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El problema de nuestra obsesión por la productividad

«¡Haz trabajo que importe!». Este es el lema de muchos libros sobre productividad escritos en las dos últimas décadas. Para ayudarnos en nuestra búsqueda de la eficiencia, libros como Céntrate (que sigue siendo mi favorito) y Cómo tener un buen día sugieren escribir una declaración de misión para la vida, realizar una sola tarea, bloquear espacio en el calendario para el trabajo enfocado, agrupar tareas y mucho más. Lo admito, me enganché. Además, me beneficié de muchos de sus métodos.

Gracias a la influencia de la literatura sobre productividad, he podido asumir más responsabilidades en el trabajo, terminar mi maestría en divinidad, obtener un cinturón negro en jujitsu brasileño, unirme a la junta directiva de una organización sin ánimo de lucro, completar una pasantía pastoral y servir como pastor bivocacional en dos iglesias diferentes.

Sin progreso en mi eficiencia personal, probablemente no habría podido hacer todo eso. Y sigo practicando a diario las disciplinas que he aprendido. Sin embargo, a pesar de todos los beneficios, he empezado a ver los peligros de la obsesión por la productividad en mi vida y en algunos círculos cristianos.

Señales de advertencia

Nunca olvidaré cuando le dije con confianza a un pastor amigo: «El tiempo es el recurso más valioso que tengo. Tengo que aprovecharlo al máximo». Me miró como si yo tuviera dos cabezas. «No, no lo es», me contestó. «¿Y tu salud? ¿Y tu familia? ¿Tu fe y tu conocimiento de las Escrituras?». Ah, claro. Esas cosas.

Tras nuestro breve intercambio, me di cuenta de que había elevado la productividad a la categoría de valor supremo. Esa obsesión es una señal de advertencia de que te estás tomando la eficiencia demasiado en serio.

La cantidad de energía mental que gastamos en la eficiencia no debería ser mayor que la que dedicamos a amar al Señor, a nuestras familias y a nuestras iglesias

Otra señal es invertir más tiempo en optimizar la vida que en apreciarla. A menudo me entusiasmaba más planear proyectos para el año que pensar en cómo guiar espiritualmente a mi familia. Eso es un problema. La cantidad de energía mental que gastamos en la eficiencia no debería ser mayor que la que dedicamos a amar al Señor, a nuestras familias y a nuestras iglesias.

Entonces me di cuenta de mi incapacidad para estar quieto. Cuando tenía tiempo libre, pensaba: Ahora puedo sentarme a leer ese libro o trabajar en ese sermón. O tal vez simplemente descanse. Luego, cinco minutos más tarde, mi mente se precipitaba a una nueva tarea. Mi deseo de eficiencia limitaba mi capacidad para realizar un trabajo profundo y concentrado, o incluso para disfrutar de la vida. Aprender a estar quieto es sorprendentemente difícil en nuestra época de prisas, pero descansar de nuestras labores y confiar en la obra terminada de Cristo en la cruz es esencial para la vida cristiana.

El control del tiempo

El conocido poema sobre el tiempo en Eclesiastés 3:2-8 muestra las diversas estaciones de la vida. Uno de los puntos principales de ese pasaje es que los seres humanos estamos a merced del tiempo. No podemos controlar el nacimiento o la muerte, la siembra o la cosecha, las guerras o la paz. Pero Dios no está a merced del tiempo. Él lo creó y lo controla.

Esto puede ser frustrante para nosotros, como seres humanos. Queremos conocer el significado y el propósito de nuestros días. Deseamos desesperadamente conquistar y controlar el tiempo. Nos esforzamos por ser capitanes de nuestros propios barcos. Pero, cuando nos damos cuenta de que no podemos controlar la vida, y mucho menos nuestro tiempo, nos surgen preguntas como la de Eclesiastés 3:9: «¿Qué saca el trabajador de aquello en que se afana?».

En nuestra búsqueda por encontrarle sentido a la vida, la productividad puede convertirse en una fuente de propósitos. Un emprendimiento promete satisfacción si maximizamos la eficiencia y el trabajo. Debemos tener cuidado con esta solución cultural. La eficiencia y la excelencia son buenos objetivos, pero no pueden proporcionar el significado principal de la vida. Solo el evangelio de Jesucristo puede hacerlo.

En términos más prácticos, los seres humanos no podemos ser perfectamente eficientes. Por mucho que optimicemos. No importa lo temprano que nos acostemos ni lo temprano que nos levantemos. No importa la cantidad de café que bebamos. En última instancia, no tenemos control sobre la época en que vivimos. No tenemos control sobre los problemas de tráfico, los cambios de trabajo o las enfermedades. Tú y yo nunca seremos máquinas ultraeficientes. No fuimos creados para serlo.

Eficiencia redimida

Una vez que reconozco los peligros potenciales de buscar la eficiencia como fin último, el perezoso que hay en mí puede decir: Bien, no hagamos nada. Esta no es la solución. Las Escrituras nos advierten repetidamente contra nuestros instintos perezosos (p. ej., Pr 6:6-9). En un mundo lleno de distracciones, la pereza es una tentación real. Las pantallas y las redes sociales nos brindan innumerables oportunidades para perder el tiempo. Pero no hay nada que honre a Cristo en desplazarnos por la pantalla sin ningún sentido. La respuesta a la obsesión por la productividad no es la ineficiencia o la inactividad, sino la eficiencia redimida.

En Efesios 5:15-17, Pablo escribe: «Por tanto, tengan cuidado cómo andan; no como insensatos sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no sean necios, sino entiendan cuál es la voluntad del Señor». En el contexto, la instrucción de Pablo de hacer el mejor uso de nuestro tiempo no se refiere a la productividad, sino a vivir sabiamente. Debemos vivir según la voluntad del Señor: buscando la santidad, edificando la iglesia, adorando a Dios y amándonos los unos a los otros.

Descansemos en Aquel que tiene el tiempo en Sus manos y sometamos nuestros planes (incluso nuestra eficiencia) a Su buena voluntad

Redimir la eficiencia requiere que comprendamos nuestras limitaciones humanas. No podemos optimizar nuestras vidas para hacerlo todo. Debemos enfocarnos en lo que es más valioso, priorizando lo que más importa en el plan de Dios. Como resultado, algunas tareas de nuestras listas quedarán sin hacer. Sí, podemos planificar los días y priorizar las tareas. Pero nuestro mayor objetivo debe ser vivir sabiamente dentro de nuestras limitaciones.

Lo que me preocupa de los cristianos como yo, que amamos la eficiencia y la productividad, es que nos hagamos la ilusión de que, si maximizamos un poco más, podremos controlar nuestras vidas y completar todo nuestro trabajo. Pero esto supone un rechazo de nuestra condición de criaturas. No hemos sido creados para ser perfectamente eficientes. Dormir no es eficiente, pero Dios nos hizo de tal manera que lo necesitamos.

Seguiré intentando administrar mi tiempo y mis talentos lo mejor que pueda y seguiré leyendo artículos y libros sobre productividad que me ayuden a hacerlo. Quiero que mi trabajo glorifique al Señor. Pero espero hacerlo con humildad. No somos los planificadores del universo y eso es bueno. Así que descansemos en Aquel que tiene el tiempo en Sus manos y sometamos nuestros planes (incluso nuestra eficiencia) a Su buena voluntad.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Eduardo Fergusson.
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