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Nota del editor: 

El pastor John Piper recibe preguntas de algunos oyentes de su podcast Ask Pastor John. A continuación está una de esas preguntas y su respuesta.

Obras santas y trapos de inmundicia. El asunto aparece una y otra vez, y es el tema de la pregunta de Hanley en Nueva Zelanda. Es muy oportuna, ya que estamos leyendo Nehemías 13 para terminar el libro en nuestra lectura bíblica de hoy. Aquí está su correo electrónico: «¡Hola, pastor John! Soy un joven creyente de Nueva Zelanda y doy gracias a Dios por Su obra a través de ti. Estoy confundido en cuanto a por qué los santos del Antiguo Testamento oran regularmente a Dios para que los considere según su propia justicia. Lo más notable para mí en este momento es Nehemías 13:14, 22, 30-31. ¿Es esta una práctica para nosotros hoy? ¿Le presentamos a Dios nuestras acciones justas y le pedimos que no las olvide? Nunca he orado así. Ni siquiera me lo he planteado. Supongo que, normalmente, pienso que «todas» mis «obras justas» son «trapos de inmundicia» (Is 64:6). ¿Le recuerdas a Dios tus obras justas? ¿Deberíamos hacerlo? ¿Y por qué sería necesario?


Bien, Hanley, abróchate el cinturón porque voy a incluir muchas cosas en muy poco espacio: haré una especie de miniteología de las buenas obras, cómo se relacionan con la fe, cómo se relacionan con las recompensas, cómo se relacionan con la oración.

¿Trapos de inmundicia u obras santas?

Empecemos con Isaías 64:6. No eres el único que piensa que este versículo enseña que todas las buenas obras cristianas son trapos de inmundicia ante los ojos de Dios. Esa es una lectura profundamente errónea de ese versículo. El versículo inmediatamente anterior dice: «Sales al encuentro del que se regocija en practicar la justicia, / De los que se acuerdan de Ti en Tus caminos» (Is 64:5). Esto es un elogio a la rectitud en el pueblo de Dios. Él no desprecia las obras justas de Sus hijos hechas por fe. A lo que se refiere el versículo 6 al llamar «trapos de inmundicia» a las obras justas es a las obras hipócritas que fluyen de la nada. Tienen una apariencia externa de justicia, pero por dentro, hay huesos de hombre muerto arraigados en el orgullo, tal como Jesús se refirió a ello (Mt 23:27).

Dios no desprecia las obras justas de Sus hijos hechas por fe

Ese malentendido de Isaías 64:6 ha hecho que muchos cristianos crean que es imposible para un cristiano agradar a Dios. Si sus mejores obras son trapos de inmundicia, no hay nada que puedan hacer para agradarle. Esta es una noción profundamente antibíblica de principio a fin.

Por ejemplo, considera cómo Pablo elogia a los filipenses: «Estoy bien abastecido, habiendo recibido de Epafrodito lo que han enviado: fragante aroma, sacrificio aceptable, agradable a Dios» (Fil 4:18). Su generosidad hacia Pablo era agradable a Dios. No era inmunda. O Hebreos 13:16: «Y no se olviden ustedes de hacer el bien y de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios». Hebreos 11:6 tiene la clave: «Sin fe es imposible agradar a Dios». Pero los cristianos tienen fe. Tenemos fe. Esa fe en la gracia comprada con la sangre de Dios, con todos sus frutos — los frutos de la fe y la gracia — agrada a Dios porque depende de Dios, no del yo, para hacer el bien.

Piensa en lo horrible que sería decir que el fruto del Espíritu Santo en la vida cristiana es trapo de inmundicia. Apenas puedo soportar siquiera pensarlo. No son trapos de inmundicia. Son el don precioso de Dios y Su obra en nosotros.

Recompensa a la labor fiel

Llevemos esto un paso más allá. Si Dios, de hecho, en Su gracia y poder nos permite hacer cosas que son buenas, Él va a recompensarlas, no a ignorarlas. Nos dirá: «Bien, siervo bueno y fiel» (Mt 25:21). Las obras de fe van a ser recompensadas, no desechadas como trapos de inmundicia.

El propósito de Dios es que esperemos esas recompensas: «Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo» (2 Co 5:10). O considera Mateo 10:42: «Y cualquiera que como discípulo dé a beber aunque solo sea un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, en verdad les digo que no perderá su recompensa», o Efesios 6:8: «Sabiendo que cualquier cosa buena que cada uno haga, esto recibirá del Señor».

Las obras de fe van a ser recompensadas, no desechadas como trapos de inmundicia

En estos textos no existe la idea de que alguien se gane la salvación, ni siquiera de que se gane las recompensas. La idea de ganar no está presente. Para ganar algo, tienes que proporcionar un trabajo que alguien necesita, de modo que ahora está en deuda contigo para pagarte un salario. Dios no tiene necesidades y no paga salarios a Su pueblo. Nos compró por gracia; nos sostiene por gracia; nos capacita para hacer buenas obras por gracia. Nosotros hacemos las obras confiando en esa gracia. Y así confirmamos (como dice Pedro) nuestro «llamado y elección» (2 P 1:10).

La esencia de la rectitud

Ahora estamos en condiciones de ver lo que realmente sucede en el Antiguo Testamento cuando, una y otra vez, el siervo justo de Dios se ampara en su propia integridad, en su propia rectitud, para clamar Su ayuda a Dios.

Creo que el Salmo 25 es uno de los mejores lugares para ver lo que pasa por la mente del salmista en relación con su propia integridad y su propia rectitud, su propio comportamiento justo. Él dice: «La integridad y la rectitud me preserven, / Porque en Ti espero» (Sal 25:21). Claramente, él no piensa que su integridad y rectitud son trapos de inmundicia, y no piensa que se realizan en su propia fuerza autónoma, porque dice, «porque en Ti espero». La esencia y la raíz de su integridad y su rectitud es que está mirando fuera de sí mismo hacia la misericordia y el poder de Dios.

Sin embargo, él no está libre de pecado: «No te acuerdes de los pecados de mi juventud ni de mis transgresiones» (Sal 25:7); «Oh Señor, por amor de Tu nombre, / Perdona mi iniquidad, porque es grande» (Sal 25:11:); «Mira mi aflicción y mis trabajos, / Y perdona todos mis pecados» (Sal 25:18). Luego de confesar sus pecados al menos tres veces (creo que hay un versículo más), dice: «La integridad y la rectitud me preserven, / Porque en Ti espero» (Sal 25:21).

Acaba de confesar su pecado tres veces. Ha dicho que sus transgresiones son grandes. Hay pecado real en la vida de los santos, en todos nosotros. También hay contrición real, confesión real, perdón real y vidas reales de integridad y rectitud. David ora pidiendo que su integridad y su rectitud lo preserven.

Orando como Nehemías

Así, cuando Nehemías —por fin llegamos a tu texto— ora cuatro veces algo muy parecido sobre su obediencia a los mandamientos de Dios, está haciendo algo similar a lo que hace David. Dice: «Por esto también acuérdate de mí, Dios mío, y ten piedad de mí conforme a la grandeza de Tu misericordia» (Neh 13:22). No está haciendo nada esencialmente distinto de lo que hace David en los Salmos ni de la forma en que el Nuevo Testamento trata nuestras buenas obras como cristianos. Está diciendo: «No soy perfecto, pero he confiado en Ti, espero en Tu misericordia, he actuado en mi integridad y he procurado ser obediente a Tus mandamientos. Que esto sea recordado ante Ti en el día de la salvación».

¿Deberíamos orar así? ¿Deberíamos recordar regularmente nuestra integridad, nuestra rectitud ante Dios? A continuación te comparto una pauta que yo diría; porque yo tampoco lo hago muy a menudo, igual que tú. Creo que una pauta segura para saber cuándo debemos orar así es que este tipo de oración sale a relucir en momentos en los que nos sentimos asediados y acusados de cosas que no hemos hecho. Así, oramos: «Señor, Tú conoces mi corazón. Sabes que se me acusa injustamente. Te ruego que recuerdes mi integridad y mi veracidad, y me vindiques ante mis enemigos. Si no es en esta vida, oh Dios, vindícame y recompénsame según Tu misericordia en el día final, cuando recuerdes cómo anduve en mi integridad».

Creo que así es como debemos orar de vez en cuando, cuando nos sentimos asediados, como lo estaban los salmistas y como lo estaba Nehemías.


Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Eduardo Fergusson.
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