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He sido diagnosticado con un cáncer en etapa cuatro y mi pronóstico es sombrío. Es una situación terrible y no quiero endulzarla. El cáncer es horrible.

Basándome en lo que he escuchado que dicen otros que atravesaron circunstancias similares a las mías, algunos podrían proclamar que mi cáncer «me está haciendo pasar un infierno». Sin ánimo de ofender a estos amigos comprensivos, quiero dejar las cosas claras.

Sí, estoy escribiendo esto desde una especie de horno. Pero no, no estoy «pasando por un infierno».

Palabras serias, realidades serias

Soy lo suficientemente viejo como para recordar cuando el uso descuidado de las palabras «condenado» e «infierno» era casi universalmente rechazado por los creyentes temerosos de Dios. Pero los cristianos de hoy —incluidos los que creen sinceramente en lo que dice la Biblia sobre el infierno y la condenación— pueden oírse con frecuencia «condenando» decepciones, circunstancias, cosas o personas o refiriéndose casualmente al «infierno» en una conversación superficial.

Pero yo sugeriría que si la condenación al infierno es —como yo creo que es— el destierro a un lugar de castigo divino interminable, lejos de la presencia sonriente de Dios, entonces debería ser algo con lo que nunca juguemos.

A riesgo de sonar como un viejo quisquilloso, me gustaría que los cristianos nos replanteáramos nuestro mal uso imprudente de «infierno» (y su término correspondiente, «condenado»). Son dos de las palabras más terribles del vocabulario humano. Hablan de los dos horrores más espantosos de la experiencia humana. Son palabras literales (y definitivas) de maldición, ya que el infierno y la condenación son prerrogativas de Dios, que implican Su maldición eterna y justificada, pronunciada sobre Satanás, sus demonios angélicos y todos los que rechazan la Verdad en esta vida (Mt 25:41; Ro 2:6-9; Gá 3:10; Ap 20:7-15).

«Infierno» y «condenación» son dos de las palabras más terribles del vocabulario humano. Hablan de los dos horrores más espantosos de la experiencia humana

Sin embargo, se puede oír a los cristianos decir (no con poca frecuencia): «Eso fue un infierno», «Estoy pasando por un infierno», «Esto es el infierno en la tierra», «Se desató el infierno» y «Hace un calor infernal», entre otras expresiones. Además de ser tergiversaciones atroces de la verdad, estas expresiones profanas disminuyen el pavor que todos deberíamos sentir al considerar la realidad que hay detrás de las palabras. Mi preocupación no es convertir en tabú a ciertas palabras de forma legalista, sino devolverles su uso correcto y adecuado, y recuperar un temor y temblor piadosos al pensar en lo que estas palabras representan. Las palabras serias que describen realidades serias deben usarse con seriedad.

No hay tal cosa como el «infierno en la tierra»

Desde que la gente empezó a calificar de «asombroso» a todo lo que le gustaba, hemos olvidado lo que realmente significaba «asombroso». El uso despreocupado de la palabra cambió la forma en que la gente pensaba sobre la palabra (y la experiencia que hay detrás de ella), reduciendo su significado de «lo que inspira admiración y maravilla» a «algo que me gusta». Una palabra seria («asombroso») pronunciada de forma casual condujo a una experiencia seria (admiración y maravilla) entendida de forma casual. Si un batido puede ser asombroso y una tormenta eléctrica feroz también puede ser asombrosa, entonces ¿qué significa la palabra «asombroso»? El uso que hacemos de las palabras es importante.

Hay una razón por la que nunca oímos a nadie decir: «Estoy pasando por Auschwitz», o «Todo Buchenwald se desató», o «Hace un calor de horno nazi ahí fuera». Las realidades que hay detrás de esas palabras son demasiado reales y terribles como para invocarlas para expresar experiencias menos graves. Del mismo modo, aunque otras experiencias en la tierra pueden ser devastadoramente brutales, no son el infierno. El dolor en esta vida es real y, a menudo, horripilante. Pero teniendo en cuenta lo que Dios dice sobre el infierno, ¿puedo sugerir que por muy mala que sea a veces en esta vida, no hay un «infierno en la tierra» para ti y para mí? En comparación con el infierno, los peores momentos en la tierra —incluido mi cáncer en fase cuatro, aparentemente terminal— no son más que aflicciones fugaces.

Sí, ahora mismo estoy pasando por una aflicción severa. Sí, sé lo tormentosa que puede ser la vida. Sí, Gayline y yo hemos llorado muchas lágrimas amargas. Sí, hemos soportado temporadas de agonía y entendemos por qué la gente que no conoce lo que dice la Biblia sobre el verdadero infierno podría preguntarse si la vida en la tierra lo es.

Pero he optado por preservar el significado solemne y horrible de la palabra al decir enfáticamente que, aunque conozco el dolor y la aflicción, de ninguna manera he pasado por el infierno. No voy a pasar por él ahora. Ni lo pasaré nunca. Aunque espero que mi vida sea mucho más dura en los próximos años (a menos que Dios me sane), ese aumento de las dificultades solo demostrará que puedo sentirme condenado sin estarlo. Mi cáncer puede ponerse muy, muy, muy mal, pero no importa lo mal que se ponga, no será tan malo como la condenación o el infierno.

En comparación con el infierno, los peores momentos en la tierra —incluido mi cáncer en fase cuatro, aparentemente terminal— no son más que aflicciones fugaces

Al exagerar nuestro sufrimiento, subestimamos el Suyo

Solo hay uno que puede decir verdaderamente: «He pasado por el infierno en la tierra». Su nombre es Jesús, el eterno Hijo de Dios que se hizo hombre precisamente con ese propósito. Eligió voluntariamente ser «golpeado por Dios», «aplastado por nuestras iniquidades» (Is 53:4-5) y declarado maldito por Dios en un madero para reconciliarnos con Dios (Dt 21:22-23; Gá 3:13-14; Ro 5:6-10; 1 P 2:24).

Los cristianos contemporáneos, quienes vivimos en un mundo muy profano, podemos profanar involuntariamente el sacrificio expiatorio de nuestro precioso Salvador cuando hablamos con ligereza de las penas de nuestra vida como si fueran iguales a las Suyas o incluso cercanas a ellas. Debemos tener cuidado, no sea que al exagerar nuestros sufrimientos, subestimemos los Suyos.

Por el honor de nuestro Señor, recomiendo que pensemos (y hablemos) del infierno y de la condenación, por un lado, con un horror lamentable y silencioso y, por otro, con un amor lleno de lágrimas, agradecido y comprometido. Jesús asumió nuestro infierno precisamente para que nosotros nunca tuviéramos que hacerlo. Él fue hecho maldición para que nosotros no lo fuéramos.

Por muy horrible que sea mi cáncer, no voy a pasar por el infierno. Gracias a Jesús, nunca lo haré.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.
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