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De todos los cristianos que empiezan un noviazgo con un no creyente, ¿cuántos de ellos planeaban hacerlo?

Sospecho que pocos cristianos se proponen intencionalmente tener un noviazgo (y mucho menos casarse) con un no creyente. En teoría, no es un tema tan controversial. ¿Alguien que ama sinceramente a Jesús preferiría casarse con alguien que no lo ama? No, pero cuando la pregunta llega, deja de ser teórica. En el momento en que él o ella preguntan sobre la posibilidad de tener una relación con un «no creyente», el no creyente ya tiene nombre, historia y a menudo una cara atractiva y un buen sentido del humor.

Cuando nos disponemos a casarnos, por supuesto que queremos hacerlo con otro creyente. Queremos leer la Biblia juntos, orar juntos, ir a la iglesia juntos y servir juntos. Pero los creyentes tienen a menudo dificultades para encontrar al hombre o la mujer adecuados por diversas razones. Por un lado, las personas se están casando a una edad más tardía, lo que significa que muchos tienen que buscar más o esperar más tiempo. Si a esto le sumamos las aplicaciones y los sitios web que multiplican la competencia cientos de veces, las personas son más exigentes y más lentas a la hora de establecerse. Además, algunos cristianos ya han tenido malas experiencias con noviazgos cristianos.

Teniendo esto en cuenta, no debería sorprendernos que algunos creyentes se planteen la idea de tener noviazgos fuera de la Iglesia. Hay más donde elegir y todavía se pueden tener cosas en común. De hecho, al principio puede parecer que tienes más cosas en común con los no cristianos en Internet o en tu clase que con los solteros que ves cada domingo.

Cásate de una manera que arroje luz sobre Dios y Su gloria, el pecado y la gracia, la cruz y la tumba, el cielo y el infierno

Pero esto no es lo que querías, ¿verdad? Este no era el plan A, ni el B, ni siquiera el C. Estás en esa posición porque te has quedado sin ningún plan bueno. Te escribo para animarte a seguir adelante y no conformarte con un plan malo.

Solo en el Señor

Cuando se trata de tener noviazgos con no creyentes, el versículo que inmediatamente nos viene a la mente es: «No estén unidos en yugo desigual con los incrédulos» (2 Co 6:14). Ciertamente, es relevante para nuestra pregunta (y volveremos a él en un momento), pero el versículo no se refiere estrictamente al matrimonio. Probablemente, la respuesta más clara en un solo versículo es la que más a menudo se pasa por alto: 

La mujer está ligada mientras el marido vive; pero si el marido muere, está en libertad de casarse con quien desee, solo que sea en el Señor (1 Co 7:39).

El versículo puede parecer poco claro a primera vista, pero no lo era para el apóstol Pablo. Después de abordar diversas circunstancias en las que los seguidores de Jesús podrían casarse (o no), se detiene en un grupo más pequeño, pero valioso, de la iglesia: las mujeres que han perdido a su esposo. Sería un error suponer, sin embargo, que lo que dice en ese versículo solo se aplica a las viudas (como si los que aún no se han casado fueran libres de casarse fuera del Señor). No, si un cristiano decide casarse, es libre de hacerlo con quien desee, pero solo en el Señor.

Esa frase insertada al final de la consejería de Pablo a los creyentes solteros está escrita en grandes letras mayúsculas a lo largo de sus cartas. Para comenzar esta carta, escribe: «a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús…» (1 Co 1:2). Termina la carta con la misma nota importante: «Mi amor sea con todos ustedes en Cristo Jesús. Amén» (1 Co 16:24). En su segunda carta a la misma iglesia, escribe: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, ahora han sido hechas nuevas» (2 Co 5:17).

Más de veinte veces, solo en 1 Corintios, utiliza la frase «en el Señor» o «en Cristo». Para el apóstol, esta frase no era una mera etiqueta espiritual en su consejería sobre casarse sabiamente; era su mundo entero. En su mente, todo lo que hacemos —especialmente nuestros principales compromisos y llamados— los hacemos en el Señor. Para un cristiano, no existe otro lugar donde estar y mucho menos en el cual casarse.

¿Qué debería manifestar un matrimonio?

Sin embargo, la frase «en el Señor» estaba llena de significado en otro sentido. En primer lugar, un cristiano hace todo lo que hace en Cristo, ¿cuánto más el matrimonio? Pero, en segundo lugar, el matrimonio está especialmente diseñado para revelar lo que significa vivir en Cristo. Este amor, de entre todos los amores humanos, sigue el modelo del amor entre Él y la iglesia.

Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia (Ef 5:31-21).

La mayoría de los matrimonios en el mundo mienten sobre Cristo y la iglesia. Los esposos no se sacrifican por sus esposas (Ef 5:25). Ellos mismos no leen la Palabra de Dios, y mucho menos lavan sus matrimonios con ella (v. 26). No buscan la santidad ni la fomentan en su esposa (v. 27). No se deleitan en ella como Jesús se deleita en nosotros (v. 33). Muchas esposas no se someten al esposo que Dios les ha dado (v. 22). No respetan a su esposo ni apoyan su llamado (v. 33). Así que sus matrimonios calumnian la historia que están destinados a contar. Su amor deforma y estropea la obra maestra de Dios.

Cuando Pablo dice: «Cásense en el Señor», está diciendo: «Manifiesten la verdad sobre Cristo y la iglesia». Manifiesta con tu matrimonio lo que el matrimonio debería manifestar. Cásate de una manera que arroje luz sobre Dios y Su gloria, el pecado y la gracia, la cruz y la tumba, el cielo y el infierno, en lugar de ensombrecer esto como tantos lo hacen.

¿Estamos unidos en un yugo desigual?

Veamos ahora el texto (un tanto extraño) que suele venir primero a la mente cuando hablamos de noviazgo o matrimonio con no creyentes:

No estén unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque nosotros somos el templo del Dios vivo (2 Co 6:14-16).

Digo «extraño» porque estos versículos no dicen nada explícito sobre el romance o el matrimonio. Un yugo era un arnés colocado sobre dos animales que tiraban del mismo carro. Si los animales no eran iguales (p. ej. un buey y un asno, Dt 22:10), el uno se dejaba llevar por el otro. Lo mismo ocurre con el alma, dice Pablo. Está advirtiendo a la iglesia sobre las relaciones y alianzas peligrosas. En este caso, esas alianzas peligrosas se estaban formando dentro de la iglesia en contra de su mensaje y ministerio. Sigue siendo un versículo adecuado para disuadir a alguien de casarse con un no creyente, pero tal vez no de la manera que esperamos.

Entonces, ¿por qué venimos aquí para hablar del matrimonio? Porque no hay yugo más pesado ni más influyente —para bien o para mal— que el matrimonio.

El matrimonio puede costarlo todo

La persona con la que te cases te moldeará más que cualquier otra relación humana. Si tu esposo huye de Jesús, no podrás evitar la corriente de su desamor. Si tu esposa huye de Jesús, vivirás en el fuego cruzado de su pecado no arrepentido. Podrás sobrevivir a un cónyuge incrédulo, pero solo como por fuego. El matrimonio bajo Dios se convertiría en una guerra larga y devastadora.

La persona con la que te cases te moldeará más que cualquier otra relación humana

Dios nos advierte que puedes perder tu alma mientras luchas en esa guerra. Esa es la clara advertencia de 2 Corintios 6: estar en yugo con el tipo equivocado de corazón podría costarte el tuyo. Pablo dice que debemos tener cuidado de con quién nos unimos en la iglesia. ¿Cuánto más en el dormitorio, en el presupuesto y el horario, en la crianza y el sufrimiento, en las exigentes trincheras de la vida cotidiana? El matrimonio equivocado puede arruinarte. Por eso, Pablo dice unos versículos más adelante: «Limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Co 7:1).

Cuando lees un versículo como este (en contexto), te das cuenta de que podríamos estar haciendo las preguntas equivocadas al tener una relación de noviazgo. En lugar de preguntarnos si podemos tener un noviazgo con un no creyente, podríamos empezar a preguntarnos, ¿cómo puedo traer la santidad a plenitud en la búsqueda del matrimonio? ¿Qué me ayudará a correr bien mi carrera? ¿A quién me llevaría a amar el temor de Dios? ¿Podría prosperar la santidad en una relación así?

El matrimonio sin Dios

Hasta cierto punto, las personas entran en noviazgos y se casan con no creyentes por falta de imaginación. En realidad, no es tan difícil imaginarse en un noviazgo con un no creyente (cafés, paseos en bicicleta, comidas agradables, películas juntos), en un compromiso con un no creyente (buscar un menú, planear una gran comida, ver casas, muchos regalos), en una boda con un no creyente (vestirse elegantemente, ver a amigos y familiares, comer bien, tal vez bailar), e incluso en una luna de miel con un no creyente (cafés, paseos en bicicleta, comidas agradables, pero también relaciones sexuales).

Imagina, por un momento, la vida después de todo eso. La vida matrimonial real, los altibajos, los arranques y las paradas, las alegrías y las agonías. Sé que es bastante difícil de concebir para una persona soltera, pero quiero que lo intentes.

Imagina que, siete años después, de repente te pones muy enfermo y tienes que ir al hospital. Los peores escenarios son ahora escenarios reales. Tu cónyuge entra en la habitación del hospital, coge una silla, la acerca, te toma de la mano… y no pueden orar juntos. Se quedan sentados, mirándose y preocupados. Al final dice: «Todo va a salir bien».

Imagina que una mañana te encuentras con Dios en Su Palabra, te sientes abrumado por Su majestuosidad y misericordia —hasta las lágrimas— y luego vas a compartirlo con tu cónyuge y su rostro se queda en blanco. Es amable y está contento de escuchar, pero no puede ver ni sentir lo que tú ves y sientes. Nunca comparte ese tipo de momento contigo.

Imagina que tienes una gran pelea con tu esposa. No una pelea de «no me gustó lo que dijiste», sino una pelea del tipo «no quiero seguir contigo», y no tienen el evangelio entre ustedes. Ella no cree que Dios los unió. Ella no cree que hizo promesas ante Dios. Ella no cree que haya consecuencias más allá de esta vida.

Imagina que intentas enseñar a tus hijos sobre Jesús, lees la Biblia con ellos, oras con ellos, cantas con ellos, y tu esposo siempre se sienta en la otra habitación. Solo va a la iglesia en Navidad y quizá en Semana Santa. Imagina que tus hijos vieran, día tras día, que papá no cree lo que nos dice mamá. Imagina lo desorientador que sería.

Imagina tener que tomar otra decisión imposible sobre una casa, un préstamo, la educación de tu hijo, una crisis en la familia extensa y no tener ni un solo versículo compartido en el que apoyarte. No pueden escuchar a Dios juntos, porque ella no cree que Dios hable. La Biblia es solo otro libro bueno en una estantería con muchos libros buenos.

Estos son algunos de los cientos de escenarios en los que la fe en Dios lo cambia todo para un matrimonio, en los que «en el Señor» de repente importa de verdad. Sospecho que los cristianos sinceros contemplan la idea de casarse con un no creyente porque aún no pueden imaginar cómo será realmente el matrimonio. Para el creyente, un matrimonio sin Dios sería una vida sin sol, una vela sin viento y un amor sin amor verdadero.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Equipo Coalición.
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