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“Que el adorno de ustedes no sea el externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos, sino que sea lo que procede de lo íntimo del corazón, con el adorno incorruptible de un espíritu tierno y sereno, lo cual es precioso delante de Dios”, 1 Pedro 3:3-4.

¿Debe aplicarse este versículo de manera literal? Muchos lo han hecho. Algunos padres de la iglesia, como Tertuliano y Cipriano, y otros en nuestros días, han interpretado las palabras de Pedro como una prohibición absoluta a cualquier adorno externo para la mujer. Sin embargo, sabemos de manera intuitiva que hay algo extraño en esta interpretación. Si Pedro nos prohíbe absolutamente todo adorno externo, entonces ¿cómo luciría la novia en una boda cristiana? Cualquier mujer que use una joya como el anillo de matrimonio, luzca un hermoso vestido, o se arregle el cabello, estaría en franca desobediencia a la Palabra de Dios.

Un estudio más profundo del contexto de este pasaje arroja una conclusión distinta. Conocer el contexto de un pasaje conducirá, no solo a una interpretación más precisa del mismo, sino a una correcta aplicación a nuestras vidas.

Mujeres dispersas

Las cartas apostólicas con frecuencia tenían la intención de resolver, mediante el consejo o la enseñanza, una problemática del momento en la comunidad a quien estaba destinada la carta. Esta carta de Pedro no es la excepción, por lo que conocer los receptores y la situación en la que se encontraban de inmediato ilumina el texto.

Veamos primero a quiénes tenía en mente el autor. 1 Pedro fue dirigida a creyentes que estaban dispersos en las localidades a las que él saluda en su primer versículo (Ponto, Galacia, Capadocia, Asia, y Bitinia). Al referirse a ellos como expatriados, podemos inferir que la carta se destinó a cristianos que habían sufrido por causa de su fe. Ahora bien, tan solo unos versículos antes de nuestro texto, Pedro dice: “ustedes, mujeres, estén sujetas a sus maridos” (1 P. 3:1). O sea que el apóstol Pedro se dirige a las mujeres casadas, probablemente muchas de ellas casadas con hombres no creyentes.

Sabiendo entonces a quiénes Pedro se dirigía, veamos detenidamente lo que les dice. El mandato de Pedro en el versículo 3 es: “Que el adorno de ustedes no sea el externo: peinados ostentosos, joyas de oro o vestidos lujosos”. Notemos que la problemática con estas mujeres era su excesivo énfasis o cuidado en su apariencia, reflejado en el tratamiento que le estaban dando a su cabello, joyas, y el vestuario que portaban.

La Nueva Traducción Viviente traduce este texto diciendo: “No se interesen tanto por la belleza externa: los peinados extravagantes, las joyas costosas o la ropa elegante”, mostrándonos que el problema era la atención desmedida y exagerada a estas cosas.

La verdadera belleza está en el carácter piadoso que la mujer posee.

Indagando en fuentes externas a la Biblia, la historia nos informa que las mujeres romanas de esa época eran obsesivas con usar adornos extravagantes, y a veces ridículos, sobre su cabello.⁠ Además del cabello, las joyas y el vestuario lujoso era una forma de desplegar las riquezas, algo totalmente contrario al llamado del evangelio, particularmente a congregaciones perseguidas, dispersas, y expatriadas.

Por las palabras de Pedro podemos ver que estas costumbres y formas de la época habían permeado (o estaban en peligro de permear) a las hermanas de esta congregación, por lo que el apóstol está cuidando las almas de sus ovejas al apuntarles a algo mejor que un enfoque superficial en lo externo.

Entonces, ¿cómo debemos aplicar este texto? ¿Qué enseñanzas tiene para la mujer de hoy, que no vivimos expatriadas o bajo persecución? Como bien dice 2 Timoteo 3:16: “Toda escritura es inspirada por Dios y útil para instruir”. Aunque lo literal del texto tenía una aplicación directa a las mujeres de esa época, sin duda este texto tiene algo que enseñarnos a nosotras hoy. Daniel Doriani escribe sabiamente en su comentario de 1 Pedro 3: “El mensaje de la Escritura siempre trasciende la ocasión”.⁠

Veamos, pues, cuál es el principio que trasciende a la época y la cultura, el principio de vida que el apóstol estaba transmitiendo. Para esto, tenemos que ver la idea que emana desde el verso 1 del capítulo 3, y luego ver qué otro versículo de la Biblia apoya esta enseñanza.

Desde la dispersión a nosotras

El capítulo inicia diciendo: “Asimismo ustedes, mujeres, estén sujetas a sus maridos, de modo que si algunos de ellos son desobedientes a la palabra, puedan ser ganados sin palabra alguna por la conducta de sus mujeres al observar ellos su conducta casta y respetuosa”.

Podríamos invertir todo un capítulo explicando la riqueza de la enseñanza de los versos 1 y 2, pero por razones de espacio, podríamos decir que, en esencia, el apóstol Pedro aconsejó a estas esposas creyentes que la mejor forma de ganarse a sus esposos era con su buen testimonio, estando sometidas a su autoridad como esposos, es decir, respetándolos, y manifestando pureza en su manera de actuar.

En este sentido, el apóstol continúa su consejo en el verso 3, nuestro texto, y les dice que para ayudar a su testimonio, “no se interesen tanto por la belleza externa”. Él pasa entonces a mencionar los tipos de adornos que se usaban para llamar la atención de los maridos (peinados, joyas, y vestidos). Lo que Pedro quería enseñarles era que para agradar a sus maridos no tenían que usar las mismas cosas que el mundo usa, a saber, la dependencia de los adornos externos, que eran las cosas que ellas usaban antes de que fueran salvas, como atuendos inmodestos, llamativos, o extravagantes.

Este es un consejo similar al del apóstol Pablo en Romanos 12:2a cuando nos dice: “Y no se adapten (no se conformen) a este mundo”.

Ahora bien, si no debían ganar a sus esposos con el vestuario, ¿cómo les aconsejó el apóstol que lo hicieran? El verso 4 comienza con una frase que es clave para entender lo que Pedro quería comunicar: “sino que”. Aquí hay un contraste entre dos verdades en donde una es mejor que la otra, donde un principio es más beneficioso que el otro.

Esa misma técnica de contraste la usó nuestro Señor Jesús cuando en Juan 6:27 dice: “Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna”. ¿Es esta una orden de Jesús a no trabajar para ganar comida? ¡Por supuesto que no! (mira 2 Ts. 3:10: “el que no trabaje que no coma”). El Señor Jesús usó esta forma de hablar para comparar la importancia entre dos cosas, la comida física con relación a la comida espiritual. Su enseñanza es que en el gran panorama de la vida, lo más importante es procurar el alimento espiritual.

Gastemos nuestro tiempo e invirtamos nuestros recursos en embellecer lo que Dios realmente llama hermoso: la belleza del corazón.

Justamente esto hace Pedro en este verso: dejarle saber a estas mujeres que lo realmente hermoso y atractivo en una mujer es un espíritu tierno y apacible. Ciertamente en muchos de nuestros países no hay un énfasis exagerado en el trato que le damos al cabello, por lo menos no al nivel de las comunidades romanas. Pero el problema aún persiste, y es el énfasis desmedido que le damos al cuidado externo. Antes se reflejaba en el trato que las mujeres le daban al cabello. Hoy se refleja en el trato que le dan las mujeres a su cuerpo. El problema de nuestro siglo es la obsesión con la figura esbelta, los cuerpos en forma, las dietas, las cirugías plásticas, etc.

Se ha descuidado lo importante, que es el cultivo del hombre y la mujer interior, y se ha pasado por alto el corazón de lo que el apóstol quería enseñar: la verdadera belleza está en el carácter piadoso que la mujer posee.  

Más aún, Pedro nos dice que la belleza que agrada a Dios es una que no se desvanece, que es incorruptible. Es decir, es una que no está compuesta por el uso o no uso de algo material que se corrompe. Tal y como lo dice Warren Wiersbe: “El glamour es algo que las personas se quitan y se ponen, pero la verdadera belleza está siempre presente. El glamour es corruptible; decae y se desvanece. La belleza verdadera del corazón crece y florece conforme van pasando los años”.⁠

La verdadera belleza

Dios llama verdadera belleza a un espíritu afable y sereno, es decir, a una forma de actuar que es tierna y apacible, y dice de esas dos cualidades que ellas son lo realmente precioso ante Sus ojos. El pasaje nos dice que ambas posesiones son de gran estima ante los ojos de Dios. Si Dios dice que algo es hermoso, no debe haber la menor duda de que eso es el “peinado, la prenda, y el atuendo” más hermoso que puede existir en toda la creación.

Ciertamente Dios es un Dios de orden: le gusta la simetría y es el autor de la estética. Solo basta ver los hermosos colores de la creación y la combinación que vemos en la naturaleza, por lo que esto no es un llamado a descartar el cuidado y la belleza personal. Pero sí es un llamado a cuidar más nuestro corazón, a no desviarnos tras las pasiones de este mundo que nos hacen descuidar el cultivo de nuestro carácter cristiano. Gastemos nuestro tiempo e invirtamos nuestros recursos en embellecer lo que realmente Dios llama hermoso: la belleza del corazón. Al final, Cristo no murió y resucitó para hacernos hermosos peinados, sino para hacernos hermosos en nuestros corazones.


Imagen: Unsplash.
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