Este artículo pertenece a una serie mensual de biografías breves que hemos estado publicando sobre cristianos que fueron usados por el Señor para impactar a incontables vidas, y de los cuales podemos aprender. Otras biografías en esta serie: Martyn Lloyd-Jones, Martín Lutero, George Müller, George Whitefield, John Newton, Francis Schaeffer, William Wilberforce, Jonathan Edwards, David Brainerd, y J. I. Packer.
¿En qué piensas cuando oyes la palabra “puritanismo”?[1]
Tal vez compartas la definición del periodista estadounidense H. L. Mencken, quien a comienzos del siglo pasado resumió la idea popular sobre el puritanismo diciendo que era «el miedo inquietante de que alguien, en alguna parte, pueda ser feliz».[2]
Solemos imaginar a los puritanos como hombres aburridos del siglo XVI, vestidos con ropa oscura y rodeados de libros, recluidos en sus casas como si fuesen monjes con pocas habilidades sociales, personas con sentimientos de superioridad moral y religiosa, y aguafiestas aburriendo la existencia de otros con sus sermones carentes de gracia.
La verdad es que, aunque algunos puritanos se diferenciaban entre sí en temas prácticos y teológicos, podemos estar seguros de que no eran aburridos. Tenían una pasión que los consumía y les daba gozo: vivían para el Señor.[3]
Además, ellos no vivían recluidos de la sociedad. De hecho, fueron una fuerza influyente en Inglaterra. Tampoco se creían más puros que los demás; basta leer sus libros para ver lo claro que comprendían la realidad del pecado en sus corazones y se aferraban a la gracia de Dios. Así lo dijo Martyn Lloyd-Jones: “El puritano no es el hombre fuerte. Es un hombre muy débil al que se le ha dado fuerza para darse cuenta de que es débil”.[4]
Entonces, ¿quiénes eran realmente los puritanos y qué podemos aprender de ellos?
El comienzo del puritanismo
Cuando la reina Isabel I estableció la Iglesia de Inglaterra con su versión de protestantismo a finales de la década de 1550, muchos protestantes se alegraron. ¿Cómo no celebrar que Inglaterra no abrazaría la doctrina de Roma? Sin embargo, no todos estaban contentos.
Los ministros aún eran llamados sacerdotes y casi todo en la iglesia lucía muy católico romano, con gente arrodillándose para tomar la cena del Señor o ministros haciendo bautizos como si se tratase de un ritual. “¿Acaso esto no trae confusión cuando se supone que somos protestantes? ¿Estamos honrando al Señor así?”, pensaron algunos.
Sin embargo, lo que a estos hombres más les preocupaba era que la mayoría de la religión en la iglesia era simplemente externa. Las personas no comprendían el significado de la salvación solo por fe y eran protestantes solo en la superficie.
Las Escrituras nos enseñan la mejor manera de vivir, la manera más noble de sufrir, y la forma más alentadora de morir.
El término “puritano”, entonces, comenzó a usarse para referirse a aquellos que consideraban incompletas las reformas en Inglaterra y querían una mayor purificación. Era un término difamatorio, ya que traduce la palabra latín catharus, un título dado a los herejes medievales.[5] Para Isabel, los puritanos eran unos quisquillosos puesto que todo el problema de la iglesia ya estaba resuelto: Inglaterra ya era protestante y reformada por decreto real.
Mientras tanto, en palabras de J. I. Packer, el puritanismo se formaba como “un movimiento evangélico de santidad que buscaba implementar su visión de renovación espiritual, nacional y personal, en la iglesia, el estado y el hogar; en la educación, el evangelismo y la economía; en el discipulado y la devoción individual, y en lo pastoral y la competencia [ministerial]».[6]
Los puritanos empezaron a tener extensas reuniones en lugares de influencia, como las universidades. Allí conversaban de temas bíblicos, escuchaban extensas prédicas (los sermones de siete horas no eran raros), y discutían sermones.[7] Hacían todo buscando basarse en la Palabra de Dios, reconociéndola como máxima autoridad.
Así surgió el puritanismo y se levantó una nueva generación en este movimiento menos paciente en su deseo de reforma. También surgió lo que hoy conocemos como el modelo presbiteriano en cuanto al orden de las iglesias en una región, y muchos puritanos comenzaron a argumentar que todo en la vida de la iglesia debía tener fundamento bíblico.
“Podría ser un poco absurdo: el ministro debía permanecer de pie en un lugar durante el servicio dominical, se argumentó, porque Pedro se levantó en medio de los discípulos (Hch. 1:15); debían haber dos servicios dominicales porque Números 28:9 habla de dos holocaustos cada sábado, y así sucesivamente», comenta Michael Reeves.[8]
Isabel odió todo esto y empezó a suspender a muchos ministros puritanos. Luego comenzaron a circular en el país unos tratados anónimos ofensivos contra obispos de la iglesia oficial y miembros del palacio. Ellos fueron atribuídos a los puritanos, a quienes asociaron con la anarquía. Isabel culminó sus medidas de oposición a los puritanos con un acta parlamentaria contra ellos, firmada en 1593.
Fueron días difíciles para los puritanos. Varios de ellos terminaron colgados, y sus enemigos aprovecharon el momento para atacar al movimiento, especialmente los dramaturgos de la época que se mofaban de ellos en sus obras teatrales.
Subidas y caídas
Cuando Jacobo IV de Escocia llegó al poder en Inglaterra, los puritanos creyeron que la situación mejoraría para la causa debido a que él era protestante. Se equivocaron.
La única idea valiosa que el rey Jacobo aprobó de ellos fue ordenar una nueva traducción de la Biblia, porque así se desharía de las fastidiosas notas al margen de la Biblia protestante de Ginebra, la cual hablaba de cosas como el derecho de los creyentes a desobedecer a los reyes malos.[9] Ahora ya sabes la historia de la célebre King James Version.
Sin embargo, los puritanos tuvieron cierto alivio cuando Jacobo asignó a algunos de ellos en lugares de influencia. No obstante, él exigió tanta conformidad como Isabel. Así la fricción entre el rey y los puritanos creció, y para muchos de ellos esto fue la gota que derramó el vaso, llevándolos a tomar la decisión de irse de Inglaterra. Varios se marcharon hacia el Nuevo Mundo, al otro lado del Atlántico, con la esperanza de construir una Nueva Jerusalén en esta “tierra prometida” donde no estarían bajo la tiranía del Faraón.
Todo esto debilitó la influencia de los puritanos en Inglaterra, quienes se debatían entre si permanecer en la iglesia oficial o no, mientras discutían diversos temas teológicos.
La situación empeoró con la llegada de Carlos I al poder, el hijo de Jacobo con Enriqueta María de Francia, una devota católica. Él introdujo muchas formas católicas de adoración y una teología arminiana. Se opuso a los puritanos y, luego de disolver el parlamento, inició una persecución feroz contra ellos causando que más puritanos dejaran la nación.
La verdadera reforma no comienza con lo exterior, sino con el cambio interno que solo Dios puede obrar.
Los escoceses vieron en Carlos a alguien que quería traer de vuelta el catolicismo, y eventualmente comenzó una guerra civil contra él que no tenía que ver solo con religión. Sin embargo, los soldados puritanos ganaron. El país sería gobernado por un parlamento. Así, el puritanismo vio su mayor oportunidad para buscar traer una verdadera reforma.
En la década de 1640, más de cien teólogos puritanos se reunieron en Westminster para la formación de una nueva iglesia nacional. De allí salió la célebre Confesión de fe de Westminster, sus documentos y catecismos, y la institución formal de la Iglesia presbiteriana.
Debido a la libertad en la nación para estar en desacuerdo con la vieja iglesia oficial, en aquellos días surgieron diversas sectas heréticas, desordenadas, y escandalosas que, para los críticos de los puritanos, representaron el fracaso y la contradicción de la visión puritana. Sin embargo, como señala Reeves:
“Lo principal… que comenzó a volver a las personas contra el gobierno puritano fue su intento de imponer un comportamiento cristiano estricto en una nación… Los ciudadanos comunes, independientemente de su estado espiritual, se vieron obligados a vivir como si fueran ‘piadosos’, y ellos no podían soportarlo. Fue una experiencia que acabaría con el puritanismo en la mente inglesa, y la gente comenzó a anhelar la vida más fácil de un gobierno ‘feliz’”.[10]
El país entonces pidió volver a tener un rey y nombró a Carlos II en 1660, hijo del rey anterior (que fue ejecutado por traición al final de la guerra). El nuevo gobernante no tardó mucho en oponerse a los puritanos, trayendo de vuelta el Libro de oraciones promovido por Isabel, y expulsando del ministerio a quienes se opusieron a él y sus políticas.
Más de 20,000 puritanos fueron a prisión en los siguientes 20 años. Se les prohibió enseñar e ir a universidades como lo hacían antes, lo cual debilitó más aún al movimiento, aunque algunos trataron de permanecer en la Iglesia de Inglaterra. Poco a poco, el puritanismo pasó por una muerte lenta. Hoy todavía se debate cuándo fue que el movimiento se terminó.
El mayor error y la mayor lección
Hay algunas cosas de los puritanos que pueden parecernos extrañas, como su deseo exigente de tener una base bíblica para incluso el más mínimo aspecto de la vida de la iglesia. No lo entenderemos hasta percatarnos que la Biblia era el mayor de los tesoros para ellos.
Por casi mil años, Europa no tuvo la Palabra en el idioma del pueblo para ser leída e interpretada por los creyentes. Así que cuando estos hombres por fin vieron lo que dice la Biblia, quedaron maravillados por ella y quisieron vivir conforme a ella. Por eso tomaron tan en serio el estudio diligente y profundo de la Escritura.
Como escribió el puritano Henry Smith: «Debemos establecer la Palabra de Dios siempre ante nosotros como una regla, y creer en nada más que lo que enseña, no amar nada sino lo que prescribe, no odiar nada más que lo que prohíbe, no hacer nada más que lo que ordena».[11] O como dijo John Flavel: “Las Escrituras nos enseñan la mejor manera de vivir, la manera más noble de sufrir, y la forma más alentadora de morir”.[12]
Sin embargo, el mayor desacierto de los puritanos fue que parte de ellos, en un deseo bueno de ver una nación más reformada, erraron al enfocar sus enseñanzas en cómo las personas deben responder al evangelio (tener una vida santa), en vez de enfocarse en el evangelio (el poder y la motivación para una vida santa).
Entonces, por ejemplo, en muchas iglesias era común oír sermones llenos de demandas y llamados a la auto-examinación, pero con poco énfasis en la gracia de Dios. Esto conducía a las personas al legalismo y a la clase de introspección que nos roba el gozo cristiano. También vemos este error cuando trataron de imponer el carácter cristiano en la sociedad.
De esta manera, algunos puritanos, al oponerse a cierta clase de religión superficial (la del “protestantismo” de Isabel y los reyes que vinieron luego de ella), quisieron imponer su propia versión de una religión superficial. ¿No es irónico cómo podemos desvirtuar con facilidad una reforma cuando apartamos la mirada de Cristo?
Los puritanos sabían que el viajero a través del paisaje de la Biblia pierde su camino tan pronto como pierde la vista del monte llamado Calvario.
En medio de un despertar a la sana doctrina en nuestros países, los puritanos nos recuerdan que los intentos de reforma, si no están anclados en el evangelio, conducen inevitablemente a una deforma tal vez igual o peor que la que teníamos antes.
La verdadera reforma no comienza con lo exterior, sino con el cambio interno que solo Dios puede obrar cuando reconocemos la obra de Cristo y nos aferramos a Él. Es un error querer que la gente tenga una vida cristiana (Efesios 4-6) sin antes hablarles bien de la gracia y el amor de Dios que nos conducen a esa vida (Efesios 1-3).
Por la gracia de Dios, fueron muchos los puritanos que vieron el peligro del legalismo dentro del movimiento y lo atacaron de raíz. Así que, si el mayor error de los puritanos fue que facciones de ellos perdieron de vista a Cristo, tal vez el mayor legado del puritanismo fue el énfasis que miles de puritanos tuvieron en lo que significa vivir centrados en Él.
Estos puritanos resaltaron la belleza trinitaria de Dios, de manera particular la belleza de Cristo, para que sus lectores y oyentes amaran a Dios desde el corazón y así fueran transformados.
Vivir centrados en Cristo
Para los puritanos, la vida cristiana y toda nuestra enseñanza debe estar centrada en Jesús.
Como J. I. Packer ha comentado, ellos “sabían que el viajero a través del paisaje de la Biblia pierde su camino tan pronto como pierde la vista del monte llamado Calvario”.[13] Dijo el puritano Thomas Adams: «Cristo es la suma de toda la Biblia, profetizada, tipificada, prefigurada, exhibida, demostrada, que se encuentra en cada hoja, casi en cada línea, siendo las Escrituras como los pañuelos del niño Jesús».[14]
Conocer a Cristo a través de su Palabra es lo que más necesitamos para tener un gozo en Él que venza nuestro gozo en el pecado. Cristo no es una simple doctrina o verdad para estudiar; Él es la Persona más digna de ser amada. Es por eso que John Owen, por ejemplo, escribió:
“Es al contemplar la gloria de Cristo por fe que somos edificados espiritualmente y edificados en este mundo, porque al contemplar su gloria, la vida y el poder de la fe se fortalecen cada vez más. Es por fe que crecemos para amar a Cristo. Entonces, si deseamos una fe fuerte y un amor poderoso, que nos den descanso, paz y satisfacción, debemos buscarlos al contemplar diligentemente la gloria de Cristo por la fe. En esta tarea deseo vivir y morir. En la gloria de Cristo fijaré todos mis pensamientos y deseos, y cuanto más vea la gloria de Cristo, más se marchitarán ante mis ojos las bellezas pintadas de este mundo y seré cada vez más crucificado para él”.[15]
Y cuando nuestra mirada no está puesta en Él como debería estarlo, ¡qué consuelo saber que Él nos sigue amando! Como dijo Thomas Goodwin:
«Tus propios pecados lo mueven a la piedad más que a la ira … así como el corazón de un padre es para un niño que tiene una enfermedad repugnante, o como lo es para un miembro de su cuerpo que tiene lepra, no odia al miembro porque es su carne, pero sí la enfermedad, y eso le provoca compasión por la parte más afectada».[16]
Es mejor estar en cualquier lugar con Cristo que estar en el cielo sin Él.
De esa manera, los puritanos estaban maravillados ante el amor de Dios mostrado en Jesús y su obra redentora. Por eso no es extraño leer a Thomas Brooks decir que “no aman a Cristo aquellos que aman algo más que a Cristo”;[17] o leer a Goodwin decir: «El cielo sería un infierno para mí sin Cristo»;[18] o leer estas palabras de Richard Baxter:
«Es mejor estar en cualquier lugar con Cristo que estar en el cielo sin Él. Todas las delicias sin Cristo no son más que un banquete fúnebre. Donde el maestro de la fiesta está ausente, no hay nada más que solemnidad. ¿Qué es todo sin Cristo? Las alegrías del cielo no son las alegrías del cielo sin Cristo; Él es el mismísimo cielo del cielo».[19]
O leer esta comparación de Samuel Rutherford:
«Pon junta la belleza de diez mil miles de mundos de paraísos, como el Jardín del Edén, en una sola cosa; pon todos los árboles, todas las flores, todos los olores, todos los colores, todos los gustos, todas las alegrías, todo el encanto, y toda la dulzura en una sola cosa. ¿Qué cosa tan justa y excelente sería esa? Sin embargo, sería menos [excelente] que nuestro Cristo [como] una gota de lluvia sería menor a todos los mares, ríos, lagos, y fuentes de diez mil tierras”.[20]
¡Esto es lo que más necesitamos los reformados si no queremos ser deformados!
Los puritanos nos enseñan que la clave para vivir como somos llamados a hacerlo es tener la mirada fija en este Jesús glorioso y lleno de amor por nosotros. Así seremos cautivados por su belleza. Así tendremos la verdadera felicidad. Él es suficiente. ¡Bendito Salvador!
“Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”, 2 Corintios 3:18.
[1] Aunque hubieron algunos puritanos en otros lugares de Europa aparte de Inglaterra, en esta biografía breve del movimiento me enfocaré en el puritanismo en Inglaterra.
[2] Bruce Shelley, Church History in Plain Language: Fourth Edition (Thomas Nelson), p. 304..
[3] Algunas diferencias entre ciertos puritanos eran muy notables y serias. Por ejemplo, John Milton no creía en la Trinidad.
[4] Citado en: Martyn Lloyd-Jones on the Puritans.
[5] Joel Beeke y Randall Peterson, Meet The Puritans (Reformation Heritage Books), pos. 205.
[6] Ibíd, pos 246-249.
[7] Michael Reeves, The Unquenchable Flame: Discovering The Heart of The Reformation (B&H Publishing), p. 152.
[8] Ibíd, p. 158.
[9] Ibíd, p. 160.
[10] Ibíd, p. 172.
[11] Meet the puritans, pos. 274.
[12] Ibíd, pos. 278.
[13] J. I. Packer, A Quest for Godliness: The Puritan Vision of the Christian Life (Crossway), p. 286
[14] Meet The Puritans, p. 296.
[15] John Owen, The Glory of Christ (Banner of Truth), p. 7.
[16] Joel Beeke y Mark Jones, A Puritan Theology: Doctrine for Life (Reformation Heritage Books), pos. 15033.
[17] Ibíd, pos. 35994.
[18] Meet The Puritans, pos. 302-303.
[19] Richard Sibbes, The Complete Works of Richard Sibbes: Volume 1 (Editado por Alexander Balloch Grosart), p. 339.
[20] Meet The Puritans, pos. 299.