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El pueblo de Israel había sido liberado de Egipto con la promesa de llegar a la tierra prometida. Sin embargo, llevaban probablemente un mes y medio caminando en el desierto, agotados y frustrados por divagar sin ver una señal de aquel lugar tan anhelado. Y peor aún, sin tener agua ni alimento. Es aquí donde encontramos la historia del maná, en Éxodo 16.

¿Qué era el maná y cómo nos apunta a Jesús? ¿Qué importancia tiene para nosotros?

El maná en los días del éxodo

El término “maná” es una transliteración del griego “manna”, que proviene del hebreo “man”, expresión cuyo significado es impreciso. Sin embargo, algunos eruditos han sugerido que esta frase quiere decir: “¿Qué es esto?” (lit. man hu), lo que dijeron los israelitas cuando vieron la provisión de Dios (Éx. 16:15).

Este alimento especial venía acompañado de algunas instrucciones importantes para los israelitas: 1) debían recoger el maná cada día; 2) no debían almacenar el maná para el día siguiente; y 3) el sexto día recogerían una doble porción, pues descansarían el séptimo, ya que ese último día no habría maná del cielo.

Más allá del alimento físico, la mayor necesidad que tiene el hombre en esta vida es una relación íntima con Dios y depender de Él.

Pero a pesar de toda la claridad de las instrucciones, leemos en los versos 20 y 27 que los israelitas “no obedecieron a Moisés, y algunos dejaron parte del maná para la mañana siguiente, pero crió gusanos y se pudrió. […] Y en el séptimo día, algunos del pueblo salieron a recoger, pero no encontraron nada”.

La provisión del maná era diaria, no semanal ni mensual, porque el Señor quería enseñarle a su pueblo (y a nosotros hoy) que, más allá del alimento físico, la mayor necesidad que tiene el hombre en esta vida —en medio del desierto— es una relación íntima que dependa de Él. ¡Necesitamos saber que Él es el Señor, y debemos conocer que Él es nuestro Dios!

Esa fue la razón por la cual Dios llevó a Israel al desierto y no directamente a la tierra prometida. En el versículo 4 dijo: “Yo haré llover pan del cielo para ustedes. El pueblo saldrá y recogerá diariamente la porción de cada día, para ponerlos a prueba si andan o no en Mi ley” (énfasis añadido). Después en la historia, al reflexionar sobre la experiencia del Éxodo, Moisés instruyó a la siguiente generación: “Y te acordarás de todo el camino por donde el Señor tu Dios te ha traído por el desierto durante estos cuarenta años, para humillarte, probándote, a fin de saber lo que había en tu corazón, si guardarías o no Sus mandamientos” (Dt. 8:2).

Cuando a Israel le faltó la comida, entonces murmuró y Dios le proveyó alimento. Pero con esa comida venía una lección aún mayor: “Él te humilló, y te dejó tener hambre, y te alimentó con el maná que tú no conocías, ni tus padres habían conocido, para hacerte entender que el hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de la boca del Señor” (Dt. 8:3). Ese fue el propósito del maná en el plan de Dios para su pueblo.

Según Éxodo 16:35, “los Israelitas comieron el maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada”. Esa sería la última vez que aquellos hombres verían el maná caer del cielo. Pero el Nuevo Testamento nos ayuda a entender mejor el propósito de aquel alimento.

El verdadero pan de vida

Juan 6 es el capítulo más largo del Nuevo Testamento, y allí vemos nuevamente a personas hambrientas. El contexto de este pasaje son dos escenas memorables: la alimentación de los cinco mil por parte de Jesús, y otro milagro no tan público, cuando Jesús camina sobre el agua.

La última vez que descendió el verdadero Maná del cielo, fue con el primer advenimiento de Jesús.

Luego de que las multitudes lo siguen con insistencia, Jesús les habla directa y profundamente: “En verdad les digo, que Me buscan, no porque hayan visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna” (vv. 26-27).

En Juan 6 observamos que Jesús le revela a las multitudes que las señales apuntaban a Él, y luego leemos:

“Le dijeron entonces: ‘¿Qué, pues, haces Tú como señal para que veamos y Te creamos? ¿Qué obra haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: ‘Les dio a comer pan del cielo’. Entonces Jesús les dijo: ‘En verdad les digo, que no es Moisés el que les ha dado el pan del cielo, sino que es Mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo, y da vida al mundo’. ‘Señor, danos siempre este pan’, Le dijeron. Jesús les dijo: ‘Yo soy el pan de la vida; el que viene a Mí no tendrá hambre, y el que cree en Mí nunca tendrá sed’”, Juan 6:30-35.

Ahora, cuando volvemos al relato de Éxodo, entendemos que el maná apuntaba a Dios, a Cristo Jesús, quien es el verdadero Pan del Cielo. ¡Esa es la verdadera y más grande provisión de Dios para sus hijos!

Por lo tanto, a la luz del Nuevo Testamento, podríamos decir que la última vez que descendió el verdadero Maná del cielo, fue con el primer advenimiento de Jesús. Hoy estamos estamos a la espera de su regreso, agradecidos a Dios por su provisión salvadora.


Imagen: Lightstock.
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