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Desde el tiempo en que caminó entre los hombres hasta hoy, muchos han visto a Jesús como maestro y salvador. Sin embargo, yo me pregunto: ¿Cuántas personas en realidad ven a Jesús como Señor? Aunque hoy se habla poco del señorío de Cristo, hay muchos pasajes en el Nuevo Testamento donde Jesús demanda ser nuestro Señor. Examinemos dos de ellos.

La Pesca Milagrosa

En Lucas 5:1-11 encontramos un evento en la vida de Jesús que conocemos como “La Pesca Milagrosa”. Las multitudes lo han seguido y se agolpan hacia él hasta el Mar de Galilea. Allí, Jesús sube a una barca y comienza a enseñar la Palabra de Dios a aquellos que tenían sed de escucharle.

En ese momento Jesús estaba a punto de hacer una demostración de su poderío ante aquellos que se convertirían en sus discípulos más cercanos. Lucas nos da muchos más detalles de los acontecimientos —como es su costumbre— que Marcos y Mateo. Pienso que Lucas intenta demostrar que seguir a Jesús demanda abrazar su señorío. Esta deducción es lógica, ya que Lucas enfatiza mucho el señorío de Cristo en el libro de Hechos (se menciona a Jesús noventa y dos veces como Señor, y solamente dos veces como Salvador).

Es interesante notar que en el versículo 5 del pasaje de Lucas, Simón se refiere a Jesús como Maestro. Simón lo ve como alguien de quien recibir instrucciones y enseñanzas. Esto lo demuestra al obedecer la orden de Jesús de echar las redes mar a dentro, aun después de su objeción inicial. Sin embargo, después de que se produce la pesca milagrosa, Simón cae a los pies de Jesús reconociendo que es un pecador y que está delante de su Señor (vs. 8).

¿Haz reconocido el señorío de Cristo o él es solamente un maestro para ti?

Ahí Jesús declara que haría de ellos pescadores de hombres, y ellos reaccionan dejándolo todo para seguirle. Estos pescadores tenían una gran oportunidad de disfrutar de la bendición y los bienes materiales que Dios les acababa de otorgar; sin embargo, decidieron seguir a Jesús dejándolo todo. Fue una verdadera demostración de que estaban dispuestos a vivir bajo su señorío. ¿Lo estas tú?

Seguir a Jesús no es algo que debemos tomar a la ligera; es un llamamiento que demanda la totalidad de la vida, la vida misma. Él mismo dijo, “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23), y “Si alguien viene a mí, y no aborrece a su padre y madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, y aun hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:26).

La mayor riqueza

En Lucas 18:18-23, un joven rico se encuentra con Jesús. “Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”, preguntó. Note que —de nuevo— se utiliza la palabra “Maestro”.

La respuesta de Jesús lleva a este hombre prominente a considerar los Diez Mandamientos. Él responde que los había obedecido, y Jesús le hace saber que algo más le faltaba: “Vende todo lo que tienes y reparte entre los pobres, y tendrás tesoro en los cielos; y ven, sígueme”. El joven reconoció la importancia de los Diez Mandamientos, pero no estaba dispuesto a someterse al señorío de Jesus para dejar todo lo que poseía y seguirle. “Al oír esto, se puso muy triste, pues era sumamente rico” (v. 23). Sus pertenencias tenían un valor muy alto para él.

Hoy en día nuestra actitud hacia Jesús no es tan diferente: nos interesa más lo que le pedimos a Dios que lo que él demanda de nosotros. Se nos escapa la altura de su señorío.

Pedro y sus compañeros se sometieron al señorío de Cristo y le siguieron dejando la pesca más valiosa que jamas habían conseguido. Sin embargo, la tristeza se apoderó del joven rico y rechazó la mayor riqueza que un ser humano puede experimentar: el someterse a Jesús.

¿Estás bajo su señorío?

El puritano inglés John Flavel escribió, “La oferta del evangelio de Cristo incluye todos sus oficios”. El señorío de Cristo sobre nuestra vida nos habla de su oficio como Rey. ¿Es Jesús tu Rey? ¿Estás realmente bajo su señorío? ¿Gobierna Cristo cada aspecto de tu vida, sobre cualquier otra persona o cosa? 

No debemos desestimar la importancia de considerar estas preguntas en nuestras vidas. Si el señorío de Cristo te es una píldora difícil de tragar, considera tu condición y tu salvación.

“Por tanto, les hago saber que nadie hablando por el Espíritu de Dios, dice: ‘Jesús es anatema;’ y nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor,’ excepto por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). Si no puedes decir con todo tu corazón que Jesus es el Señor, el Espíritu no mora en ti. Si ese es el caso, necesitas arrepentirte y depositar tu fe en Jesús como Señor y Salvador.

Imagen: Lightstock
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