Los discípulos reciben el Espíritu
Desde el principio, Hechos 2 se ocupa de nuevas estructuras y dinámicas que llevan a las estructuras y dinámicas antiguas a su fin señalado. El capítulo ocurre en Pentecostés, la segunda fiesta anual del año judío, la cual celebra la provisión de Dios para Su pueblo. También conocida como la Fiesta de las Semanas en el Antiguo Testamento (ver Lv 23:15-21; Éx 34:22; Nm 28:26-31; Dt 16:9-12), Pentecostés se celebraba cincuenta días después de la Pascua.
La Pascua conmemoraba la llegada del ángel de la muerte, la última plaga, a Egipto. Esa noche, se les dijo a los israelitas que sacrificaran un cordero y esparcieran su sangre sobre el poste de sus puertas. El ángel, al ver la sangre, pasaría por alto a los israelitas, pero infligiría destrucción a Egipto al llevarse a sus hijos primogénitos. Esto se podría haber evitado si el Faraón y su corte hubieran escuchado a Moisés y liberado a Israel. Pero se negaron, así que pagaron un precio máximo por su pecado contra Dios. Después de esto, los israelitas, quienes sobrevivieron gracias a la sangre del cordero, salieron de Egipto. Dios los redimió como había prometido.
Cincuenta días después, Israel estaba en el Sinaí, recibiendo la ley de Dios por medio de Moisés. Cuando entraran en la tierra, debían celebrar una fiesta o festival, en el que debían llevar sus primicias (pan hecho de grano nuevo) como ofrenda a Dios. La ofrenda de las primicias representaba tanto la esperanza en la llegada de la cosecha completa como una señal de agradecimiento a Dios por Su provisión. Pentecostés era inseparable de la Pascua y estaba marcado específicamente por la fecha de esta fiesta (Lv 23:16). Solo podía venir como resultado de la obra previa de Dios. Por lo tanto, no se trataba simplemente de agricultura, sino también de redención. Israel ofreció sus primicias a Dios, quien los salvó de la esclavitud en Egipto. La idea subyacente en el simbolismo de Pentecostés era que si Dios era capaz de redimir a Su pueblo de Egipto, entonces también podría proveer para sus vidas, tal como lo había prometido.
En Hechos 2, los judíos de Jerusalén siguen celebrando Pentecostés, pero este Pentecostés es diferente. Es, de hecho, el último Pentecostés. Debe ser el último, porque la Pascua final tuvo lugar cincuenta días antes, cuando Jesús, el Cordero de Dios sin mancha, fue crucificado por los pecados del pueblo de Dios. Este fue el sacrificio que pondría fin a todos los sacrificios (ver He 7:27; 9:12, 28; 10:10). La redención de Egipto, y las Pascuas que la recordaban, eran una sombra de algo mayor. La Pascua se ha cumplido y ahora es el momento del cumplimiento de Pentecostés. Con Jesús ahora en el cielo —un punto vital para lo que sigue—, este cumplimiento es precisamente lo que sucede a continuación.
Los discípulos están reunidos y sucede algo que solo puede explicarse por analogía, no por experiencias pasadas: «de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso» y «se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos» (Hch 2:2, 3).
Las palabras «como» en estos versos son importantes para entender la manera bíblica por excelencia en que Lucas describe la escena. Los comentaristas están divididos en cuanto a si hubo una ráfaga de viento acompañada por el sonido o si solo hubo un sonido. Pero no importa si los discípulos sintieron un viento o no. Lo que ocurrió no se describe exactamente como fenómenos naturales, sino «como» algo natural.
Esto es común en las Escrituras, particularmente en textos y pasajes que describen escenas celestiales o momentos en que los reinos celestial y terrenal se unen: las puertas y los muros son «como» piedras preciosas, las escenas celestiales generalmente se describen como «semejante a» analogías terrenales y las visiones incluyen cosas «como» ruedas, mensajeros de fuego o varios animales que a veces combinan más de una especie. Se trata de intentos de transmitir visiones y experiencias sobrenaturales, hechos reales y vividos, pero que van más allá de lo que se puede describir con todo detalle.
En este caso, se oyó algo así como un viento fuerte. Tengo en la mente una imagen de los apóstoles oyendo algo así como el sonido de un gran viento desde el interior —con paredes y techos crujiendo, ventanas temblando y el sonido del aire que se precipita y sacude todo a su paso— esforzándose por pasar. Tal vez para nosotros habría sonado como un tren que se aproxima.
Lo que es importante es lo que indican el sonido parecido al viento y la aparición de las lenguas como de fuego: ambos señalan la presencia de Dios (cp. 1 R 19:11-13).
Así el profeta Ezequiel fue guiado por el Espíritu a una visión de huesos secos que tomaban forma humana y cobraban vida cuando el Espíritu ordenó: «Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y dile al espíritu: “Así dice el SEÑOR Dios: ‘Ven de los cuatro vientos, oh espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán’”» (Ez 37:9). La imagen es la de Dios trayendo a Israel de regreso del exilio, redimiéndolos como en un nuevo éxodo, con esta gran excepción: esta vez les promete darles Su Espíritu (Ez 37:14). Asimismo, la imagen del fuego en Hechos 2 es inconfundible. Puede compararse con la aparición del Señor a Moisés en una zarza ardiente (Éx 3:1-6) o al pueblo de Israel como una columna de fuego, guiándolos de noche en su peregrinación por el desierto (Éx 14:19-20; Nm 11:25; 12:5; 14:14; 16:42; Dt 1:33). El fuego también podría ser un eco de Isaías 6:4-7, donde la lengua del profeta es limpiada con un carbón encendido.
La presencia de Dios en Hechos 2 también está acompañada por un acto de Dios. Su presencia es confirmada por la dirección de donde viene el sonido: del cielo, el lugar de Dios. Esta es la segunda vez en poco tiempo que el cielo y la tierra se cruzan. Jesús fue al cielo; ahora el Espíritu del cielo invadirá el reino terrenal, llenando a los apóstoles para dar testimonio.
Cuando los apóstoles reciben el Espíritu aquí, este no es el momento en el que son «salvados» o regenerados. De hecho, no es la primera vez que reciben el Espíritu. Después de Su resurrección, Jesús se apareció a los once apóstoles y sopló sobre ellos, diciendo: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20:22). También recibieron, como resultado, autoridad para perdonar pecados en Su nombre (Jn 20:23). La recepción del Espíritu en Hechos 2:2 es para llevar a cabo la comisión de Jesús de dar testimonio. La experiencia que los apóstoles tuvieron del Espíritu es, por necesidad de su época, diferente de la que tuvieron las generaciones posteriores. Esto no quiere decir que su experiencia sea totalmente diferente o que no tenga relación con la recepción del Espíritu que se vio después del sermón de Pedro, sino que esta instancia es un equipamiento especial para un grupo especial de personas.
Mientras estuvo en la tierra, Jesús estuvo presente directamente con Sus seguidores, quienes, aun con sus obvias deficiencias, dieron evidencia de creer en Él hasta donde les fue posible («Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna»; «Tú eres el Cristo»; «Creo; ayúdame en mi incredulidad»). No hay una manera clara y fácil de determinar el punto exacto en el que los discípulos se convirtieron en creyentes en el sentido que usamos el término. Ellos sí «creyeron» cuando Jesús estaba vivo, pero su fe no fue completa hasta la resurrección, así como la obra redentora de Cristo no estaba completa.
Los discípulos fueron santificados por la palabra de Jesús mientras estuvo con ellos (Jn 13:10; 15:3; 17:17), pero no recibirían el Espíritu como el poder del Cristo resucitado hasta después de la resurrección (como se prometió en Juan 14-17). Por necesidad histórica y experiencial, los discípulos ocupan un lugar diferente que nosotros en la historia de la salvación.
En Hechos 2:33, Pedro dice que Jesús «recibió» el Espíritu del Padre específicamente para el derramamiento que fue recibido en Pentecostés. Por otro lado, en Hechos 8:17 algunos samaritanos recibieron el Espíritu cuando Pedro y Juan les impusieron las manos. En Hechos 10:47, Pedro declaró que debido a que Cornelio y otros gentiles «recibieron» el Espíritu tal como lo hicieron los creyentes judíos, no había manera de negarles el bautismo. Mientras Pedro hablaba con los gentiles, el Espíritu «cayó» sobre todos los reunidos, y los que estaban con Pedro se asombraron de que el Espíritu fuera «derramado» sobre los gentiles tal como lo fue sobre los creyentes judíos (Hch 10:44-45). Por lo tanto, es claro que el lenguaje para recibir el Espíritu, ya sea para un empoderamiento particular o para un poder regenerador, no distingue consistentemente entre la obra de testimonio y la de fe. Todas estas obras —el testimonio apostólico, las señales y prodigios y la regeneración— son enteramente obra del Espíritu. La manera en que el Espíritu está obrando y lo que está produciendo depende del contexto.
Manifestación externa
El Espíritu vino y reposó sobre cada uno en Pentecostés (Hch 2:3). Esta era una manifestación externa de lo que estaba sucediendo en ellos, ya que todos los reunidos en la sala estaban «llenos del Espíritu Santo» (Hch 2:4) —lo que Jesús les prometió en Su ascensión ahora se estaba cumpliendo.
Es imposible cuantificar lo que significa estar «llenos del Espíritu Santo». No debemos pensar en el Espíritu como una especie de gasolina celestial que llena nuestro tanque espiritual. Lucas parece estar hablando en el sentido de capacidad (lenguaje de «llenar»), pero ¿cómo pensamos en la capacidad cuando los receptáculos son personas y la sustancia es el Espíritu Santo? ¿Puede alguien estar lleno un 25 % con el Espíritu? ¿En qué punto uno está «lleno» del Espíritu en términos de cantidad? Pablo les dice a los creyentes de Éfeso, quienes ya tienen el Espíritu, que, no obstante, «sean llenos del Espíritu» en lugar de emborracharse con vino (Ef 5:18).
En su Evangelio, Lucas usa la palabra «lleno» en el sentido de llenar hasta su capacidad máxima, como cuando las barcas de los discípulos están tan llenas de peces que comienzan a hundirse (Lc 5:7), o en sentido figurado, como en «se llenaron de gran temor» (Lc 2:9) o «se llenaron de ira» (Lc 6:11). También usa el término para el significado de «cumplir» o «terminar», como en llegar a una conclusión señalada. Zacarías regresa a casa «cuando se cumplieron los días de su servicio sacerdotal» (Lc 1:23). La destrucción de Jerusalén predicha en el Sermón del monte de los Olivos se describe como «días de venganza, para que se cumplan [sean llenadas] todas las cosas que están escritas» (Lc 21:22). Es importante destacar que el ángel le dice a Zacarías que su hijo, Juan, «será lleno del Espíritu Santo» (Lc 1:15); Elisabet ve a María y es «llena del Espíritu Santo» y comienza a alabar (Lc 1:41); Zacarías es, una vez más, «lleno del Espíritu Santo» y comienza a profetizar y alabar a Dios por lo que está a punto de hacer en Israel según Sus promesas (Lc 1:67).
Encontramos textos similares también en Hechos. Pedro es lleno del Espíritu y habla a una multitud (Hch 4:8), y poco después los creyentes son llenos del Espíritu a través de la oración (Hch 4:31). Cuando los siete son elegidos para cuidar de las viudas entre los judíos de habla griega, uno de sus criterios es que deben estar llenos del Espíritu (Hch 6:3). Ananías le dice a Pablo que será «lleno del Espíritu Santo» (Hch 9:17).
Estos textos, junto con los de Lucas, determinan lo que significa la frase en Hechos 2:4 y en Hechos en general. En la mayoría de los casos, ser «lleno del Espíritu Santo» significa estar capacitado para el servicio, generalmente el de la proclamación o la misión. Esto no implica una carencia inicial, sino que simplemente comunica una experiencia especial del Espíritu para llevar a cabo la misión desde Jerusalén y Judea hasta Samaria y los confines de la tierra. La obra del Espíritu en la salvación no pasa a un segundo plano en Hechos —la recepción del Espíritu es la razón principal por la que los gentiles deben ser bautizados y reconocidos como miembros de pleno derecho del nuevo pacto (Hch 15:8-9)—, pero en Pentecostés específicamente los discípulos son llenos de poder para la gran obra de ese día.
El significado de las lenguas
Como resultado, los que estaban en la habitación «comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse» (Hch 2:4; cp. Hch 10:45-46; 19:6). El significado de la palabra traducida «lenguas» (gr. glōssai) es objeto de controversia.
Muchos cristianos entienden que este versículo significa que los discípulos comenzaron a hablar en un idioma celestial que trasciende las estructuras lingüísticas humanas, diferenciándose de cualquier idioma de la tierra. En tal interpretación, quienes oyen a los discípulos hablar en diferentes idiomas (Hch 2:6), lo hacen porque se está produciendo algún tipo de traducción divina que hace que las «lenguas» se oigan como idiomas. A menudo, en esta interpretación, el milagro de las lenguas va acompañado de un milagro en la audición. En apoyo de esta interpretación se citan textos como 1 Corintios 13:1, donde Pablo menciona el hablar en «lenguas humanas y angélicas» (cp. 1 Co 14:2, 18-23, 27).
Otros, sin embargo, entienden que los discípulos que estaban representados en la casa ese día hablaban en diferentes idiomas. En esta interpretación no hay necesidad de un milagro de oír. Por lo general, esta lectura se acompaña con la lectura del término «lenguas» en el Nuevo Testamento como siempre refiriéndose a idiomas humanos conocidos. Sin embargo, 1 Corintios 13:1 parece distinguir entre el habla humana y la celestial. Presionar para que el término griego glōssai signifique «idiomas» en cada caso en el Nuevo Testamento parece forzado.
Una tercera opción es entender que la palabra «lenguas» se usa en el Nuevo Testamento tanto para los idiomas humanos como para el habla celestial, siendo ambas manifestaciones obras del Espíritu.
En Pentecostés las lenguas parecen ser idiomas y, por lo tanto, el milagro es uno de hablar, y probablemente no uno de oír. Lucas usa aquí la palabra apophthengomai («expresar»; Hch 2:4), la cual aparece dos veces más en Hechos en relación con hablar la Palabra de Dios. Es claro que el Espíritu da poder a los discípulos para hablar, pero, como se ve en los versículos siguientes, no hay ninguna indicación similar de que un milagro de audición fuera obrado por el Espíritu.
A lo largo del libro de Hechos (como ya se ha demostrado), el Espíritu obra en los creyentes para capacitarlos para el servicio. El Espíritu sí obra en los incrédulos, pero esto es parte de la obra de salvación de Dios, «purificando por la fe sus corazones» (Hch 15:9). Por eso es importante establecer primero qué significa «lleno» en este pasaje antes de considerar el milagro de hablar que sigue: proporciona el contexto para entender este texto tan discutido.