plenitud de Dios”, Efesios 3:14-19 (NVI).
Después, participa en la respuesta a esta oración por medio del estudio diario de la Palabra de Dios y la meditación en la grandeza del amor de Cristo por ti. Tal amor te motivará y te dará el poder para mostrarle amor a tu cónyuge.
Lo mejor que puedes hacer por tu matrimonio es acercarte más a Jesús. Entre más entiendas y aprecies el amor que Dios tiene por ti en Cristo, mejor será tu matrimonio porque reflejarás ese amor hacia tu cónyuge. Un matrimonio fuerte en el que los cónyuges aman al otro como Cristo les ama ayudará a que ambos aprecien mejor el amor misericordioso de Dios. Una razón por la que un cristiano nunca querría casarse con un no creyente es que una persona que no es cristiana no conoce el amor de Cristo, por lo que es incapaz de expresar un amor como este.
El amor se basa en la gracia, no en la ley
La mayoría de las relaciones humanas, incluyendo el matrimonio, se rigen implícitamente por una especie de ley que dice: “Te voy a tratar como te mereces. Si eres bueno conmigo y llenas mis expectativas, seré bueno contigo. Pero si me tratas mal, me alejaré de ti o te trataré como me has tratado”. Para el hombre natural, este método parece justo y razonable, pero cuando esta estrategia mundana se aplica en el matrimonio, puede causar conflictos, ira, amargura, separación, y divorcio.
Si no has experimentado el amor de Cristo, no serás capaz de amar como Él lo hace
A diferencia de esto, los creyentes recordarán con gratitud que así no es como Dios nos ha tratado. Aunque somos grandes pecadores, Dios nos ha mostrado misericordia y gracia. “Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia, sino por Su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tit. 3:5-6, NVI). Él nos llama a amarnos unos a otros de esta manera: “Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros” (Ef. 5:1-2, NVI).
Entender honestamente la necesidad que tenemos de esta clase de amor y gracia es clave para poder darle este tipo de gracia a otros. Según Tim Keller: “Este es el evangelio: somos más pecadores y defectuosos de lo que creemos, pero al mismo tiempo somos más amados y aceptados en Jesucristo de lo que nos hubiéramos atrevido a imaginar”.
Un verdadero cristiano reconoce que es un gran pecador (1 Ti. 1:15) y está agradecido por la misericordia que Dios le ha mostrado. La conciencia de su propio pecado le ayuda a no juzgar los pecados de otros. Además, los cristianos saben que están casados con otro pecador y no les sorprende cuando esa persona peca. En vez de reaccionar con ira, pueden recordar la misericordia de Dios hacia ellos y procurar restaurar a su cónyuge con gentileza (Gá. 6:1), así como Dios los perdona y los restaura con bondad cuando pecan (1 Jn. 1:8-9). Al mostrar una gracia como esta, son imitadores de Dios, cuya bondad nos lleva al arrepentimiento (Ro. 2:4).