Según un estudio de Faith Communities Today (Comunidad de fe hoy), el 33 % de los miembros de las iglesias encuestadas son mayores de sesenta y cinco años. El censo de 2020 reveló que diez mil baby boomers cumplen esa edad cada día. Nuestro mundo envejece, y con él nuestras congregaciones. Al contemplar este mar de plata que llena nuestras bancas, reconocemos que muchos en nuestras congregaciones están más cerca del ataúd que de la cuna.
Todos hemos oído la crítica de creyentes «tan celestiales que no sirven para nada terrenal». Pero debemos preguntarnos: ¿Nos hemos vuelto tan terrenales que hemos perdido de vista el bien celestial? A medida que nuestras congregaciones envejecen, los líderes deben preparar intencionalmente a cada miembro para la gloria eterna.
En primer lugar, debemos reflexionar sobre el significado de la gloria eterna. Según el apóstol Pedro, «el Dios de toda gracia» nos ha llamado a «Su gloria eterna en Cristo», donde nos «perfeccionará, afirmará, fortalecerá, y establecerá» (1 P 5:10). La gloria eterna es la gloria para la que nos preparan los sufrimientos de este mundo. Qué gran esperanza tenemos para el futuro. Dan Doriani dice: «Cuando un día Dios restablezca la creación y elimine el pecado que impulsa todo sufrimiento, se compromete a restaurarnos también a nosotros».
Algunos se preguntarán, puesto que la obra de Dios nos glorifica, si necesitamos «prepararnos» para la gloria eterna. En cierto sentido, ya hemos heredado esta gloria eterna si estamos en Cristo: «A los que justificó, a esos también glorificó» (Ro 8:30). Sin embargo, la plenitud de nuestra gloria espera el día de la venida de Cristo: «Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces ustedes también serán manifestados con Él en gloria» (Col 3:4).
Puesto que tenemos la esperanza de la gloria futura, podemos prepararnos espiritual y prácticamente cada día para la gloria. Consideremos seis maneras en las que podemos prepararnos y preparar a quienes dirigimos.
1. Habla acerca de la muerte y el morir.
Nosotros, que sabemos que nuestro Salvador «puso fin a la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad» (2 Ti 1:10), deberíamos ser los primeros en poder hablar de la muerte y el morir.
No debemos evitar mencionar la muerte o celebrar la victoria de Cristo sobre ella
Sí, la muerte es aterradora, pero Cristo nos ha librado de nuestro temor a la muerte (He 2:15). En los sermones, los estudios bíblicos y las reuniones de oración, no debemos evitar mencionar la muerte o celebrar la victoria de Cristo sobre ella.
2. Corrige los conceptos erróneos sobre el cielo, el infierno y sobre los cielos y la tierra nuevos.
Si hiciéramos una encuesta casual entre los miembros de nuestra iglesia, descubriríamos que muchos tienen creencias erróneas sobre lo que ocurre después de la muerte. Trabajemos para ayudar a las personas a entender que el cielo no ha «ganado otro ángel»: nuestro futuro es mucho más glorioso. Debemos abordar el temor secreto que albergan muchos en nuestras iglesias de que el cielo será aburrido. Por el contrario, es un lugar donde Jesús nos acogerá con alegría y nos reuniremos con los que nos precedieron.
Tenemos que hablar del juicio: los creyentes no tienen por qué angustiarse, pues Cristo ha recibido el castigo por nuestros pecados; los incrédulos deben angustiarse, pues sus pecados serán castigados y el infierno de hecho existe. Al compartir la verdad sobre el infierno y el juicio por el pecado, imploramos a quienes no conocen a Jesús que se refugien en Su gracia salvadora.
3. Ofrece recursos bíblicos, talleres y cursos sobre preparación práctica.
Amamos a nuestro prójimo dejando lo que yo llamo un «legado práctico»: los documentos y la información que bendecirán a nuestros seres queridos en caso de que muramos o quedemos incapacitados. Demasiados de nosotros hemos visto peleas familiares y angustias cuando alguien no prepara un testamento.
Podemos instar a cada persona que dirigimos a que prepare un testamento, una directriz anticipada, un poder notarial duradero y un registro claro de su legado digital (contraseñas y cuentas en línea).
4. Proporciona orientación bíblica sobre los arreglos para el cuerpo y los servicios funerarios.
Si nosotros no aconsejamos sobre estas cosas, lo hará nuestra cultura. En un episodio de Modern Family, la madre fallecida de un personaje es «reciclada» en un árbol; un artículo del New York Times habla de prácticas modernas de conmemoración del final de la vida, como celebrar una fiesta en el hoyo dieciocho del amado campo de golf del difunto. Un funeral cristiano debe celebrar la obra redentora de Dios en la vida del difunto, ayudar a los presentes a superar el duelo y ofrecer la esperanza del evangelio.
Ya sea que la proporcionemos a través de una clase de escuela dominical, un taller anual o un folleto, una sólida dirección bíblica ayudará a los miembros de nuestra iglesia a dejar instrucciones claras para sus seres queridos en duelo.
5. Cuida de los enfermos y moribundos, y cuida también a los cuidadores.
Según el médico L. S. Dugdale, a los pacientes de hospital que no tienen familia ni amigos se les califica como «sin amigos». En la iglesia estamos llamados a cuidar de «los más pequeños» (Mt 25:45).
Sin embargo, a menudo hacemos bien en cuidar a los enfermos, pero descuidamos orar y atender las necesidades de los cuidadores. Con frecuencia, los cuidadores experimentan ansiedad, depresión, miedo, pena, culpa, vergüenza, aislamiento, duda y mala salud, por lo que debemos cuidar de ellos e instarles a que velen por su salud mental y física.
6. Ayuda a las personas a compartir un legado espiritual.
El salmista Asaf llamó a los israelitas a transmitir las historias de su fe: «No lo ocultaremos a sus hijos, / Sino que contaremos a la generación venidera las alabanzas del SEÑOR, / Su poder y las maravillas que hizo» (Sal 78:4).
De la misma manera, equipamos y animamos a los hermanos a compartir sus historias de redención. Un legado espiritual puede incluir historias, experiencia, bendiciones y sabiduría. Podemos ofrecer talleres que ayuden a las personas a registrar su legado espiritual en forma de cartas, listas, relatos o grabaciones de audio o video. También podemos organizar actos en los que se entreviste a personas mayores y las generaciones más jóvenes tengan la oportunidad de escuchar cómo Dios ha obrado en sus vidas. A medida que la población de edad avanzada comparte las obras maravillosas que Dios ha realizado en sus vidas, la siguiente generación crece en fe, esperanza y amor.
A medida que los miembros de nuestra iglesia envejezcan, seremos más conscientes de las duras realidades de envejecer, morir y la muerte. Aprovechemos la oportunidad para invitar a quienes dirigimos a conocer la esperanza de gloria.
Nuestro Héroe, nuestro Esposo celestial, está listo para tomar nuestra mano, para llevarnos al Padre, y anunciar con gozo: «Aquí está Mi amado, Tu precioso hijo». Gracias a esta gran esperanza, podemos prepararnos con confianza, calma y compasión a nosotros mismos y a los que guiamos para la gloria.