Pertenecer antes de creer.
Llevo casi dos décadas oyendo esta afirmación en círculos cristianos, impulsada por el deseo de que los creyentes se sientan parte de la iglesia antes de abrazar a Cristo. Durante una sesión del IV Congreso de Lausana, el dicho surgió en una presentación sobre estrategias para llegar a la Generación Z. «¡Tienen que sentir que pertenecen antes de creer!».
Un sentimiento noble
Hay algo claramente acertado en este sentimiento cuando se trata del llamado cristiano a la hospitalidad radical y a la auténtica atmósfera de bienvenida que debe caracterizar al pueblo de Dios.
Pensemos en nuestro ministerio con los niños que crecen en la iglesia. Independientemente de la postura sobre el bautismo de niños, todas las congregaciones incorporan a los niños a los rituales y ritmos de la vida de la iglesia, haciéndoles sentirse parte de ella a través de las clases de la escuela dominical, o de la escuela bíblica de vacaciones, o de momentos especiales en el culto. Una vez trabajé en una iglesia que asignaba a adultos mayores el papel de «ángeles guardianes» para los niños del vecindario que asistían a la iglesia; observé con deleite cómo esos santos ancianos reservaban asientos para los niños durante el culto, les ayudaban a sentirse bienvenidos, los instruían amablemente sobre cómo comportarse y se convertían en una fuente de sabiduría y guía espiritual. En términos de cronología, los niños suelen sentir que «pertenecen» antes de «creer».
Pertenecemos a través de creer. Es nuestro creer lo que nos une a los hermanos y hermanas en Cristo
O considera el papel de la iglesia como testigo vivo y adorador de la verdad del evangelio, para que los no creyentes, al ver y experimentar la familia de Dios en toda su gloria, encuentren el evangelio más convincente que antes. La iglesia es, en la memorable frase de Lesslie Newbigin, «la hermenéutica del evangelio»: nuestra vida juntos muestra la credibilidad del evangelio.
Una cosa es compartir el evangelio con un desconocido en la calle y otra es compartir el evangelio con alguien después de que haya conocido la escandalosa gracia de Dios que se despliega en la comunidad cristiana y haya probado la hospitalidad radical de Jesús cenando con recaudadores de impuestos y pecadores. Esto último suele ser más eficaz que lo primero, porque es toda la iglesia, no solo un cristiano, la que ensalza el evangelio, ofreciendo una alternativa a la incredulidad. Es posible que un no creyente se sienta atraído por la promesa de pertenecer a la familia de Dios antes de poner su fe en Cristo.
Lo que hace falta
Pero hay algunos problemas con la mentalidad de «pertenecer antes de creer».
Al debatir este concepto con mis compañeros de mesa en el Congreso de Lausana (de India, Kenia, Corea y Hong Kong), surgió la diferencia de contexto. En países restrictivos donde seguir a Jesús puede acarrear el rechazo familiar o la persecución gubernamental, es vital experimentar «pertenecer» a la iglesia (en el sentido de desarrollar relaciones estrechas) antes de hacer una profesión pública de fe. El bautismo separa a alguien de su pasado, lo que lleva a un «intercambio de familias» muy real. Es importante que alguien que profesa su fe en un país restrictivo tenga anticipadamente la experiencia personal de la dedicación probada del pueblo de Dios. Así, cuando lleguen la ira de la familia, el rechazo de los amigos o la posibilidad de persecución por parte del gobierno, el nuevo creyente se apoyará en la pertenencia que ya ha comprobado dentro de la familia de Dios.
Sin embargo, en otros contextos, esta mentalidad resta importancia a la distinción entre la iglesia y el mundo, haciendo que la línea que separa la incredulidad de la fe sea difusa. El énfasis puede recaer tanto en hacer que la gente sienta que pertenece a la iglesia que no queda claro por qué es necesario creer. Al final, la iglesia se convierte en una comunidad sociológicamente religiosa marcada por sentimientos amistosos, más que en un pueblo confesional marcado por lo que sus miembros creen.
No pertenecer plenamente
A lo largo de la historia, la iglesia ha encontrado formas de atraer a los no creyentes a la comunidad para que experimenten un aperitivo de comunión cristiana, aun cuando reconocen que la comida completa solo es posible para aquellos que pertenecen a ella a través de la fe. Sin embargo, hoy en día, pertenecer antes de creer se suele considerar como un objetivo final del cristianismo. Si un no creyente siente que pertenece a la iglesia tanto como un creyente, ¿qué sentido tiene creer? ¿Y qué significado tiene pertenecer?
Si un no creyente siente que pertenece a la iglesia tanto como un creyente, ¿qué sentido tiene creer?
Un amigo expresó la paradoja de esta manera: «Cuando invito a un no creyente, quiero llevarlo a la iglesia tan profundamente que sienta que no encaja». El deseo debería ser mostrar una bienvenida y una hospitalidad tan genuinas que el no creyente se sienta desconcertado, atraído por la bienvenida y el sentido de pertenencia que siente y por su inquietud al reconocer que no puede pertenecer verdaderamente a esta comunidad hasta que crea.
En los primeros siglos posteriores al Nuevo Testamento, la iglesia dejó claras las fronteras de un modo que hoy suena extraño. Los no creyentes eran bienvenidos en las casas de los cristianos y estaban presentes en los cultos, pero solo hasta cierto punto. Cuando el servicio pasaba a la participación de la Cena del Señor o a la instrucción solo para los miembros de la iglesia, a los no creyentes se les despedía. De este modo, seguía existiendo un sentimiento de pertenencia y acogida, pero también una línea claramente definida por el creer y el bautismo.
Pertenecer a través de creer
Al final, espero que nuestras iglesias sean lugares donde las personas se sientan bienvenidas y amadas. Pero si queremos seguir el modelo del Nuevo Testamento, donde pertenecer a una iglesia significa realmente algo más que ser el receptor de la hospitalidad, no podemos pertenecer en el sentido más pleno antes de creer. Eso es imposible. Pertenecemos a través de creer.
Es nuestro creer lo que nos une a los hermanos y hermanas en Cristo, nuestra confesión común de que Jesús es nuestro Rey. Pertenecemos a Dios por creer en Su Hijo. Recuerda el comienzo del Catecismo de Heidelberg: «Nuestro único consuelo en la vida y en la muerte es que no somos nuestros, sino que pertenecemos, en cuerpo y alma, a nuestro fiel Salvador Jesucristo» (énfasis añadido). Pertenecemos a Jesús por la fe y también nos pertenecemos unos a otros en la iglesia por la fe.