×

La conoces bien. Es una mujer con diez brazos, que luce hermosa e imparable. No, no estoy hablando de Durga, la diosa hindú. Es otro tipo de “diosa”, una diosa occidental. En una mano tiene una sartén, en otra una computadora, en otra lleva un teléfono, en otra una aspiradora, en otra sostiene un bebé… es la mujer todopoderosa del siglo veintiuno, es la mujer multitarea.

No recuerdo cuándo lo escuché por primera vez, pero lo he escuchado un millón de veces desde entonces: las mujeres tenemos una capacidad extraordinaria para la multitarea. Podemos dedicarnos a más de una cosa al mismo tiempo, mientras que los hombres solo pueden enfocarse en una tarea a la vez.

¿Es esto cierto?

Vale la pena comenzar definiendo los términos. Cuando hablamos de ser multitarea, generalmente no nos referimos a la habilidad de hacer más de una cosa a la vez, a pesar de que esa suele ser la manera en que definimos el término. Todos —hombres y mujeres— podemos hacer dos cosas al mismo tiempo. Caminamos mientras charlamos con un amigo, vemos una serie de Netflix al doblar la ropa y escuchamos el episodio de un podcast mientras conducimos al trabajo.

Atención eficiente, no omnipresente

Nuestro cerebro es sumamente hábil para automatizar tareas. Con la práctica, hay ciertas actividades con las que llegamos a estar tan familiarizados que ya ni siquiera necesitamos prestarles atención para llevarlas a cabo. Piensa en un bebé aprendiendo a caminar, midiendo cuidadosamente dónde colocar su peso a cada paso; se cae y se levanta, intentándolo una y otra vez. Desde la perspectiva de un padre, este proceso parece durar una eternidad. Curamos raspones y labios rotos hasta que nuestros hijos fortalecen sus piernitas y ganan equilibrio. Pero luego, al pasar de las semanas y los meses, caminar se vuelve algo completamente natural para ellos, así como lo es para nosotros. Antes teníamos que concentrar toda nuestra atención en poner un pie frente al otro; hoy lo hacemos sin pensar.

Nuestra capacidad de prestar atención consciente es bastante limitada

A lo que nos referimos con multitarea, entonces, no es simplemente a la capacidad de hacer dos cosas al mismo tiempo, sino a la habilidad de pensar en dos cosas a la vez. Estamos hablando de la habilidad de procesar dos fragmentos de información a la vez o de poner atención a dos cosas a la vez. La mujer multitarea está jugando cartas con sus hijos mientras escribe la lista del supermercado. Está respondiendo un correo electrónico mientras corrige un reporte de ventas. Está conversando con su esposo mientras lee un libro para su grupo de discipulado. Ciertamente parece estar haciendo dos cosas al mismo tiempo, como cuando escucha una predicación mientras tiende su cama… ¿pero está prestando atención a dos cosas a la vez?

La realidad es que, cuando hacemos dos cosas al mismo tiempo, estamos poniendo atención a una mientras hacemos la otra de manera mecánica. Caminamos automáticamente mientras charlamos con una amiga y ponemos atención a lo que ella dice. Pero en cuanto tropezamos con una piedra y necesitamos recuperar el paso, dejamos de escuchar a nuestra amiga para concentrarnos en el lugar donde están nuestros pies. Nunca fuimos verdaderamente “multitarea”, aunque nuestro cerebro es tan eficiente para saltar de un objeto de atención al otro, que nos hizo pensar que es así.

La ciencia del multitarea

A pesar de que nuestros sentidos absorben el equivalente a más de una decena de millones de bits de información por segundo, se ha estimado que nuestra atención consciente solo puede procesar unos 40. Nuestro cerebro utiliza el resto de la información de manera inconsciente, pero nosotros no tenemos acceso a esa información a menos que, de manera intencional, dirijamos el reflector de nuestra atención sobre ella. Nuestra capacidad de prestar atención consciente es bastante limitada.

Un estudio publicado en 2019 en la revista académica PLOS ONE buscó poner a prueba el estereotipo de la mujer multitarea. Esta fue la conclusión del equipo de investigación:

“La multitarea dio lugar a pérdidas de rendimiento sustanciales en todas las condiciones experimentales sin una sola diferencia significativa de género […] incluso cuando se controlan las diferencias de género en las capacidades cognitivas subyacentes. Por lo tanto, nuestros resultados no confirman el estereotipo generalizado de que las mujeres son mejores en la multitarea que los hombres, al menos en las populares condiciones de multitarea […] utilizadas en el presente estudio”.

Ni los hombres ni las mujeres pueden poner su atención de manera efectiva en dos actividades al mismo tiempo. Cuando lo intentamos, nuestro rendimiento sufre. Hacemos a medias lo que podríamos hacer con excelencia.

Aún más, cuando intentamos ignorar nuestras limitaciones cognitivas, no solo estamos siendo malas administradoras de nuestra atención; también estamos poniendo sobre nosotras cargas que no nos corresponde llevar.

Todo tiene su tiempo

La diosa moderna de diez brazos quizá nos hace pensar en la mujer virtuosa de Proverbios 31. Reemplazamos la computadora por los papeles de propiedad del campo y la aspiradora por una rueca, y ya está. Ciertamente la mujer de ese pasaje hace muchas cosas: atiende el hogar, trabaja y enseña; “no come el pan de la ociosidad” (v. 27).

Este mundo acelerado nos tienta a ir más allá de nuestros límites e intentar dividir nuestra atención mientras cumplimos con nuestras responsabilidades

Pero la mujer virtuosa no hace todas estas cosas al mismo tiempo. No está afanada haciendo malabares. Se levanta temprano para atender sus responsabilidades, con evidente excelencia y cuidado (v.15). Tiene espacio para ser generosa con los pobres (v. 20) y mira hacia el futuro con tranquilidad y gozo (v. 25). ¿Nos permite nuestro afán multitarea tener esa actitud? ¿O más bien provoca que saltemos de una cosa a otra, cumpliendo con las cosas a medias y sintiendo que nunca hemos hecho lo suficiente?

Lo que nos permitirá cumplir con nuestras múltiples responsabilidades con excelencia no es tratar de prestarle atención a todas a la vez, sino precisamente lo contrario: recordar que todo tiene su tiempo.

“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo:
Tiempo de nacer, y tiempo de morir;
Tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo plantado;
Tiempo de matar, y tiempo de curar;
Tiempo de derribar, y tiempo de edificar;
Tiempo de llorar, y tiempo de reír;
Tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar” (Ec 3: 1-4).

No necesitas estar afanada pensando en arrancar lo plantado cuando es tiempo de plantar. Tampoco necesitas dedicarte a edificar cuando es tiempo de bailar. No necesitas preocuparte por escribir la lista del supermercado mientras estás jugando con tus hijos. No necesitas saltar del correo electrónico al reporte de ventas cada cinco minutos, afectando negativamente tu productividad laboral. No necesitas disfrutar solo a medias de la conversación con tu esposo por intentar leer al mismo tiempo.

Este mundo acelerado nos tienta a ir más allá de nuestros límites e intentar dividir nuestra atención mientras cumplimos con nuestras responsabilidades. Nuestro orgullo nos hace creer que somos la excepción y que podemos atender como se debe más de una actividad a la vez. 

Pero no podemos hacerlo todo a la vez y no tenemos que hacerlo todo a la vez. No podemos estar —ni en cuerpo ni en mente— en más de un lugar al mismo tiempo. Podemos trabajar duro y hacer nuestro mejor esfuerzo por cumplir, una a una, las buenas obras que Dios ha preparado para nosotros (Ef 2:10). Podemos descansar porque, aun cuando fallamos, sabemos que Dios sigue siendo Dios. Hay gracia para, en gozo y en el poder del Espíritu, intentar hacerlo mejor mañana.

Ora por sabiduría para que Dios te ayude a determinar los tiempos para las cosas que debes hacer. Luego disfruta de cada una, colocando tu completa atención sobre ella.

Dios es el único omnipresente, abandona la multitarea.

Recibe cada día los artículos, podcasts, y vídeos más recientes.
CARGAR MÁS
Cargando