En Coalición por el Evangelio preguntamos a tres pastores en distintos contextos del mundo hispano: ¿Pueden predicar en la iglesia hombres que no son pastores? Estas fueron sus respuestas:
La responsabilidad de la enseñanza
Nathan Díaz, desde México, nos comparte:
La respuesta corta es sí. No hay nada en la Biblia que limite la predicación principal de una iglesia a los ancianos o pastores. Lo que debe ser claro es que los pastores son los principales responsables de la enseñanza, pero esto no significa que sean los únicos con dicha responsabilidad. Es decir, los pastores pueden compartir su responsabilidad principal de la predicación con otros hombres de la iglesia, para quienes predicar sea una responsabilidad secundaria.
En nuestra iglesia, por ejemplo, tenemos varios diáconos que también son maestros excelentes. En la Biblia leemos que Esteban fue parte del primer grupo de diáconos (Hch 6) y su sermón es el más largo registrado en el libro de Hechos (Hch 7). ¿Quién de nosotros no aprovecharía a un Esteban en su congregación para que pueda dar un sermón? Estoy seguro de que la mayoría de las iglesias debe tener al menos un diácono capaz de enseñar.
Podríamos profundizar en la pregunta y pensar en un hombre que no sea anciano ni diácono. Si entendemos que el don de la enseñanza no es exclusivo de los líderes de la iglesia, entonces la respuesta también es sí. Por supuesto, es importante el discernimiento sobre la madurez y el testimonio de la persona que enseñará desde el púlpito. También debemos estar seguros de que las convicciones doctrinales y teológicas del predicador están en armonía con las doctrinas fundamentales de la iglesia. Por ejemplo, un misionero, un autor o un profesor de seminario podrían ser predicadores invitados de una iglesia.
Sin embargo, en toda iglesia que busca ser bíblica debe ser evidente que la principal responsabilidad de enseñanza es de los pastores. La mayoría de los domingos del año, la iglesia debe ver a sus pastores y ancianos exponiendo la Palabra de Dios y, en especial, a aquellos que se han enfocado en el ministerio de la predicación y la enseñanza.
Una tarea sagrada
Marcelo Brondo, desde Argentina, nos comparte:
No encontramos en la Palabra de Dios el requisito de ser pastor para que un hombre pueda predicar. Lo que sí encontramos es que aquellos que anhelan obispado deben ser aptos para enseñar (1 Ti 3:2; 2 Ti 2:24). Entonces, el pastor sí debe ser un predicador mientras que un predicador no necesita ser pastor.
No obstante, aquel hombre a quien se le vaya a confiar el púlpito deberá ser apto para enseñar, gozar de un buen testimonio y tener una trayectoria de años probada y aprobada por la iglesia, ya que la tarea que se le estará confiando es muy sagrada.
Alguien dijo que el púlpito es el lugar más peligroso del mundo y creo que podemos estar de acuerdo con esto. Es el lugar más peligroso porque desde allí, dependiendo de la manera en que sea trazada la Palabra de Dios, se puede impartir la edificación, la exhortación y la consolación que el pueblo de Dios necesita (1 Co 14:3). Pero no solo los creyentes necesitan esto, sino también aquellos que aún no pertenecen a Cristo. Así que el predicador también habrá de ser un experto en el conocimiento y en la presentación del evangelio del Señor en toda su pureza, claridad, gracia, poder y autoridad.
La tarea de predicar es sagrada porque se trata de exponer la Palabra de Dios. Además, es el instrumento que Dios usa para solucionar el conflicto más grande que tiene todo oyente pecador: cómo reconciliarse con Dios y dónde habrá de pasar la eternidad. El mensaje que se predique debe tener todos los ingredientes necesarios para que el Espíritu Santo obre con convicción en el corazón y produzca fe, arrepentimiento y adoración a Dios (1 Co 14:25). Sería un error muy grave que el predicador no entienda su responsabilidad o no sepa llevar a cabo su tarea, porque hasta podría llegar a ser una piedra de tropiezo para el alma que necesita a Cristo.
En definitiva, más allá de que el predicador sea un pastor o no, la predicación debe realizarla un hombre apto y maduro, sin dejar de lado la importancia que también tiene la vida de oración y adoración del predicador, así como su carácter irreprochable. La enseñanza de la Palabra de Dios es un acto de adoración, pues la congregación es movida a responder a Dios en alabanza y obediencia, como también a conocer más acerca de la misericordia y el amor de Dios en el Señor Jesucristo.
Hombres llamados al ministerio
Álvaro Rivera, desde Colombia, nos comparte:
Sí, pueden predicar hombres que no son pastores. Sin embargo, mi respuesta incluye también un elemento condicional. De manera completa, mi respuesta es: Sí, pueden predicar hombres que no son pastores, siempre y cuando estén deseando el ministerio pastoral, estén siendo examinados con dicho propósito y, sobre todo, exhiban un carácter cristiano maduro. Este último aspecto es importante porque, incluso si no son candidatos al ministerio, todo predicador debe mostrar una vida de piedad.
Las Sagradas Escrituras enseñan que una de las principales herramientas que el pastor tiene para alimentar, proteger y guiar al rebaño del Señor es la predicación de la Palabra en el día del Señor (Hch 20:19-21, 27-28, 32; 2 Ti 4:2-4). Los pastores deben ser reconocidos como poseedores de un carácter maduro y piadoso por la iglesia local (1 Ti 3:1-7), lo que demuestra que la proclamación de la Palabra de Dios y el carácter del predicador son cuestiones inseparables.
No creo que sea beneficioso para un hombre, ni para el resto de la iglesia, que asuma la responsabilidad de predicar sin tener un llamado al ministerio pastoral. Por el contrario, si un hombre ha expresado su deseo de dedicarse al ministerio o ya está siendo examinado como candidato, sería muy beneficioso que pueda predicar. De esta manera el resto de la iglesia podrá reconocer y confirmar si Dios lo está llamando a esa labor.
De todos modos, existen circunstancias especiales que una iglesia local puede atravesar, como por ejemplo, no contar con un pastor reconocido o que ningún hombre esté aspirando al pastorado. Nada de esto impediría que un hermano pueda predicar alguna vez. Pero aún en estas circunstancias, permanece la condición que expresé más arriba: el predicador debe tener un testimonio de carácter cristiano maduro, es decir, una vida de piedad y fe que no sea de tropiezo para sus oyentes.
En conclusión, los hombres que no son pastores sí pueden predicar, en especial si tienen una llamado al pastorado y están siendo examinados, pero, incluso si no están en dicho proceso, deben exhibir una vida acorde al glorioso evangelio que desean proclamar.