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Nota del editor: 

Este es un fragmento adaptado del libro Nuestra adoración importa: Guiando a otros a encontrarse con Dios (B&H Español, 2016), por Bob Kauflin.

Nunca había pensado del apóstol Pablo en términos de un líder de adoración. Él aparentemente no tocó una lira delante de la iglesia, ni marcó el “tiempo” con una pandereta. Aunque sí dirigió a capela un himno cuando estaba en prisión, a medianoche, después de haber sido golpeado y tirado en la celda.

Sin embargo, no es lo que vemos cada domingo, ¿cierto? Pablo podría no ser el tipo de líder de adoración al que estamos acostumbrados, pero sí nos puede decir cómo vive un buen líder de adoración. De manera consistente, él glorificó a Dios y exaltó al Salvador en el poder del Espíritu. Su vida y sus palabras han inspirado a millones a través de la historia para ofrecerle a Dios una adoración que lo honre. Pablo nos muestra, más que cualquier músico que haya conocido alguna vez, cómo vivir como un líder de adoración.

Pablo sabía que la vida espiritual de un líder nunca es un asunto privado. Timoteo era un líder, y la gente lo estaba mirando, estudiando, y aprendía de lo que observaba. Así que Pablo sabiamente le encarga: “No permitas que nadie menosprecie tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, fe y pureza” (1 Ti. 4:12). Aunque Timoteo era más joven que una gran parte de los creyentes que tenía que dirigir, él estaba llamado a ser ejemplo. 

Si dirigimos al pueblo de Dios en adoración, no podemos eximirnos de este estándar bíblico. Las personas también nos están mirando. Y no solamente los domingos, sino durante la semana. El encargo que Pablo le da a Timoteo también se aplica a nosotros. Por tanto, seamos un ejemplo. Este mandamiento de ser ejemplo toca cada área de nuestras vidas.

Cada palabra que decimos tiene el potencial de confirmar nuestro ejemplo de genuina adoración o de estorbarlo.

Cada vez que abrimos nuestras bocas, estamos guiando a otros. No solo cuando estamos frente a las personas, sino todo el tiempo. Por supuesto, lo que decimos delante de la congregación es importante. Pero las palabras que usamos en un blog, o en las redes sociales, en artículos, y en conversaciones privadas son igualmente importantes. Cada palabra que decimos tiene el potencial de confirmar nuestro ejemplo de genuina adoración o de estorbarlo. Si nuestras palabras son necias, sensuales, o pecaminosas durante la semana, es difícil que las personas nos tomen seriamente cuando, de pronto, nuestras bocas se llenan de alabanzas a Dios los domingos por la mañana. 

Los músicos del mundo pueden interpretar buena música cuando están sobre el escenario y vivir vidas totalmente decadentes. Los líderes de adoración no tienen esa opción. Dios quiere que nuestra conducta sea un ejemplo para otros. Si nuestra vida no respalda lo que proclamamos cada domingo, no solamente estamos engañando a la iglesia: estamos dando una imagen falsa del Dios al que decimos estar adorando. 

Dios nos llama a ser ejemplo en amor. El amor al cual Él nos llama está basado en su carácter, no en el nuestro. Es más que nuestra idea cultural de tolerancia o de experimentar atracción sexual. Nuestro amor es fugaz, egocéntrico, y contaminado. El amor de Dios es eterno, sacrificial y santo. Dios describe el amor como paciente, bondadoso, humilde, respetuoso, considerado, perdonador, todo lo espera, y todo lo soporta (1 Co. 13:4­7). 

Cada domingo busco que las personas vean a Dios. Mi rol no es dirigir los ojos de las personas hacia mí, sino hacia el Dios en quien confío. La manera principal en que lo hago es asegurándome de que yo mismo estoy dirigiendo mi mirada hacia Dios. Para que yo pueda dirigir a otros en la adoración de manera eficaz, necesito que brote por mis poros una firme confianza en Dios y sus promesas.


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Imagen: Lightstock
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