Aunque se está hablando más y más de la multiplicación de iglesias, en la práctica se ve muy poca. En el contexto donde sirvo, y al conocer de diversos lugares en América Latina, resulta evidente que muchas plantaciones de iglesias no suceden por una multiplicación intencional y estratégica, sino a irreconciliaciones y heridas. En los peores casos, hemos escuchado de iglesias que se dividen y un grupo alquila un local en el otro lado de la calle para comenzar otra iglesia. Esta es una tragedia que subvierte el evangelio que predicamos.
¿Por qué vemos tanta división y tan poca multiplicación?
1. Vemos la iglesia como una empresa familiar.
Tristemente, todos sabemos lo que es esto. Es común en América Latina. Un hombre planta una iglesia, y de repente los recursos de la iglesia le pertenecen. El personal es su familia, y el mismo terreno está a nombre del pastor. Esto es trágico y un enorme obstáculo a la visión de multiplicación que vemos en el Nuevo Testamento.
Aprovecharse de la iglesia local como si fuera una empresa familiar es totalmente contrario a la Palabra de Dios. Aun se haga sin mala intención aparente, acaparar los recursos y los miembros de la iglesias es lo opuesto a la generosidad necesaria para ver iglesias multiplicándose.
2. Tenemos miedo de lo que pueda suceder.
Si nuestra iglesia es de doscientas personas y apenas se sostiene económicamente, nos da miedo enviar a un grupo a otro lugar. Pensamos en lo peor: que la iglesia se vendrá abajo si enviamos a algunos miembros a plantar en otro lugar. Eso demuestra falta de fe en nosotros.
Dios es el que da el crecimiento, y la iglesia le pertenece. Lo que es más, la plantación de iglesias es Su misión. Si creemos esto, no debemos temer la multiplicación.
3. Los plantadores no quieren rendir cuentas.
Muchos plantadores prefieren no ser enviados por otra iglesia porque no quieren estar bajo la autoridad y supervisión de alguien más. Estos plantadores piensan que pueden hacer una iglesia mejor, y no quieren que nadie influya en su manera de hacer las cosas. Entonces, en vez de que una iglesia se multiplique, ellos simplemente deciden plantar solos.
Aunque un plantador debe tener cierta libertad, actitudes individualistas pueden ser señal de alerta. El patrón de liderazgo en el Nuevo Testamento es una pluralidad de pastores en toda iglesia. Todo pastor también es oveja. Si un pastor no quiere estar bajo la autoridad y supervisión de otro, no debería ser un pastor, y mucho menos plantar una nueva iglesia.
4. Vemos otras iglesias como competencia.
En el reino de Cristo solo hay un Rey, y todos formamos parte de su reino. Las demás iglesias no son competencia, sino una extensión del mismo reino. Estamos en el mismo equipo. No somos dueños de iglesias que compiten, todos tenemos el mismo Dueño y trabajamos por y para Él.
5. No encontramos nuestra identidad en el evangelio.
Esto es lo más peligroso. Encontramos nuestra identidad y valor en el ministerio, y no en el Cristo que está sobre el ministerio. Nos preocupa nuestro éxito, fama, y plataforma, más que la misión de Cristo y su fama. Solo queremos extendernos a nuevos lugares si eso significa más renombre para nosotros.
Un mejor camino
Hay un mejor camino hacia la multiplicación de iglesias. Este camino tiene como su fin la gran comisión. La gran comisión no fue dada solamente a los apóstoles. Aunque ellos fueron la primera audiencia, entendemos que esta comisión fue dada a todos los discípulos de Jesús, a la Iglesia. La gran comisión es para cada iglesia local.
Uno de los grandes retos para todos los pastores es la tentación de querer llevarnos la gloria. Pero cuando nuestro enfoque es la gran comisión, tenemos por seguro que el reconocimiento que recibiremos de Cristo será mil veces mejor que la gloria que disfrutemos manejando iglesias como si fueran nuestras. Imagina estar cara a cara con Cristo y recibir de Él la corona inmarcesible de gloria (1 Pe. 5:4).
Siervo bueno y fiel
En Mateo 25 encontramos la parábola de los talentos. Tres siervos reciben talentos, es decir, monedas. Los talentos no son de ellos: son del dueño que les encomendó sus bienes. El dueño sale y les da la responsabilidad de manejar lo que le pertenece. Cuando el dueño regresa, pide cuentas sobre lo que los siervos hicieron con lo que les prestó. Dos de ellos multiplicaron sus talentos, y uno lo escondió en la tierra.
Una buena mayordomía de la iglesia de Cristo se enfoca en la multiplicación. Una iglesia no comprometida con la multiplicación es como el último siervo, el que escondió el talento en la tierra. Cuando mantenemos los recursos, el dinero, y las personas dentro de nuestras cuatro paredes, estamos escondiendo los bienes que Cristo nos ha encomendado.
El dueño respondió a dos de los siervos como esperamos que Cristo nos responda: “Bien, siervo bueno y fiel…”. El dueño de los bienes considera que el siervo bueno y fiel es el que multiplica lo encomendado.
Hay muchas iglesias que crecen, pero no se multiplican. Pero si estamos dispuesto a multiplicarnos, sinceramente creo que ganamos más de lo que ganaríamos en solo establecer y hacer crecer nuestra propia iglesia. Ganamos porque nos involucramos en la misión a un nivel mucho más alto. Ganamos porque el crecimiento que se verá por la multiplicación es mucho más de lo que se vería si solo agregamos gente a nuestra iglesia. Ganamos porque ser generosos es obedecer a Cristo. Ganamos al ver movimientos de plantaciones de iglesias sucediendo en nuestra ciudades. Aún más: ganamos porque Cristo y el Espíritu Santo serán los protagonistas, y no nosotros.
A final de cuentas, cuando plantamos iglesias, puede que la gente se olvide de nosotros, pero logramos demostrar que Cristo es la cabeza, y no el pastor o su familia.