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Porque un Niño nos ha nacido, un Hijo nos ha sido dado,
Y la soberanía reposará sobre Sus hombros
El aumento de Su soberanía y de la paz no tendrán fin
Sobre el trono de David y sobre su reino,
Para afianzarlo y sostenerlo con el derecho y la justicia
Desde entonces y para siempre.
El celo del SEÑOR de los ejércitos hará esto (Is 9:6-7, énfasis añadido).

Ese día en el pesebre, bajo la luz de la estrella, reposaba el Creador, Rey y Salvador del mundo.

Muchos celebramos el milagro de la encarnación y la alegría de nuestra redención en esta temporada navideña, si bien estas verdades nos dan suficientes razones para alabar al Dios trino por la eternidad. No obstante, hay algo que solemos pasar desapercibido: no solo nuestro Salvador nació en Belén, sino que también nació como nuestro Rey. Él reina ahora sobre Su pueblo desde los cielos, mientras esperamos el día de Su regreso.

Repasemos, entonces, cómo fue prometido y esperado Jesús, como Rey de Su pueblo, y qué implicaciones tiene para nosotros esto a la luz del evangelio.

Un Rey prometido

Dios llamó a Abram y le prometió que formaría un pueblo desde sus entrañas (Gn 12:2). Cuando redimió a Israel de Egipto, les anticipó que establecería un rey sobre ellos (cp. Dt 17:14-15). Saúl fue el primer rey, pero no agradó a Dios (1 S 13:13-14; 15:11, 22-23). Mientras que David fue un rey conforme a Sus propósitos (Hch 13:22). Aún así, cuando él quiso construir una casa o templo para Dios, Él respondió:

El SEÑOR también te hace saber que el SEÑOR te edificará una casa [es decir, una dinastía]. Cuando tus días se cumplan y reposes con tus padres, levantaré a tu descendiente después de ti, el cual saldrá de tus entrañas, y estableceré su reino. Él edificará casa a Mi nombre, y Yo estableceré el trono de su reino para siempre. Yo seré padre para él y él será hijo para Mí (2 S 7:11b-14a).

David era un rey del agrado divino, pero no era el Rey definitivo. Un descendiente suyo lo sería. A este descendiente, Dios lo establecería sobre el reino, lo reconocería como Su Hijo y dejaría que le edificara una casa o templo.

En Navidad celebramos que el Salvador nació, pero no solo eso: Nuestro Salvador era un Rey prometido

Sabemos que Salomón construyó el primer templo en Jerusalén (1 R 6:14), pero Dios no consolidó su reino porque este no guardó Sus mandamientos (cp. 1 R 6:11-13; 9:4-5; 11:11). Ninguno de los descendientes de David que se sentó sobre el trono lo hizo. Y la esperanza de que alguno lo hiciera parecía desaparecer cuando Dios entregó a Su pueblo al exilio (ver Jr 22).

Aún así, los profetas hablaron de una época de restauración para el pueblo de Dios, la cual estaría marcada por un hijo de David sentado en el trono, con el reino establecido bajo Él.

Un Rey esperado

Podríamos estudiar cómo esta esperanza inunda todo el Antiguo Testamento (en los Salmos, por ejemplo), pero la expectativa de los profetas nos servirá de ejemplo para resaltar la importancia de esta esperanza para el pueblo de Dios.

Los profetas anunciaron que el pueblo sería llevado en cautiverio por su rebeldía, pero que después Dios los restauraría. En la era venidera —de hecho «los últimos tiempos» para el pueblo de Dios— serían reunidos nuevamente, perdonados sus pecados y plantados en la tierra de la adoración a Dios, todo esto bajo el reinado del Mesías, quien es anunciado como el nuevo y definitivo Rey (ver Is 32:1; 55:3b-4; Jr 30:8-9; 33:15; Ez 37:24-28; Am 9:11; Mi 5:2-5a; Zac 9:9-10; 12:8-10; Mal 4:2):

«Vienen días», declara el SEÑOR,
«En que levantaré a David un Renuevo justo;
Y Él reinará como rey, actuará sabiamente,
Y practicará el derecho y la justicia en la tierra.
En sus días Judá será salvada,
E Israel morará seguro;
Y este es Su nombre por el cual será llamado:
“El SEÑOR, justicia nuestra”» (Jr 23:5-6).

Entonces pondré sobre ellas un solo pastor que las apacentará: Mi siervo David. Él las apacentará y será su pastor. Entonces Yo, el SEÑOR, seré su Dios, y Mi siervo David será príncipe en medio de ellas. Yo, el SEÑOR, he hablado (Ez 34:23-24).

Seguí mirando en las visiones nocturnas,
Y en las nubes del cielo
Venía uno como un Hijo de Hombre,
Que se dirigió al Anciano de Días
Y fue presentado ante Él.
Y le fue dado dominio,
Gloria y reino,
Para que todos los pueblos, naciones y lenguas
Le sirvieran.
Su dominio es un dominio eterno
Que nunca pasará,
Y Su reino uno
Que no será destruido (Dn 7:13-14)

Después los israelitas volverán y buscarán al SEÑOR su Dios y a David su rey; y acudirán temblorosos al SEÑOR y a Su bondad en los últimos días (Os 3:5).

Si tenemos en cuenta esta expectativa mesiánica y escatológica para el pueblo de Dios, entenderemos mejor la esperanza de los judíos en los relatos de los cuatro evangelios y cómo Jesús fue el cumplimiento pleno de esta esperanza.

El Rey vino

Los evangelios rápidamente identifican a Jesús como descendiente de David (Mt 1:17, 20; Lc 1:27; 2:4; 3:23, 31). El anuncio del ángel a María no deja dudas al respecto:

No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de Su padre David; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y Su reino no tendrá fin (Lc 1:30-33, énfasis añadido).

Todo Su nacimiento estuvo rodeado de expectativas reales y su cumplimiento: los magos del oriente buscaban al rey de Israel que había nacido (Mt 2:1-2); los sacerdotes y escribas de Jerusalén explicaron que este Rey debía nacer en Belén (Mt 2:4-6; cp. Lc 2:1-4), a los pastores se les anunció que había nacido «en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc 2:11), así que cuando los magos lo hallaron, lo honraron como ese rey prometido (Mt 2:9-11). Herodes quiso matarlo precisamente porque el Mesías era esperado como el Rey del pueblo de Dios (Mt 2:13).

En Navidad celebramos que el Salvador nació, pero no solo eso: Nuestro Salvador —como hemos visto— era un Rey prometido.

En esta Navidad, recuerda que Jesús ya no está en pañales y recostado en un pesebre, sino que reina como el Soberano

Además de Su nacimiento, también Su ministerio terrenal estuvo coloreado con muchas expectativas reales (más de las que mencionaré). La sola identificación como Mesías o Cristo era sinónimo del Rey esperado por los judíos (cp. Jn 1:4; 10:24; Lc 22:66–23:3). Algunos reconocían que Jesús era el Mesías prometido (cp. Jn 6:15) y muchos «del vulgo» lo celebraron como el Rey de Israel (Jn 12:12-16).

No obstante, el liderazgo judío —los escribas y sacerdotes— habían analizado que no era un buen tiempo para que el Rey prometido llegara: «¿Qué hacemos?», se decían «Porque este hombre hace muchas señales. Si lo dejamos seguir así, todos van a creer en Él, y los romanos vendrán y nos quitarán nuestro lugar y nuestra nación» (Jn 11:48). Aceptar que el Rey prometido había llegado era hacerse enemigo del César y de Roma (Jn 19:12), el imperio que gobernaba sobre el mediterráneo. Por lo que prefirieron acusar a Jesús de pretensiones reales y, efectivamente, Jesús murió como el Rey de los judíos prometido (Jn 19:17-22), quien salvaría al pueblo de sus pecados.

Nuestro Rey Jesús está en Su trono

Ya sabes cómo sigue la historia, Jesús se levantó de la tumba con poder y le fue dada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28:18). Él sabía que Su reino no estaría reducido a las tierras del mediterráneo: rechazó la oferta del diablo de «todos los reinos del mundo» (Mt 4:8-10), la coronación de los judíos tras un milagro (Jn 6:15) y la posible liberación de Pilato (Jn 19:9-11). Él mismo lo advirtió: «Mi reino no es de este mundo. Si Mi reino fuera de este mundo, entonces Mis servidores pelearían para que Yo no fuera entregado a los judíos. Pero ahora Mi reino no es de aquí» (Jn 18:36).

Jesús ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios (Ro 8:34). Él es Rey sobre Su pueblo.

Si reconocemos que Jesús reina, debemos vivir como súbditos del Rey: ¿Qué lugar ocupa en tu agenda y en tu presupuesto ocuparte en la tarea especial que te encomendó (Mt 28:19-20)?

Si Jesús reina, podemos confiar en que nada escapa de Su buena voluntad. Él es sabio y poderoso para cumplir Sus propósitos en medio de este mundo quebrantado. Pero no olvidemos que a Su regreso lo enderezará.

Jesús ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios. Él es Rey sobre Su pueblo

Si Jesús es el Hijo de David esperado, nosotros somos el pueblo reunido de todos los rincones de la tierra, la casa que Él edifica para Dios como Su nuevo templo.

Si Jesús es el Mesías prometido que instaura justicia, nuestro día a día debe ser un reflejo de Su misericordia, Su bondad y Su rectitud.

En esta Navidad, recuerda que Jesús es nuestro Rey. Ya no está en pañales y recostado en un pesebre, sino que reina como el Soberano. Tu vida y la mía le pertenecen. ¡Vivamos para Aquel que con Su muerte nos dio vida para siempre!

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