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Fragmento adaptado de El significado del matrimonio: Cómo enfrentar las dificultades del compromiso con la sabiduría de Dios. Timothy y Kathy Keller. B&H Publicaciones.

La Biblia presenta una elevada visión del sexo. Y es, sin duda, sello y señal de la unidad como pareja a los ojos de Dios. Por tanto, no debería sorprendernos descubrir que pueden surgir “problemas en la cama” que, de no ser por la cuestión del sexo, nunca se harían evidentes. Así, es posible que exista culpa, miedo e ira como consecuencia de anteriores relaciones. Por eso mismo, puede hacerse manifiesto un odio, o una falta de respeto, que tiene que ver con diferencias no resueltas en la relación presente.

El sexo es algo maravilloso pero frágil, y no es buena táctica ocultar bajo la alfombra problemas que por fuerza tienen que airearse y salir a la luz. Si la relación marital no está funcionando como es debido, la relación sexual no va a funcionar bien. Hay que asegurarse yendo más allá de la superficie. Una falta de “compatibilidad sexual” no tiene necesariamente que ser una falta de habilidad en lo físico. Puede ser, por el contrario, indicio de problemas más profundos en la relación de pareja. Y suele darse con mucha frecuencia el caso de que, si se hace frente a esos problemas, la relación sexual mejora.

Una regla fundamental en el matrimonio es que, a medida que pasa el tiempo, y tal como Lewis Smedes señala, descubrimos que no nos casamos con una sola persona, sino con las muchas personas en las que esa misma persona se convierte. El tiempo, los hijos, si los hay, las enfermedades, las múltiples experiencias y la acumulación de años provocan cambios que requieren respuestas creativas y disciplinadas para que sea posible la necesaria renovación de una intimidad sexual que era más fácil en sus inicios. Si no reconocemos y no nos adaptamos a esos cambios, nuestra relación sexual como pareja sufrirá por ello.

Kathy y yo solemos comparar el sexo en el matrimonio con el aceite que engrasa un motor. Si el aceite no está ahí, la fricción en el matrimonio provocará ira, resentimiento, desilusión y una relación pobre. Lo que debería ser motivo de unión, se convierte en motivo para división. Nunca debemos renunciar a una legítima relación sexual.

Un reflejo de lo eterno

El sexo es algo realmente maravilloso y totalmente extraordinario. Eso es algo que sería evidente aun sin que la Biblia lo afirme. El sexo nos mueve a un gozo que se manifiesta espontáneo en agradecida alabanza. La Biblia lo expone con acertadas palabras. Juan 17 nos informa que, desde la eternidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se han glorificado y profesado mutua adoración, expresada en mutua devoción, en recíproco gozo del corazón (véase Juan 1:18;17:5, 21, 24-25). La relación sexual entre un hombre y una mujer es, en su más pura esencia, reflejo del amor existente entre el Padre y el Hijo (1 Cor. 11:3). Y es, así mismo, reflejo de una generosa y gozosa entrega personal generadora de amor en el seno de la Trinidad.

El sexo es algo glorioso no solo por ser reflejo del gozo existente en un Dios trino, sino por ser también primicia del eterno deleite del alma que experimentaremos en el cielo, en el seno de una relación de amor con Dios y con nuestros hermanos en la fe. Romanos 7:1ss., nos informa que los matrimonios bien avenidos son primicia de la futura relación de amor que tendremos con Cristo, en una profunda unión final infinitamente satisfactoria.

Por tanto, no ha de sorprendernos que, como alguien ha señalado, la relación sexual entre un hombre y una mujer pueda llegar a ser una verdadera experiencia extracorpórea. Y es, sin posible parangón, visión anticipada de la gloriosa vida de profunda unidad que tendrá lugar en el futuro, por ello mismo inimaginable, pero sin duda, extraordinaria.


Imagen: Lightstock
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