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Por qué los predicadores necesitamos retroalimentación sobre el sermón

«La cinta no miente».

Es una frase que los deportistas conocen muy bien. La referencia a las cintas es anticuada, pero el concepto perdura: siempre podemos volver al video del partido para saber la verdad de lo que ocurrió en una jugada determinada.

Mis clases de predicación en el seminario empleaban la misma filosofía. Preparábamos sermones de quince minutos y los predicábamos delante de nuestros compañeros. El profesor se colocaba en una cabina insonorizada al fondo, comentaba por un micrófono, mientras una cámara de vídeo lo captaba todo.

Después de predicar, nos sentábamos y recibíamos retroalimentación de nuestros compañeros. Después, el profesor entregaba a cada aspirante a predicador un DVD suyo. Veíamos la cinta para confirmar cuántos «eh» y «mmm» empleábamos o cómo nos distraía nuestro ritmo nervioso, y también teníamos los comentarios del profesor. Había comentarios alentadores: «Oh, buena observación». «Útil enseñanza de ese versículo». «Gran explicación del evangelio». También había críticas constructivas: «Ayúdame a ver cómo sacaste eso del texto». «No entiendo cómo esa ilustración se relaciona con tu punto».

Siempre es posible seguir creciendo, madurando y perfeccionándose, y la retroalimentación de los sermones nos ayuda a conseguir estos objetivos

Tal tutoría en el ministerio del púlpito no debería ser un ritmo solo para novatos. Si los maestros de la Palabra de Dios queremos refinar continuamente nuestro oficio, deberíamos incluir en nuestras agendas la retroalimentación formal sobre los sermones.

Estas son ocho razones por las que es esencial, además de ocho consejos para hacerlo bien.

Por qué necesitamos retroalimentación sobre el sermón

1. Ayuda al crecimiento continuo.

Hay una razón por la que muchos sectores exigen créditos de formación continua o la renovación de licencias. Siempre es posible seguir creciendo, madurando y perfeccionándose, y la retroalimentación de los sermones nos ayuda a conseguir estos objetivos.

2. Tiene en cuenta la naturaleza dinámica de la predicación.

Incluso quienes admitimos que aún no lo hemos logrado podemos dar con un «punto dulce» en la predicación que fomenta la complacencia.

Un predicador se sitúa entre el texto y la congregación, esforzándose por representar bien a cada uno ante el otro. La Palabra tiene algo que decir al pueblo, y el pueblo tiene tendencias o preguntas que el predicador plantea al texto en nombre de ellos. Todo ello confluye en un sermón que es fiel al texto y útil para la gente.

Por eso, aunque encontremos un ritmo saludable de estudio y enseñanza, podemos perder el contacto con la forma de comunicar eficazmente esas realidades a nuestra gente. La retroalimentación formal del sermón proporciona un contexto en el que otros pueden brindar consejos para la «conexión con la congregación» de un predicador que, de otro modo, se siente cómodo en su oficio.

3. Protege al predicador de ser «intocable».

La retroalimentación del sermón protege contra la imagen (real o percibida) de que un pastor está por encima de la ley. Demasiados cristianos conocen el dolor de estar en una iglesia donde nadie participa en el ministerio de predicación del pastor principal.

Tanto si un miembro de la congregación tiene la oportunidad de ofrecer una humilde corrección como si simplemente sabe que otros están desempeñando ese papel, es alentador saber que los predicadores se someten activamente a la revisión de los miembros de la iglesia.

4. Fomenta una cultura de retroalimentación.

En nuestra iglesia, todos los que sirven públicamente reciben críticas constructivas: jóvenes y mayores, miembros del personal y laicos, hombres y mujeres, experimentados o novatos. Ya sea que estés dirigiendo la escuela dominical, predicando en el servicio principal, enseñando en un evento de mujeres o dando un devocional en el servicio de la tarde, debes estar dispuesto a recibir retroalimentación.

La retroalimentación formal planificada ayuda a aclarar las expectativas y a reducir las interacciones incómodas o innecesariamente hirientes. Cuando escuches murmullos de que el devocional del desayuno-oración de los hombres o el contenido del retiro de las mujeres generaron dudas teológicas, ya tienes el mecanismo para tener la conversación.

5. Es una gran oportunidad de discipulado.

La retroalimentación formal del sermón nos permite modelar el dar y recibir aliento y crítica. Estos son cuatro «músculos» distintos que hay que ejercitar:

  • Dar ánimo
  • Recibir ánimo
  • Dar críticas
  • Recibir críticas

Ser capaz de animar bien, sin caer en falsos cumplidos ni adulaciones, no es una habilidad fácil de aprender. Del mismo modo, los miembros que pueden ofrecer una crítica que no sea pedante sino significativa, que no aplaste el alma sino que la santifique, valen su peso en oro.

6. Es otro lugar para aprender lo que el Señor está usando en la congregación.

Esto no quiere decir que debamos permitir que los revisores formales determinen unilateralmente nuestro ministerio en el púlpito, pero a lo largo de los años me ha sido útil aprender que no siempre tengo una visión precisa de lo que el Espíritu parece estar usando más eficazmente en la vida de las personas.

7. Moldea al predicador para que sea más accesible en general.

Al principio de mi ministerio, solo recibía comentarios de la gente en el salón o en el pasillo entre los asientos y el estacionamiento. Valoro esos momentos, pero a veces los comentarios eran poco meditados y mal preparados, y a menudo yo no estaba en el mejor momento para recibirlos.

Sin embargo, ahora que llevo una década recibiendo evaluaciones de los sermones, me he dado cuenta de que se filtra en mi forma de interactuar con la gente después del servicio. Los momentos formales me han enseñado a interactuar de un modo más sano en los momentos informales; lo que, confío, me ha hecho más accesible en esas conversaciones pasajeras.

8. Si un predicador está casado, la retroalimentación alivia la carga de su esposa.

Este es quizás un punto que no se ha considerado tanto, pero mi esposa lo ha mencionado antes. Hemos visto efectos negativos en otras familias ministeriales en las que no existía una retroalimentación formal sobre los sermones. Aunque una esposa a menudo conversa con su esposo sobre su sermón, si nadie más ofrece retroalimentación, toda la presión recae funcionalmente sobre ella.

Aunque mi esposa disfruta de mi predicación, está profundamente agradecida por los mecanismos formales de retroalimentación de la iglesia, tanto porque me han hecho un mejor predicador como porque no siempre ha tenido que ser ella quien ofrezca críticas.

Cómo hacerlo bien

Habiendo visto los beneficios de recibir retroalimentación sobre el sermón, estas son algunas sugerencias para implementar un proceso más formal en tu iglesia.

1. Anótalo en tu calendario.

Construye un ritmo constante. El cambio que buscas no se producirá con una o dos conversaciones de pasillo cada pocos meses. No quiero recetar demasiado —haz lo que funcione en tu contexto—, pero en mi iglesia tenemos una «revisión del servicio» que dura una hora, después de nuestra reunión semanal de personal, en la que revisamos los elementos de cualquier servicio del día del Señor. Una buena parte de esa reunión se dedica a comentar los sermones.

2. Enseña a tu gente las cosas que siempre deben buscar.

Siempre quiero saber, por ejemplo, si el evangelio fue proclamado con claridad y si mostré sus implicaciones en todos mis puntos. Quiero saber si enseñé bien el texto y si el argumento de mi sermón reflejaba el argumento del texto. Quiero saber si me dirigí provechosamente a los no creyentes y si imaginé adecuadamente a los objetores. Quiero ser explícitamente trinitario en mi enseñanza. Y así sucesivamente. Espero transmitir estas expectativas implícitamente por la forma en que doy mi opinión cuando otros predican y también diciendo periódicamente a otros pastores, al personal y a los internos qué tipo de opinión sería útil.

3. Entrena a tus revisores para que escuchen como cristianos, no como críticos.

Deben reunirse con su familia de la iglesia los domingos esperando ser edificados. Entonces, al dar retroalimentación, deben expresar lo que ayudó a que la edificación tuviera lugar. De manera constructiva, deben compartir cualquier cosa que podría haber sido más útil o clara.

4. Sé abierto sobre las áreas de crecimiento que percibes.

Si sabes que tienes tics nerviosos que te distraen o que tiendes a quedarte atascado en los mismos surcos homiléticos, avisa a tus revisores y pídeles que te exijan rendir cuentas.

5. Incluye a hombres y mujeres.

Si solo involucras a los hombres en el ciclo de retroalimentación de tu sermón, tu predicación podría volverse desequilibrada. Involucrar a las hermanas será un gran beneficio, y ellas también serán bendecidas por ello.

6. Con los comentarios negativos: recibe, no reacciones.

Expresa tu agradecimiento por los comentarios y considera sinceramente su veracidad y utilidad.

7. Con la retroalimentación positiva: discipula, no desvíes.

Solemos tener la tentación de decir mucho cuando nos critican y poco cuando nos alaban. Yo defiendo lo contrario. No desprecies los ánimos, utilízalos como oportunidades de formación en las que compartes cómo llegaste a esa conclusión, por qué enfocaste las cosas como lo hiciste, o lo que el Señor te enseñó personalmente que te llevó a esta o aquella aplicación.

8. Busca una manera de capturar y actuar según la retroalimentación

Durante la revisión de nuestro servicio, saco mi portátil y escribo todos los comentarios en mi documento de manuscrito del sermón. Si vuelvo a predicar ese texto, tendré las notas preparadas. También resalto con amarillo algunos de los comentarios más destacados que pienso poner en práctica en un futuro inmediato. Esto ha sido inmensamente útil como depósito de comentarios constructivos.

Necesitamos hermanos y hermanas en Cristo que nos ayuden a ver lo que no vemos, para poder madurar por la gracia de Dios

Cuando soy yo quien da los comentarios, siempre es alentador ver que otros predicadores hacen lo mismo. Me da la seguridad de que se toman en serio los comentarios y piensan hacer algo con ellos.

«¿Encuentra tu voz?»

En sus primeros años, la mayoría de los predicadores oyen la exhortación de «encontrar su voz». Aunque esto no es totalmente infructuoso, espero que puedan ver que surge un problema doble.

En primer lugar, «encontrar tu voz» no es una actividad aislada. No es un viaje individual hacia la autorrealización. Necesitamos hermanos y hermanas en Cristo que nos ayuden a ver lo que no vemos, para poder madurar por la gracia de Dios. En segundo lugar, «encontrar tu voz» tiene un aire de finalidad, como si hubiera una versión de mí que estoy destinado a encontrar y, una vez descubierta, puedo activar el piloto automático. Esto es ingenuo en el mejor de los casos, y una mala práctica en el peor.

Un ritmo de retroalimentación formal del sermón produce una versión más sana de este aforismo que combate ambos peligros: Encuentra tu voz en la comunidad y afínala continuamente.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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