En la Biblia leemos de varios personajes interesantes, pero, entre todos ellos, los amigos de Job son los más exasperantes. Herodes podría cortarte la cabeza y Judas podría apuñalarte por la espalda, pero Elifaz, Bildad y Zofar te herirán con versículos bíblicos.
Solo se necesitan dos breves capítulos para narrar las pérdidas de Job (Job 1–2), pero el diálogo tortuoso que sigue a esta narración se extiende por 35 capítulos (Job 3–37). Me pregunto qué hizo agonizar más a Job: ¿su sufrimiento inicial o la larga acusación que siguió después?
El problema con los amigos de Job no es que hayan sido herejes; mucho de lo que dicen es cierto. El problema es la cosmovisión moralista que dirige su acercamiento a Job y que los hace razonar trazando el sufrimiento hasta su pecado.
Es fácil criticar a los amigos de Job, pero seamos honestos: todos podemos ser como ellos. De hecho, una buena prueba de qué tan alineados están nuestros corazones con el evangelio —ya sea que de manera funcional creamos en un mundo de gracia o en un mundo de karma— es cómo respondemos cuando un «Job» se cruza en nuestro camino. El sufrimiento saca nuestra verdadera teología como un exprimidor.
Estas son cuatro cosas que particularmente debemos evitar hacer con alguien que está sufriendo. Piénsalas como cuatro maneras en que nosotros, así como los amigos de Job, podemos poner carbones encendidos sobre las cabezas de aquellos que ya están sentados sobre cenizas.
1. Apelar muy rápido a la soberanía de Dios
La Biblia enseña que «todas las cosas cooperan para bien» para aquellos que están en Cristo (Ro 8:28) y que Dios puede cambiar el mal en bien (Gn 50:20). Sin embargo, el hecho de que sea bíblico no significa que decirlo siempre sea conveniente o útil.
José dice «Dios lo cambió en bien» años después de su sufrimiento, pero esto no fue dicho a José durante su sufrimiento. Imagina la angustia y frustración de José si sus hermanos se hubieran reunido alrededor del pozo para darle ánimo de esta manera: «¡No te preocupes José; Dios usará esto para bien!».
Del mismo modo, poco después de que Pablo enseña que «todas las cosas cooperan para bien», nos amonesta a «llorar con los que lloran» (Ro 12:15). Antes de citar lo primero, estemos seguros de que estamos dispuestos a practicar lo segundo.
2. Contar una historia de cómo Dios usó tu sufrimiento
Nuestro amigo en dolor probablemente necesita nuestro amor y compañía, mucho más que nuestras interpretaciones e ideas
Parte de nuestra naturaleza humana es relacionar las experiencias de los demás con la nuestra. No podemos evitar ver el mundo a través de nuestros propios ojos. Sin embargo, una señal de madurez es aprender a entrar en el mundo de otro de manera genuina, en lugar de siempre filtrar sus historias a través de la nuestra. Hay dos razones por las cuales esto es muy importante para los que sufren.
Primero, todos tenemos una historia diferente. Tal vez Dios nos dio una casa mejor después de que la primera quedará hecha cenizas, o tal vez logremos ver el lado bueno de la traición de un amigo. Pero en un mundo caído y confuso, es muy posible que tu amigo que sufre nunca alcance a ver eso en esta vida. Algunos sufrimientos no culminarán hasta estar en el cielo. Así que no sabemos realmente lo suficiente para poder decir: «Te alegrarás de que esto haya pasado».
Segundo, aun si nuestras historias son similares, nuestro amigo que sufre puede no necesitar escuchar eso ahora mismo. Una buena pregunta es: «¿Compartir mi historia tiene que ver más con satisfacer mis necesidades o servir las necesidades de mi amigo?». Por lo menos, deberíamos escuchar atentamente los matices de la historia de la persona antes de entrar en comparaciones.
3. Minimizar las malas acciones que causaron su sufrimiento
No estoy seguro de por qué tendemos a hacer esto, pero lo hacemos. Decimos cosas como: «Estoy seguro de que tenían buenas intenciones», «No puede ser tan malo» o «Bueno, ambas partes siempre tienen la culpa en un conflicto».
La verdad es que no sabemos si alguien tenía buenas intenciones. Tal vez no las tenía. No sabemos si no fue tan malo. Tal vez lo fue. Además, la culpa no siempre es 50/50. A veces es 80/20. Incluso, a veces es 100/0. Ese parece ser el veredicto de Dios sobre Job y sus amigos (Job 42:7).
Cuando estés sentado con una persona que está sufriendo, no minimices el pecado que ha contribuido a su sufrimiento. Un reconocimiento honesto del mal, sin excusas ni evasiones, será para su dolor como agua para el sediento.
4. Enfatizar la formación del carácter mientras descuidas el consuelo y la compasión
Si el Nuevo Testamento enfatiza algo sobre el sufrimiento, es que Dios lo usa para producir un carácter piadoso en nosotros (p. ej., Ro 5:3-5; Stg 1:2-4). Sin embargo, cuando alguien está en medio del sufrimiento, este no es el punto que con toda probabilidad debes enfatizar, especialmente si no hemos establecido una relación de confianza con esa persona. Si es necesario abordar el tema, debe equilibrarse con palabras de consuelo y compasión.
Seamos menos como los amigos de Job y más como Jesucristo para aquellos alrededor nuestro que están sufriendo
En casos de sufrimiento severo, puede ser mejor minimizar o evitar las palabras por completo. Esto es difícil de hacer. Tendemos a compartir el instinto de Elifaz: «¿Quién puede abstenerse de hablar?» (Job 4:2). Pero nuestro amigo en dolor probablemente necesita nuestro amor y compañía, mucho más que nuestras interpretaciones e ideas. Es más útil estar con esa persona en medio de su sufrimiento, que tratar de aliviar o aun entenderlo. Camina en medio de la oscuridad con esa persona. Quédate allí con tu amigo en ese momento, en ese espacio, en ese dolor.
Las lágrimas de Aslan
De esta manera podemos reflejar a Jesús a los que sufren, porque así es como Jesús es con nosotros. Él no nos protege del sufrimiento en esta vida ni ofrece conversaciones animosas cuando la oscuridad desciende. Él promete que cuando llegue el sufrimiento, Él estará con nosotros. De hecho, encontramos a Cristo más tangiblemente en nuestro quebrantamiento:
- «Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón» (Sal 34:18).
- «[Él] Sana a los quebrantados de corazón» (Sal 147:3).
- «Me ha enviado para vendar a los quebrantados de corazón» (Is 61:1).
Hay una escena en El sobrino del mago donde un niño llamado Digory conoce a Aslan. Su madre está enferma y quiere pedirle ayuda a Aslan, pero tiene miedo. Lewis escribe:
«Hasta aquel momento sus ojos habían estado puestos en las enormes patas del león y las grandes zarpas que tenían; pero entonces, en su desesperación, alzó la vista hacia su rostro. Lo que vio lo sorprendió más que nada en el mundo, pues el rostro leonino estaba inclinado cerca del suyo y (¡oh, gran maravilla!) había enormes lágrimas brillantes en los ojos del león. Eran tan grandes y resplandecientes comparadas con las lágrimas de Digory que, por un momento, el niño creyó que el animal sentía más pena por su madre que él mismo. “Hijo mío, hijo mío”, dijo Aslan. “Lo sé. La pena es muy grande. Únicamente tú y yo en este país lo sabemos por el momento. Vamos a ayudarnos el uno al otro”».
Qué gran consuelo se esconde detrás de esas palabras: «Lo sé». Cristo está cerca de las personas que sufren porque Él es el Varon de Dolores. Él es el verdadero Job, asolado por una calamidad inmerecida; el verdadero José, traicionado por sus mismos hermanos. En la cruz, Jesús tomó nuestros pecados y absorbió todo el aguijón de la justicia en nuestro nombre, hundiéndose en las profundidades del infierno y el abandono. Nadie ha sufrido más que Él; nadie podría jamás. Tal profundidad de amor puede satisfacer nuestra necesidad en momentos de dolor.
Seamos menos como los amigos de Job y más como Jesucristo para aquellos alrededor nuestro que están sufriendo.