La pregunta no es si somos orgullosos; la pregunta es cómo se manifiesta el orgullo de nuestro corazón. El orgullo puede tomar muchas formas distintas, pero tiene un solo fin: la autoglorificación. El orgullo desea la gloria que solo le corresponde a Dios y la supremacía que solo es de Él.
El autor C. S. Lewis decía:
El vicio esencial, el mayor mal de todos, es el orgullo. La falta de castidad, la avaricia, la borrachera son nimiedades en comparación: fue mediante el orgullo que el diablo llegó a ser diablo; el orgullo lleva a todo otro vicio: es completamente una manera de pensar anti-Dios (Citado en En Busca de Dios, p. 23).
De una manera u otra, en algún grado, el orgullo está presente en nuestro corazón. Esta es una verdad que no debemos perder de vista y es un pecado al que debemos darle el peso que Dios mismo le da, porque el orgullo no es poca cosa para Dios.
En la Palabra encontramos múltiples referencias al sentir de Dios hacia el orgullo y sus consecuencias en nuestras vidas:
- El orgullo no busca a Dios: «El impío, en la arrogancia de su rostro, no busca a Dios. / Todo su pensamiento es: “No hay Dios”» (Sal 10:4).
- El orgullo siempre trae consecuencias: «¡Amen al SEÑOR, todos Sus santos! / El SEÑOR preserva a los fieles, / Pero les da su merecido a los que obran con soberbia» (Sal 31:23).
- Dios aborrece el orgullo: «El temor del SEÑOR es aborrecer el mal. / El orgullo, la arrogancia, el mal camino / Y la boca perversa, yo aborrezco» (Pr 8:13).
- El orgullo nos engaña: «La soberbia de tu corazón te ha engañado» (Abd 1:3).
Entendiendo esta verdad, quiero compartirte seis preguntas que pueden ayudarte a identificar el orgullo en tu corazón.
1. ¿Tiendes a ofenderte con facilidad?
Quizás no lo habías pensado de esa manera, pero nuestra mucha sensibilidad hacia los demás es una evidencia de orgullo.
Una vez escuché al autor Tim Keller decir que la gente no hiere nuestros sentimientos, hiere nuestro ego. En la mayoría de los casos, cuando nos ofendemos por la acción de otro es porque ha herido nuestro ego. Pensamos que merecíamos ser tratados de una manera distinta y por eso nos ofendemos.
2. ¿Tiendes a pensar que siempre tienes una mejor idea?
Hace muchos años me di cuenta de que esta era una de las formas en las que se manifestaba el orgullo de mi corazón. Siempre tenía una mejor idea de cómo podían hacerse las cosas y donde más salía a relucir esta actitud era en mi matrimonio.
El deseo de control es una evidencia del orgullo de nuestro corazón que cree que sabe mejor
Cuando esto sucede de manera frecuente, le estamos diciendo al otro: «Yo sé mejor que tú». Pero esto no solo lo hacemos con los demás, sino que también lo hacemos con Dios. Cada vez que tratamos de obrar por nuestros medios, cada vez que violamos Su Palabra, le estamos diciendo: «Yo tengo una mejor idea que la tuya», y eso es orgullo.
3. ¿Eres impaciente con las debilidades de los demás?
¡Ay, la impaciencia! ¿Has pensado en tu impaciencia como una manifestación de orgullo? Nos desesperamos con las debilidades de los demás porque entendemos que nosotras sí estamos donde deberíamos y ellos no, porque de alguna manera nos estimamos a nosotras mismas como superiores.
4. ¿Buscas continuamente poner en evidencia tu conocimiento o habilidades?
Hay una gran diferencia entre las personas que siempre tienen algo para aportar y aquellas que siempre tienen algo que decir. A veces podemos encontrarnos tratando de que otros vean lo mucho que sabemos o lo bueno que somos haciendo algo y no nos damos cuenta de que esto es orgullo. Debemos recordar las palabras de Pablo: «Porque ¿quién te distingue? ¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?» (1 Co 4:7).
5. ¿Sueles tener una actitud crítica?
Miramos a todo el mundo como si tuviéramos un uniforme de juez, como si viviéramos en una corte y todos los demás vienen a comparecer frente a nuestro estrado.
El antídoto para el orgullo de nuestro corazón es una vida de humildad que descansa en Jesús
Mostramos nuestro orgullo cuando en todas nuestras relaciones estamos buscando dónde está fallando la otra persona y qué está haciendo mal. Ya sea que solo lo pensemos o que lo dejemos salir con un comentario, esto es una manifestación de nuestro orgullo.
6. ¿Tienes la tendencia a querer controlar?
Nuestro deseo de control es una evidencia del orgullo de nuestro corazón. Queremos controlar nuestras relaciones porque pensamos que la mejor manera en la que los demás pueden actuar es esa que se ajusta a mí.
Queremos controlar nuestras circunstancias porque pensamos que nuestros planes y nuestras ideas son mejores que los de Dios, y eso es orgullo.
El antídoto para el orgullo
Quizás te has identificado con alguna de las preguntas anteriores y te has dado cuenta de que tienes un corazón orgulloso. La buena noticia es que el antídoto para el orgullo de nuestro corazón es una vida de humildad que descansa en Jesús, quien la personifica por completo. Él dijo: «Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera» (Mt 11:29-30).
La humildad no es tener un bajo concepto personal, sino vernos a nosotras mismas a la luz de nuestra gran pecaminosidad y de lo que Dios es: santo, glorioso, bueno, sabio (y todos los demás atributos que son parte de Su perfección). La humildad es esa cualidad que reconoce que uno no puede solo, que no se ve más grande de lo que es y que mantiene su esperanza en el lugar correcto: a los pies de la cruz.
Apuntar a tener un corazón humilde requiere que nos reconozcamos continuamente como grandes pecadoras en necesidad de un gran Salvador y que mantengamos nuestros ojos fijos en la cruz y no en nosotras mismas. Así que, si has visto el orgullo de tu corazón, ve a Jesús en busca de Su perdón y encontrarás Su gracia disponible para ti y el poder para vivir conforme a Sus propósitos.