Lidiar con el pecado es difícil siempre, ya sea cuando admitimos nuestro pecado o cuando confrontamos el pecado de otra persona. Sé que es posible para los cristianos el ser frívolos a la hora de señalar los pecados de otros. Todos corremos el riesgo de enorgullecernos y ser rencorosos en torno al eje de la verdad. Pero también soy consciente de la lucha que muchos cristianos tienen a la hora de llamar al pecado “pecado”. Se sienten fatal porque los sentimientos del otro pueden ser heridos. Se avergüenzan de que personas sinceras estén en desacuerdo con ellos. Les tiemblan las piernas cuando piensan que pueden estar ofendiendo a la cultura, a su familia, o a sus amigos. Pocos de nosotros disfrutamos de la confrontación, especialmente con aquellos que invocan también el nombre de Cristo. No nos gusta el tema de la disciplina, el reproche, y el marcar límites. Odiamos ver las lágrimas en aquellos que creen con todo su ser que una cierta doctrina, práctica o comportamiento sexual es respaldado por las Escrituras, cuando sabemos que no es así.
Aun así, hay algo que debería comernos por dentro todavía más. Algo nos debería molestar más que los sentimientos de aquellos con los que no estamos de acuerdo. Algo debería provocar nuestras lágrimas más que las lágrimas de aquellas personas que se sienten dolidas por nuestras convicciones y corrección.
«Horror se apoderó de mí a causa de los inicuos que dejan tu ley» (Salmo 119:53).
«Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley» (Salmo 119:136).
«Mi celo me ha consumido, porque mis enemigos se olvidaron de tus palabras» (Salmo 119:139).
«Veía a los prevaricadores, y me disgustaba, porque no guardaban tus palabras» (Salmo 119:158).
Con todas las emociones sensibles y los espíritus heridos en la iglesia hoy, ¿quién llorará por el abandono de la ley de Dios? Con toda la atención dada a los sentimientos de otros, incluso a aquellos que desobedecen la Palabra de Dios, ¿quién considerará cómo se siente Dios sobre nuestras acciones? ¿No es peor entristecer al Espíritu Santo que entristecer a los que llaman “santo” al pecado? El lenguaje del salmista puede sonarnos duro, pero esto es un testimonio de lo poco que atesoramos los mandamientos de Dios. Si realmente queremos que nuestro corazón sea quebrantado por las cosas que quebrantan el corazón de Dios, derramaremos lágrimas al ver la Palabra tan mal usada y tan rota en nuestros días. Dios tenga misericordia de todos nosotros.
Traducido por Patricio Ledesma (@patricioledesma)