Estudiando la historia de la iglesia en Filipos me encontré con un relato de la asombrosa gracia de Dios en la vida de una mujer. Su nombre es Lidia. Ella era vendedora de telas de púrpura –mercancía muy exclusiva por su costosa coloración– y provenía Tiatira. Aunque era gentil, Lidia se había adaptado a las prácticas judías. Hechos 16 nos comenta cómo, en el día de reposo, ella se congregaba en el lugar de oración para adorar a Dios.
“El día de reposo salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde pensábamos que habría un lugar de oración. Nos sentamos y comenzamos a hablar a las mujeres que se habían reunido. Y estaba escuchando cierta mujer llamada Lidia, de la ciudad de Tiatira, vendedora de telas de púrpura, que adoraba a Dios; y el Señor abrió su corazón para que recibiera lo que Pablo decía. Cuando ella y su familia se bautizaron, nos rogó: “Si juzgan que soy fiel al Señor, vengan a mi casa y quédense en ella.” Y nos persuadió a ir”, Hechos 16:13–15.
Lidia no sabía lo que sucedería ese día. Ella nunca se imaginó que tendría un encuentro que cambiaría su vida por completo. Y lo que me encanta de esta escena es que cada detalle fue orquestado por la providencia divina. Pablo iba en una dirección diferente (Hechos 16:6-12), pero el Espíritu no le permitió continuar y luego tuvo una visión en la que un hombre de Macedonia le pedía ayuda. El apóstol se convenció de que necesitaba ir a anunciar el evangelio a ese lugar. Llegaron a Filipos, y en el día de reposo fue justo al lugar donde Lidia se reunía con las mujeres a orar.
Pablo y Silas llegaron a compartir la buena noticia de salvación. Lidia escuchó y Dios hizo lo que solo Él podía hacer: abrir su corazón para que ella creyera en Cristo. En ese momento ocurrió el mayor de los milagros; ella recibió salvación eterna y fue adoptada en la familia de Dios.
Justo cuando estaba estudiando esto conocí a una mujer joven que buscaba a Dios en la religión… igual que Lidia lo hacía. Al aprender estas verdades plasmadas en la historia de Lidia, mi corazón se llenó de esperanza para compartirle el evangelio. Estas son algunas cosas que podemos aprender de la historia de Lidia.
1. Lidia me recuerda que la salvación es del Señor
Pablo fue obediente al llevar el evangelio a los de Macedonia y Dios fue fiel en abrir los corazones y salvar. Ni Lidia ni Pablo abrieron el corazón. Dios lo hizo. ¡Qué gloriosa esperanza! El Creador del universo está activamente obrando en los corazones, atrayendo con ternura a pecadores que no merecen su amor. El mismo Espíritu que levantó a Cristo de la muerte es el que trae a la vida a quienes Dios abre sus ojos. ¡Grandioso milagro!
2. Lidia me empuja a compartir el evangelio
Si Dios es quien orquesta la salvación, yo puedo compartir el evangelio con la confianza de que Él hará el trabajo que ningún ser humano puede hacer. Me quita el peso de la decepción o el miedo de no tener un buen desempeño. Hay muchas Lidias que el Señor ha puesto a mi alrededor. Ellas solo necesitan escuchar la verdad, y Dios se encargará de dar vida en Cristo.
3. Lidia me llama al servicio para la expansión del Reino
Lo primero que Lidia hizo después de su conversión y bautismo fue servir. Dios abrió su corazón y ella abrió las puertas de su casa para el avance del Reino.
“Cuando salieron de la cárcel, fueron a casa de Lidia, y al ver a los hermanos, los consolaron y partieron”, Hechos 16:40.
Aun en medio de los disturbios en la ciudad por las manifestaciones del poder de Dios (Hechos 16:16-40), Lidia recibió a Pablo y sus compañeros para que fueran consolados y animados a continuar con su misión. ¡Qué hermoso ejemplo de servicio! Nuestros hogares pueden ser usados como un centro para el avance del evangelio, mi hospitalidad puede servir para fortalecer a otros en la misión de hacer discípulos.
Como nos enseña la vida de Lidia, seamos prontas para llevar el evangelio, descansemos en la verdad de que Dios es quien abre los corazones, y usemos nuestros hogares y recursos para avanzar la obra de Dios en medio nuestro y para animar a otros a unirse a la misión.