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Te presento a Job, quien enfrentó más dolor de lo que la mayoría de nosotros experimentaremos en esta vida, y sin tener idea de la batalla celestial que estaba ocurriendo durante ese tiempo (a diferencia de nosotros, él no sabía lo que dice en Job 1:6-12 y 2:1-7).

Job sintió su dolor, y luchó con Dios al clamar en su angustia:

“[Dios] me hizo Su blanco.
Me rodean Sus flechas,
Parte mis riñones sin compasión,
Derrama por tierra mi hiel”, Job 16:12b-13.

Considera lo que Job está diciendo aquí. Está acusando a Dios de haberlo aplastado sin misericordia. Está culpando al Creador del universo de haberlo hecho blanco de sus ataques. ¿Cómo puede acusar al Dios todopoderoso con tanto atrevimiento? ¿Por qué no cayó muerto por haberlo siquiera pensado?

Estoy segura de que muchos de nosotros hemos tenido momentos en los que las cargas de la vida ya parecen más pesadas de lo que podemos llevar, y entonces llega otra prueba más. En mi caso, puedo decir que he sentido lo mismo que Job durante temporadas en las que sentía que Dios estaba tratándome como “su blanco”. ¿Alguna vez has pensado que Dios está ausente o que está actuando en tu contra? ¿Alguna vez has sentido dolor, confusión e incluso ira al no entender cómo un Padre amoroso puede permitir semejante dolor? ¿Alguna vez te has preguntado qué hacer con esos sentimientos –a dónde ir con esas preguntas difíciles?

Dios dice: “Tráemelas. Háblame. Derrama tu corazón en mi presencia. Soy lo suficientemente grande como para lidiar con tus sentimientos hacia mí”.

Durante una larga temporada en la que la enfermedad de mi hijo devastaba mi hogar, llegué a un punto en el que las cargas llegaron a ser tan pesadas que comenzaron a afectar mi corazón, mi rostro y mis palabras. Ya no tenía fuerzas para combatir el dolor, y todas mis palabras salían de un corazón cansado, quebrantado y confundido. Lo único que podía hacer era aferrarme a la poca fe que me quedaba.

Mi familia no me pertenecía, mi futuro no me pertenecía, mi vida no me pertenecía. Por supuesto, esto siempre ha sido así, pero no era consciente de ello hasta ese momento en que fui confrontada con una realidad que nunca habría escogido para mi vida —la que me obligó a luchar con las preguntas más profundas y difíciles respecto a mi fe.

Cuando le entregamos a Cristo nuestra confusión, Él nos revela no solo las imperfecciones de nuestro corazón, sino también la verdadera belleza del suyo.

Sin embargo, la bendición de llegar al punto de no poder enmascarar más mis sentimientos hizo que derramara todas mis frustraciones, mi confusión, mi ira, mis preguntas, mis dudas y mis miedos ante el Señor. No pude seguir presentándome ante el Señor con peticiones arregladas y adornadas, ni con un corazón que fingiera adoración y gratitud. Estaba vuelta un desastre, luchando por darle sentido a mi fe y a mis sentimientos. Y estaba justamente donde el Señor quería que estuviera —derramando todo mi ser en sus brazos amorosos y misericordiosos. Él no me dio explicaciones en cuanto a mis circunstancias, pero me enseñó a confiar en su bondad y soberanía sobre lo que yo no podía entender.

Y eso es exactamente lo que Dios le concedió a Job. A Job no se le dieron las respuestas de por qué estaba sufriendo, pero se le dio una mayor comprensión de Dios —lo cual fue suficiente para humillarlo y animarlo a través de las circunstancias que él no podía entender. El Señor le respondió a Job:

“¿Haces aparecer una constelación a su tiempo,
Y conduces (las estrellas de) la Osa con sus hijos?
¿Conoces tú las ordenanzas de los cielos,
O fijas su dominio en la tierra?
¿Puedes levantar tu voz a las nubes,
Para que abundancia de agua te cubra?
¿Envías los relámpagos para que vayan
Y te digan: ‘Aquí estamos’?
¿Quién ha puesto sabiduría en lo más íntimo del ser,
O ha dado a la mente inteligencia?”, Job 38:32-36

Algo maravilloso puede suceder cuando somos honestos en medio de nuestra oscuridad. Cuando dejamos que las aguas lodosas de nuestro corazón corran con mayor libertad, podemos comenzar a ver las mentiras que hemos estado creyendo, así como muchas verdades del evangelio que posiblemente nunca habíamos entendido y apreciado apropiadamente. Cuando le entregamos a Cristo nuestra confusión, nuestras preguntas honestas y nuestras emociones, Él nos revela no solo las imperfecciones de nuestro corazón, sino también la verdadera belleza del suyo.

Esto nos da esperanza. Esto es lo que llevó a Job a responder al Señor tanto en humildad como en asombro:

“He sabido de Ti solo de oídas,
Pero ahora mis ojos Te ven.
Por eso me retracto,
Y me arrepiento en polvo y ceniza”, Job 42:5-6.


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Imagen: Lighstock.
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