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Malaquías es considerado el autor del libro que lleva su nombre, el cual se puede traducir como «Mi mensajero» (1:1); también es conocido por ser el último de los profetas postexílicos y del Antiguo Testamento.

Casi cien años después de las profecías de Hageo y Zacarías, Malaquías entra en escena. Sus contemporáneos Esdras y Nehemías fueron testigos del mensaje dirigido al pueblo de Jerusalén.

El libro no contiene información genealógica ni del trasfondo de su autor, así como sucede con Abdías. Sin embargo, algunas fuentes tradicionales sugieren que Malaquías fue parte de «La gran sinagoga», una institución compuesta por escribas y líderes religiosos que buscaban preservar las Escrituras y fomentar la espiritualidad.1

El trasfondo de la época y la condición espiritual del pueblo

El Señor disciplinó a Judá por medio del exilio en Babilonia; no obstante, tal y como había prometido, lo llevó de regreso a su tierra en el tiempo indicado (Jr 29:10-12).

Sin embargo, Judá rechazó de nuevo a Dios y por eso el profeta Malaquías señaló sus transgresiones: hipocresía, infidelidad, divorcio, adoración falsa, corrupción y orgullo (1:8, 9, 12; 2:8, 11, 14; 3:5, 8). Varios de estos pecados fueron también señalados por Nehemías y Esdras (Mal 1:6-13; 2:1-16; 3:5-10; cp. Esd 9-10; Neh 5:1-5; 10:32-39; 13:1-30).

El segundo templo fue reconstruido en el año 516 a. C., en parte como respuesta a la labor profética de Hageo y Zacarías. Nehemías llegó a Jerusalén para levantar los muros de la ciudad (444 a. C.), durante el imperio de Artajerjes o Asuero, el mismo gobernante persa que instituyó a Ester como reina.

Eventualmente, Nehemías retorna a Persia y luego de unos años, vuelve a Jerusalén, donde lidia con los pecados del pueblo que también Malaquías apunta en su libro. De ahí que sea posible que Malaquías haya profetizado durante la ausencia de Nehemías (432-425 a. C).2

Malaquías utilizó una serie de preguntas retóricas para confrontar al pueblo de Dios (preguntas como: «si Yo soy señor, ¿dónde está Mi temor?» [1:6] y «¿Robará el hombre a Dios?» [3:8]). Los habitantes de Jerusalén cuestionaron la providencia divina mientras su fe degeneraba en descaro espiritual. A causa de eso, el profeta declaró fuertes palabras contra ellos, pero también les brindó promesas de esperanza.

Cristo y Malaquías

Podemos señalar varios textos claves del libro de Malaquías. El Nuevo Testamento lo cita en diferentes ocasiones, lo cual amplía nuestra visión sobre el alcance e impacto del mensaje del profeta (Malaquías 1:2-3 en Romanos 9:13; Malaquías 3:1 en Mateo 11:10; Malaquías 3:2 en Apocalipsis 6:7). Sin embargo, hay un pasaje que destaca por su cumplimiento con relación a Cristo y Su heraldo, Juan el Bautista:

«Yo envío a Mi mensajero, y él preparará el camino delante de Mí. Y vendrá de repente a Su templo el Señor a quien ustedes buscan; el mensajero del pacto en quien ustedes se complacen, ya viene», dice el Señor de los ejércitos. «¿Pero quién podrá soportar el día de Su venida? ¿Y quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca? Porque Él es como fuego de fundidor y como jabón de lavanderos» (3:1-2).

Malaquías cierra su mensaje con duras palabras de juicio para el día del Señor. Pero antes de eso, profetiza que un segundo Elías le abriría el telón al Salvador del mundo, quien era la verdadera esperanza del pacto. Ese «Elías» fue Juan el bautista (Mt 11:14; 17:10-13), quien apareció unos cuatrocientos años después.

Lecciones que aprendemos de Malaquías

Aunque el aprendizaje que Malaquías provee es múltiple, para nuestro propósito, dos lecciones son claras al reflexionar en este personaje a la luz del evangelio:

1) Cuidado con la religiosidad.

Un peligro que enfrenta nuestra generación es que convierta la verdad transformadora del evangelio en una mera religión intelectual.

Luego de retornar a su tierra, el pueblo judío incurrió en una espiritualidad superficial y desconectada del conocimiento del carácter del Dios. Tristemente, terminaron con una espiritualidad vacía.

La historia de los ciudadanos de Jerusalén nos sirve de ejemplo para anhelar sabiduría, rogando con humildad que Dios nos conceda temor a Su nombre y una vida de adoración verdadera.

2) Somos llamados a declarar con valor y claridad la verdad del evangelio.

Malaquías llamó a la nación a volverse a Dios y confrontó sus pecados: el divorcio, la idolatría, la corrupción en el liderazgo espiritual, el abuso de los gobernantes contra los pobres, el robo de los diezmos y las dudas sobre el carácter de Dios.

Nuestra responsabilidad no es distinta; debemos comprometernos a ofrecer una predicación y enseñanza fieles a la Palabra y a la altura de la vocación de nuestra esperanza.

La historia de la iglesia registra que Dios remite un mensaje confrontador con el fin de apartar a Su iglesia del pecado y llamarla al arrepentimiento.

Los cuatrocientos años de silencio forjaron una expectativa mayor sobre el Mesías, pero la muerte espiritual empezaría a llegar a su fin con la llegada del Salvador. Quiera Dios conceder gracia y ayudarnos a ser aquellos que proclaman el mensaje combinado de juicio y esperanza comprimido en el evangelio.


1. Andrew E. Hill y John H. Walton, A Survey of the Old Testament [Un estudio del Antiguo Testamento] (Grand Rapids, Michigan: Zondervan Academic, 2009), p. 703.
2. Bruce Wilkinson y Kenneth D. Boa, Talk Thru the Bible: A Quick Guide to Help You Get More Out of the Bible [Habla a través de la Biblia: Una guía rápida que te ayudará a sacar más provecho de la Biblia] vol. 1 (Nashville: Thomas Nelson, 1983), p. 295.
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