«¿Qué es un club de brujería?», preguntó mi madre. Me había acompañado el día de la orientación en mi nuevo seminario, uno de los más progresistas del país, y había visto un folleto en un pasillo. Descubrimos otros de la Alianza LGBTQ+ y de la Sociedad de Ateos. «¿Estás seguro de que estamos en el lugar correcto?», me preguntó.
Intenté acallar mis preocupaciones, pero pronto fueron inevitables. Mi profesor de Nuevo Testamento era un ateo declarado. Mi profesor de teología sistemática rechazaba la doctrina de la expiación sustitutiva. Las asignaturas de griego y hebreo no eran obligatorias, pero sí lo eran las de «pluralismo religioso» y «justicia social».
No recomiendo a nadie el seminario al que asistí. Aunque no me enseñó todo lo que debería haberme enseñado, estas son cinco lecciones importantes que aprendí durante esos años de formación.
1. El interés en Jesús no puede salvarte
Aunque mi seminario era el más diverso al que haya pertenecido, todos teníamos algo en común: la fe cristiana nos cautivaba desde el punto de vista académico. Sospecho que había tanta curiosidad intelectual y conversaciones sobre Jesús, la Biblia y la iglesia como en cualquier institución religiosa. Pero el interés por Jesús no es lo mismo que la devoción a Él. Estudiar la Biblia no es lo mismo que creer en ella y practicarla.
El interés por Jesús no es lo mismo que la devoción a Él. Estudiar la Biblia no es lo mismo que creer en ella y practicarla
En tiempos de Jesús, las personas más religiosas, los fariseos, eran en muchos casos las más perdidas. Jesús no vino a hacernos religiosos, sino a hacernos hijos de Dios y liberarnos de la esclavitud del pecado. El evangelio es «poder de Dios para la salvación de todo el que cree» (Ro 1:16). Liberales y conservadores, eruditos y escépticos, todos debemos arrepentirnos y confiar en Cristo para nuestra salvación.
2. La gracia común alcanza a todos
Aunque mi seminario fue en muchos aspectos un lugar espiritualmente oscuro, conocí y llegué a amar a muchas personas a las que Dios está usando para cumplir Sus propósitos. Gracias a la gracia común de Dios para todos, incluso los pecadores no regenerados pueden «cumplir por instinto los dictados de la ley… mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones» (Ro 2:14-15).
Junto a los grupos estudiantiles poco ortodoxos que he mencionado, el seminario albergaba organizaciones dedicadas al cuidado de los inmigrantes, el medio ambiente, las personas sin techo, las personas con discapacidad y otras poblaciones «menospreciadas». He mantenido el contacto con amigos del seminario con los que discrepo teológicamente, pero cuyo trabajo me anima a mostrar la misericordia y la compasión de Dios.
3. Nuestra fe necesita ser desafiada… y apoyada
Mis tres años en el seminario desafiaron mi fe más que ninguna otra época de mi vida. Existe un buen precedente bíblico para cuestionar nuestra fe (p. ej., Sal 10:1), e incluso podría decirse que existe un mandato bíblico para hacerlo (p. ej., 2 Co 13:5), y sabemos que Dios quiere usar tales pruebas de nuestra fe para refinarnos (Is 48:10) y producir «paciencia» (Stg 1:3), de modo que «la prueba de la fe de ustedes… sea hallada que resulta en alabanza… de Jesucristo» (1 P 1:7).
Pero si la fe se estira demasiado, se quiebra. Una cosa es escudriñar y otra subvertir. Los cristianos ya nos enfrentamos a suficientes ataques del enemigo (5:8); no necesitamos ayudarle. Lo que necesitamos es el apoyo amoroso de compañeros creyentes que puedan manejar nuestras preguntas difíciles y responderlas con la verdad de Dios. A menudo me pregunto cuán diferentes habrían sido para mí aquellos años de seminario si hubiera descubierto antes a Coalición por el Evangelio y sus recursos o, mejor aún, si me hubiera unido a una iglesia que predicara el evangelio.
4. Necesitamos compasión para con aquellos que están deconstruyendo
El seminario no solo puso a prueba mi fe, sino que acabó por hacerla naufragar. A una semana de graduarme, le dije a mi esposa que había terminado con Dios y con el cristianismo. El recuerdo todavía me atormenta. Nunca me he sentido más solo en toda mi vida. O más asustado.
Me alegra poder seguir recordando esa sensación tan vívidamente, porque me obliga a recordar a otros que hoy se encuentran en el mismo lugar aterrador. Deconstruir puede estar de moda, pero no es divertido. Sin embargo, los datos indican que hoy hay más «exevangélicos» que nunca antes en la historia. Tenemos que verlos como lo hace Jesús: no como nuestros enemigos, sino como «ovejas sin pastor» perdidas y heridas (Mt 9:36). Más que evidencias y argumentos, necesitan amor y empatía.
5. Dios obra todas las cosas para bien
Alabado sea Dios porque, incluso cuando yo estaba dispuesto a renunciar a Él, Él se negó a renunciar a mí (2 Ti 2:13). Dos años más tarde, Dios usó el fiel evangelismo de un amigo para llevarme al verdadero arrepentimiento y a la fe salvadora.
Mirando hacia atrás, ahora sé que me equivoqué de seminario. Sin embargo, no sé si estaría donde estoy hoy si no hubiera estado allí. No sé si sería tan apasionado por el evangelio, tan caritativo con los no evangélicos, tan fuerte en mis convicciones, tan consciente de mi necesidad de la iglesia o tan compasivo con los que sufren la devastación espiritual de la deconstrucción.
No estoy seguro de que me asombraría tanto el poder redentor de Dios, de que pudiera tomar una historia (y una experiencia en el seminario) tan dura como la mía y utilizarla para mi bien y para Su gloria. Por supuesto, no necesitamos mirar más allá de la cruz para encontrar la prueba definitiva de que adoramos a un Dios que redime las malas decisiones.
Los domingos, algún visitante a veces pregunta: «Entonces, ¿en qué seminario estudiaste?». Yo solía reírme y responder: «¡No quieres saber!». Pero hoy ya no lo oculto. Quiero que otros se maravillen también del poder y la fidelidad de Dios para tomar incluso las peores decisiones de nuestra vida, lo que el enemigo «pensó para hacernos mal», y usarlas para el bien (Gn 50:20).