Si necesitamos prudencia para hablar con nuestro prójimo, cuánto más al hablar con Dios.
Es verdad que cuando hablamos no tenemos que decir todo lo que pensamos, pero tenemos que pensar primero todo lo que decimos. Los discípulos no sabían cómo hablar con el Padre y por eso le pidieron a Cristo que les enseñase a orar. Puede que al momento de hablar con Dios no sepamos qué decir o pedir con exactitud (Ro 8:26), pero sí debemos tener cierta claridad con respecto a lo que no debemos decirle al Padre en oración.
Algo que la Biblia muestra es que no es necesario “declarar sanidad” al orar por un enfermo. Esto se debe, como veremos, a que la Biblia enseña que declarar es un asunto que le corresponde solo a Dios: “Yo, el SEÑOR, hablo justicia y declaro lo que es recto” (Is 45:19b).
Aunque tengamos toda la fe, si oramos “declarando sanidad” no tenemos claros dos principios bíblicos esenciales:
1) El único que declara con autoridad es Dios
La autoridad absoluta en el ser humano es tiranía, la autoridad absoluta en Dios es soberanía. Por eso nadie debería jamás presumir de ser el único representante de Dios en la iglesia, donde podría implantar su pequeño imperio. No hay un solo ser humano que pueda declarar cosas en un sentido que pretenda obligar a Dios a obedecer, en nombre de la fe.
La soberanía de Dios siempre está por encima de nuestra fe: “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener su mano, ni decirle: ‘¿Qué has hecho?’” (Dn 4:35).
La Biblia muestra que no es necesario declarar sanidad al orar por un enfermo, porque declarar es un asunto que le corresponde solo a Dios
Para explicar este principio debemos comprender qué dice la Biblia y qué uso hace de la palabra declarar.
En el Antiguo Testamento, la palabra traducida como “declarar” en Isaías 45:19, tiene una amplia gama de significados. Cuando se usa en relación al ser humano o los siervos de Dios, tiene un valor indicativo. Es decir, significa informar, anunciar, referir, avisar. También tiene un significado descriptivo, como narrar, relatar, describir. En el campo didáctico, se traduce como explicar, resolver, adivinar un acertijo; en el campo judicial significa denunciar, delatar, acusar.[1] Como vemos, ninguna de estas palabras involucra un ejercicio de autoridad, sino de dar cuenta de una realidad.
En el Nuevo Testamento, por el contrario, existen 16 palabras griegas que son traducidas al español como “declarar”. Debido a la riqueza de esta palabra en griego, también hay diversos sentidos en las traducciones al español: revelar, dar a conocer, exponer, explicar, indicar, mostrar, aclarar, interpretar, testificar, informar, etc.[2] Pero ninguno respalda las oraciones declaratorias para ordenar a Dios que sane a un enfermo.
Lo que tanto el Antiguo como el Nuevo testamento evidencian es que la Biblia nunca usa el verbo “declarar” para establecer una orden para que Dios obedezca a los humanos en sus demandas o afirmaciones de prosperidad o sanidad.
No es una falta de fe que evitemos declarar sanidad, sino que es muestra de un corazón obediente y confiado que somete su voluntad a Dios
Si las Escrituras no dan por sentado el actuar de Dios con base en la declaración humana, entonces un creyente obediente y sumiso a Dios comprenderá y aceptará cuál es el lugar que le corresponde a su petición o afirmación al orar. El ejemplo de Cristo al momento de orar es sumamente claro:
- “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10, cursiva añadida).
- “Apartándose de nuevo, oró por segunda vez, diciendo: ‘Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase tu voluntad’” (Mt 26:42, cursiva añadida).
Lo que vemos en Jesucristo es una profunda sumisión a la voluntad del Padre, a la que se adhiere completamente al hacer de su oración una entrega incondicional y no una demanda obligatoria para Dios.
Por lo tanto, no es una falta de fe que evitemos declarar sanidad, sino que es muestra de un corazón obediente y confiado que somete su voluntad a Dios. Él nos ama y estamos seguros de que nos oye cuando oramos en el nombre de Jesucristo. Él no solo nos conoce profundamente, sino que también sabe lo que sucederá en el futuro y ya ha establecido en su plan eterno lo que será sin que nada ni nadie lo altere.
2) El don de sanidad es de Dios, no del ser humano
El punto de este segundo principio no es discutir la vigencia o no de los dones de sanidad mencionados en 1 Corintios 12:9. Más bien, busca explicar que la palabra “dones” puede significar:
- Un regalo para el beneficio de alguien (Hch 2:38).
- Una habilidad espiritual que opera como un instrumento ministerial (1 Co 12:11).
Ambos usos están claramente establecidos en el Nuevo Testamento. Vemos un ejemplo del primero cuando Pablo habla del regalo o don completo de la salvación (2 Co 1:10-11; Ro 5:15-16); el segundo toma forma de don instrumental en Romanos 12:6 y en 1 Corintios 12:11.
El Espíritu Santo en el Nuevo Testamento confirió dones para la edificación del cuerpo de Cristo, entre ellos los de enseñanza o pastorado y también el de sanidad como instrumentos de bendición, pero Él siempre tiene el control de ese don y la última palabra sobre cómo opera en sus siervos. De manera que, en este caso, el don de sanidad no es una fórmula mágica como “abracadabra” para que el creyente la use a su gusto y antojo para obtener lo que quiere.
En la Biblia, el verbo “declarar” nunca establece una orden para que Dios obedezca a los humanos en sus demandas de prosperidad o sanidad
Santiago exhorta a los líderes de la iglesia a orar por los enfermos, pero no señala que ellos tienen autoridad final sobre la sanidad, sino que, como afirma Simon Kistemaker:
“Cuando los ancianos reclaman las palabras escritas por Santiago [5:14-15] y confían que Dios oirá su oración ferviente, con frecuencia se produce el milagro de la sanidad. No obstante, es bueno que digamos dos palabras de cautela: primero, los ancianos no deben suponer que han recibido en forma permanente un don que los capacita para sanar a cualquier miembro de la iglesia que esté enfermo. Segundo, a pesar de oraciones elevadas con fervor y fe, Dios puede decidir que no va a devolverle a alguien la salud y fuerza que antes tenía”.[3]
Esta enseñanza de Kistemaker, más los principios que acabamos de enumerar, son razones suficientes para reconocer que Dios no nos debe una respuesta afirmativa siempre que “declaramos sanidad”. Tomar en cuenta esto nos evita exponernos a una vergüenza innecesaria.
Todo cristiano debe orar con humildad —al igual que Cristo— pidiendo la misericordia de Dios y que se haga su soberana voluntad que es buena, agradable, y perfecta. Esa es nuestra mayor confianza, que el Señor nos oye al orar en el nombre de Jesús. Él nos responderá de manera amorosa porque creemos que, en su respuesta, lo por venir siempre estará bajo Su control, redundará para bien, y especialmente será para Su gloria (Jn 9:3).