Levítico 14 – 15 y Juan 12 – 13
“En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, produce mucho fruto”, Juan 12:24.
¿Cuánto debemos pagar por el logro de un ideal? ¿Hasta qué punto nuestros sueños pueden hacerse realidad sin que implique un alto costo? Hace algún tiempo leía una entrevista que le hacían a un recién retirado tenista top. “¿Qué es lo que quiere hacer de ahora en adelante?”, fue una de las preguntas, a la que respondió: “Viajar por el mundo”. La respuesta sorprendió al periodista que conocía de los largos viajes a los que este tipo de deportes somete a los que lo practican, por lo que repreguntó: “¿Cómo es posible que una persona que desde muy joven se le ha visto subir y bajar de aviones, ahora desee seguir viajando?”. El tenista, sin imutarse, dijo: “En realidad viajé mucho pero no conocí nada. La rutina deportiva, las continuas prácticas, los torneos, las concentraciones y todo lo demás, nunca me dejaron siquiera estar atento a otra cosa que no sea la raqueta y la pelota”. La verdad es que el tenista había muerto a todo para que el tenis pueda vivir en plenitud.
Todos nosotros tenemos semillas de vida que pueden germinar solo cuando se enfrentan a la posibilidad de ser enterradas, para que en el proceso de muerte y descomposición la semilla se convierta en una multiplicación de vida. Aunque suene extraño, esta parábola encierra un gran principio universal. Por ejemplo, hay hombres que decidieron enterrar su mente entre los libros durante muchos años para luego cosechar una multitud de éxitos académicos. Otros enterraron su cuerpo en gimnasios y en ejercicios agotadores para poder cosechar una medalla o un record olímpico.
Sin embargo, la gran mayoría de hombres y mujeres no se atreven a enfrentarse al desafío de alcanzar un sueño o un ideal porque no están dispuestos a jugarse el todo por el todo. Se conforman con guardar las semillas en un frasco e imaginar lo “lindo” que sería el fruto. Son como el niño que ingenuamente no come su helado para que le dure para siempre. Lo lamentable es que, inexorablemente, el helado se le escurrirá entre los dedos sin poder detenerlo. Así también, a muchos de nosotros se nos están escapando las oportunidades porque no tenemos la pasión y el coraje suficiente para involucrarnos en algo que nos pueda costar la vida.
Vivimos los tiempos del asesinato de los ideales. Nadie desea ya soñar y todo el empeño del hombre radica en encontrar la formula para poder utilizar las menos fuerzas posibles. Sin embargo, hace dos mil años Jesucristo ya había declarado: “El que ama su vida, la perderá…”, Juan 13:25. Y el Señor no está hablando de una correcta autoestima, sino de un amor egoísta y desmedido que le impide a la persona realizarse en la plenitud de sus recursos.
Nuestro Señor Jesucristo tuvo un secreto para su apasionamiento y disposición a ir a la muerte con gozo y entereza: “Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba…”. Debido a que tanto su origen como su destino no le eran secretos, no tuvo el menor reparo en experimentar la humillación y atreverse a entregarse absolutamente por completo en favor de la humanidad. El cristianismo, justamente, se cimienta en el principio de la “muerte para la vida” pero no para destrucción, sino para encontrar la vida eterna en un destino que está asegurado por la misma divinidad. Podemos llegar al Señor en pésimas condiciones, pero si estamos dispuestos a rendirnos a Él y a trabajar en nuestra restauración, aprenderemos que para Él no hay nada imposible y que nosotros debemos imitarlo en todo: “Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”, Juan 13:15. Pero, ¿Qué te apasiona? ¿Por qué estarías dispuesto a dar la vida? ¿Cuáles son tus sueños? Espero que la siguiente poesía de Antonio Machado te ayude a reflexionar:
Yo voy soñando caminos de la tarde.
Las colinas doradas, los verdes pinos,
Las polvorientas encinas
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando viajero a lo largo del sendero…
En el corazón tenía la espina de una pasión;
logré arrancármela un día;
y ya no siento el corazón.
Sin pasión no hay percepción del corazón. El grano de trigo desea morir porque sabe que solo en su sacrificio habrá fructificación. Cada tarea bien realizada implica privación, renuncia y entrega, pero solo el que es capaz de morir puede observar el fruto beneficioso de la vida que nace con la muerte.