Los lectores y los maestros de la Biblia saben que la Biblia es una historia. Mi maestra de escuela dominical en primaria me recomendó la Biblia y yo empecé a leerla. Cuando pasé por una crisis durante el tiempo en la universidad, yo sabía que mi única esperanza era leer la Biblia. En medio de la desesperación, la leí, no de forma esporádica, sino durante horas y días. Empecé por Génesis capítulo 1. Cuando llegué al libro de Jonás, y di con el versículo que dice “¡La salvación viene del Señor!”, me di cuenta de que la Biblia no relata la historia completa de Israel, sino la historia de la obra que Dios realiza para salvar a su pueblo escogido. Trata de lo que Dios hizo. El que sostiene el mundo en su mano vino a salvarnos. La Biblia es la historia de cómo Dios descendió para nacer de la virgen María, para vivir y morir por nosotros, y para resucitar triunfante de la tumba. Mi esperanza no estaba en que yo me había asido a Dios, sino en que Él me había asido a mí.
Cuanto más estudiaba y enseñaba la Biblia, más veía que la promesa de Dios en el Antiguo Testamento estaba guardada en el Nuevo Testamento. Estaba guardada en la venida del Hijo de Dios. El Evangelio de Juan da testimonio de la deidad de Jesucristo, la Palabra hecha carne. Jesús, nos dice Juan, es aquel que Isaías vio en su visión de Dios sentado en su trono entre los querubines (Juan 12:41).
El ángel que se apareció a Moisés en la zarza ardiente en el desierto se presentó como el Dios “YO SOY”. Los cuatro Evangelios no son los únicos que cuentan la historia de Jesús. También lo hacen los cinco libros de Moisés, quien dio la promesa de Dios sobre el profeta que habría de venir. Y también lo hace el resto del Antiguo Testamento. Recordemos que el apóstol Pablo, cuando predicaba las Escrituras en las sinagogas, predicaba usando los rollos del Antiguo Testamento. El testimonio apostólico que Pablo da de Jesús también revela que Jesús es el cumplimiento de toda la Escritura del Antiguo Testamento.
Los predicadores que en su predicación ignoran la historia de la redención, lo que están haciendo es ignorar el testimonio que el Espíritu Santo da de Jesús en todas las Escrituras.
Cristo en toda la Escritura
Predicar a Cristo cuando predicamos del Antiguo Testamento significa que no predicamos sermones de sinagoga, sino sermones que tienen en cuenta toda la historia de la redención, y su cumplimiento en Cristo. Ver el texto en relación a Cristo es verlo en su contexto más amplio, el contexto del propósito de Dios en la revelación. No ignoramos el mensaje específico del texto, pero tampoco le colocamos a la predicación un final cristocéntrico que serviría para cualquier predicación.
Debemos predicar a Cristo tal y como el texto lo presenta. Si te sientes tentado a pensar que la mayoría de los textos del Antiguo Testamento no presentan a Cristo, reflexiona tanto en la unidad de la Escritura como en la plenitud de Jesucristo. Cristo está presente en la Biblia como el Señor y como el siervo. (…)
Prepara un sermón que presente a Cristo
La predicación del evangelio presenta a Jesucristo. El apóstol Pablo les pregunta a los gálatas, “¡Torpes! ¿Quién os ha hechizado a vosotros, ante quienes Jesucristo crucificado ha sido presentado tan claramente?” (Gálatas 3:1). Pablo ataca a los “falsos apóstoles” que habían torcido las buenas nuevas de la salvación en Cristo convirtiéndolas en un plan para ganar el cielo. El apóstol no solo declara que Dios salva por gracia, no por obras, sino que pone a Cristo en el centro de su mensaje. La predicación apunta a Cristo crucificado por nuestros pecados, y resucitado para darnos vida.
Predicar con el poder el Espíritu Santo es predicar en la presencia de Jesús. Cuando Pablo habla del triunfo de Cristo sobre los poderes de la oscuridad, es consciente de la presencia de las fuerzas demoniacas que hay en el cosmos. Para los EE.UU. fue un shock cuando un grupo de terroristas musulmanes usó aviones con pasajeros para destruir las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York y para golpear el Pentágono. Sin embargo, seguimos viviendo sin pensar en la lucha para la que el Señor armó a Pablo. En la cruz, Jesús venció a esos poderes de Satanás y a sus ángeles. Pablo ve a Cristo crucificado. Cuando los romanos crucificaban a un criminal, a menudo clavaban sobre la cruz una confesión escrita por el propio criminal. Pablo ve la cruz de Jesús, y sobre ella, escrito a mano, los pecados y los crímenes de aquellos por los que murió (Colosenses 2:14-15). Pablo describe el significado de la expiación, pero siempre vinculándola a la presencia real de Jesús: en la cruz, y en palabra de la predicación. “Muéstranos a Jesús” sería un buen lema para los maestros de escuela dominical y para los predicadores.
El Señor mismo habla a través de la predicación
A través de la predicación oirán su llamado
Pablo nos ha explicado el secreto de la predicación. Empieza afirmando: “Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo”. Y pregunta: “¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique?” (Romanos 10:13-14). Esta pasaje con frecuencia se traduce “¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?”. Pero la traducción correcta es “a quien no han oído”. (En griego, los verbos que hacen referencia al sentido del oído rigen un objeto directo en genitivo). Cuando se predica el evangelio, Cristo mismo habla a aquellos que oyen.
El Nuevo Testamento utiliza varios términos para hablar de la predicación. La predicación incluye proclamar las buenas noticias, enseñar las riquezas de la revelación de Dios, animar, exhortar, advertir y amonestar. No obstante, ningún aspecto de la predicación puede perder de vista la llamada del Salvador. Algunos predicadores acercan a los débiles y a los cansados a Cristo, otros llevan a los rebeldes a refugiarse de la ira del Cordero que está en el trono. Tanto la tierna súplica como la seria advertencia provienen de la boca del Salvador personal que habla a través de Su Palabra cuando esta es predicada.
Nota del editor: Este es un extracto de Predica a Cristo desde toda la Escritura, Edmund P. Clowney, Publicaciones Andamio, Ágora