“En ti serán benditas todas las familias de la tierra”, Génesis 12:2.
Esa fue la promesa de Dios a Abraham. Solo después de que Cristo fuera revelado, muriera, y resucitara, nos daríamos cuenta de las implicaciones universales de esa promesa dada miles de años atrás. Una familia creada y prometida para ser de bendición a un número increíble de personas a través de la historia.
Cada familia cuenta. Cada persona cuenta. No son solo un número más.
Luminarias del mundo
Como hijos de Dios, nuestro propósito es uno: mostrar a Cristo.
Jesús se reveló a sí mismo como la luz del mundo, y prometió que quien le siguiera tendría luz de vida (Juan 8:12). Si estás en un camino totalmente oscuro y tienes una lámpara o linterna, necesitas sostener la luz frente a ti para que la sombra de tu propio cuerpo no interfiriera. Si la pones en alto, el alcance es aún mayor. No es una analogía perfecta, pero piensa en lo que significa para tu vida y para el mundo. Cristo es la luz que va delante de ti y por encima de ti. Él provee claridad de dirección en tu vida y en la de aquellos que la buscan en Él. Y su propósito se extiende más allá de la vida de un individuo o persona.
Mientras Cristo, el Dios del universo encarnado, estuvo en la tierra, fue luz aquí; en el tiempo de su partida Él nos designó a nosotros para continuar siendo luz a las naciones, a toda tribu, pueblo, lengua y nación. Jesús dijo que nos convenía que se fuera para enviar al Consolador, quien nos guía a toda verdad, convence al mundo de pecado, y nos capacita para testificar de Aquel que nos salvó.
Mientras estamos aquí, ser luz es nuestra responsabilidad ¿No te parece increíble?
Nuestra luz en este mundo es temporal. Una vez partimos de este mundo no somos más luz. Esa luz se apaga. Parece triste, pero no lo es. Nosotros no tenemos luz propia; la luz de Cristo es la que brilla. Como la Luna refleja la luz del Sol, nosotros dejamos que la Luz de las Naciones, Cristo, resplandezca a través de nosotros. Aunque nosotros muramos y dejemos de brillar, la luz de Jesús permanece.
Dios, a través del apóstol Pablo, nos dice el propósito y el cómo mostrar nuestra luz: “para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida, a fin de que yo tenga motivo para gloriarme en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano ni habré trabajado en vano” (Filipenses 2:15-16).
Como hijos de Dios, nuestro propósito es uno: mostrar a Cristo.
Los medios de comunicación y las redes sociales están llenos de noticias tristes, de maldad, de vidas falsas, y de estándares desviados del diseño y el propósito de Dios. En medio de todo esto, nosotros somos los que debemos apuntar al mundo a Cristo; Él es la luz que resplandece en la oscuridad y traspasa las tinieblas.
Déjala brillar
Una de mis canciones preferidas en mis tiempos de adolescente y que (en parte) encendió mi llamado misionero dice así:
//Esta pequeña luz, la dejaré brillar//
Brillará, brillará, brillará.
//En todo lugar, la dejaré brillar//
Brillará, brillará, brillará.
//Jesús me la dio, la dejaré brillar//
Brillará, brillará, brillará.
A medida que Jesús habita en nuestras vidas y la de más personas en el mundo, a medida que el evangelio avanza y toma corazones, la luz de Cristo llega a lugares más remotos y más oscuros, transformando vidas, comunidades, y naciones.